No podemos seguir siendo cómplices silenciosos de la discriminación y maltrato contra mujeres.
En la novela El ruido y la furia de William Faulkner, editada en 1929, hay diálogos memorables sobre la histórica sumisión de la mujer; Caroline, uno de los personajes, es la mamá de la familia y Jason es uno de sus hijos, que, con la muerte del padre, queda como cabeza de hogar. Su madre le da gusto en todo: “Da igual como me encuentre. Comprendo que a un hombre que se pasa el día trabajando le guste verse rodeado de su familia en la mesa a la hora de cenar. Quiero complacerte” reza un fragmento.
Esta semana tuve la oportunidad de estar en un curso denominado Camino a la equidad con la reconocida activista de la población LGBT y feminista Elizabeth Castillo, abordamos temas de género, derechos sexuales y reproductivos; también conversamos sobre las luchas históricas que ha tenido que dar la mujer para gozar de los mismos derechos que hoy tenemos los hombres; así como de los maltratos y agresiones físicas y mentales que aún siguen viviendo muchas de ellas al interior de su núcleo familiar y que en su mayoría callan y aguantan por temor a represalias de su pareja o por falta de confianza y celeridad de la justicia. Una de las conclusiones que saqué del curso es que hemos avanzado, pero aún nos falta camino por recorrer.
El tema me parece más que pertinente porque según datos del Observatorio colombiano de las mujeres, en esta cuarentena se han incrementado en un 91% los casos de violencia intrafamiliar, para complementar, las Naciones Unidas dice que una de cada tres mujeres sufre de violencia de género, las razones son múltiples: falta de amor y de respeto; estrés por la precariedad económica; y falta de comprensión y compañerismo para ayudarse en las tareas del hogar.
Global e históricamente hemos sido machistas, la mujer ha estado relegada a un segundo plano. En la España de Franco, por ejemplo, hubo una campaña publicitaria, a mediados del siglo XX, que se titulaba Guía de la buena esposa: 11 reglas para mantener a tu marido feliz. Sé la esposa que él siempre soñó, una de las guías, es contundente: Hazlo sentir a sus anchas. Deja que se acomode en su sillón o se recueste en su habitación. Ten una bebida caliente lista para él. Arregla su almohada y ofrece quitarle sus zapatos.
Siguiendo con el Observatorio colombiano de las mujeres, de los 1.122 municipios que tenemos en Colombia, sólo 134 tienen alcaldesas (12%); y entre las grandes empresas de Colombia, sólo Sylvia Escobar preside una empresa, la organización Terpel. Estos datos contrastan con la población total de mujeres que tenemos en Colombia, que, de acuerdo con el Dane, representan el 51% de la población.
Debemos promover mayor igualdad de género, el presidente Iván Duque, dando ejemplo, nombró vicepresidente a Marta Lucía Ramírez -en un hecho histórico- y también se comprometió a que su gabinete ministerial fuera paritario. Desde el sector privado también podemos implementar políticas que permitan más rápido el cierre de estas brechas, como, por ejemplo, que la mitad de las nóminas estén compuestas por mujeres, o que en cada nivel de la organización haya representación femenina.
Lo que queda claro es que no podemos seguir siendo cómplices silenciosos de la discriminación y maltrato contra mujeres. Somos pares y gozamos de los mismos derechos, ninguno tiene por qué pasar por encima del otro y esa transformación es fácil iniciarla desde nuestros círculos; en casa, no recarguemos todo lo que tiene que ver con el hogar -preparar comida, cuidar a los hijos, hacer aseo, lavar la ropa, etc.- a nuestras esposas o mamás, si ellas lo hacen, nosotros como hombres también podemos hacerlo. Hagamos equipo, el trabajo en una casa es más difícil y desgastante que cualquier otro; démosles ejemplo a nuestros hijos, no sigamos sembrando esa cultura machista mandada a recoger. Valoremos y cuidemos a nuestras mujeres. Ellas son vida.
Quiero aprovechar este espacio para expresar mi solidaridad con mi jefe Margarita Arango, su padre, Pablo Arango, murió el 22 de abril.