Los grandes relatos de la humanidad

Autor: Jorge Alberto Velásquez Betancur
13 septiembre de 2019 - 12:00 AM

La libertad es el hilo que tira hacia adelante, el señuelo que hace avanzar a las personas hacia una meta jamás alcanzada.

Medellín

Jorge Alberto Velásquez Betancur

El ser humano se pasa la vida entera deseando ser libre, añorando una libertad que no conoce y que, quizás, de obtenerla, no sepa qué hacer con ella. Sin embargo, la libertad es el hilo que tira hacia adelante, el señuelo que hace avanzar a las personas hacia una meta jamás alcanzada, como la tierra prometida al pueblo de Israel.

Como el ser humano es incapaz de alcanzar la libertad, siempre ha necesitado de grandes relatos que le den sentido a la vida, un punto de apoyo, un referente, algo que le diga qué debe hacer y cómo vivir, alguien que le maneje su libertad y le esconda su incapacidad para alcanzarla, algo o alguien a quien hacer responsable de sus actos.

El paso de lo moderno a lo posmoderno significó la muerte de los paradigmas que le daban soporte a la existencia del ser humano.

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De pronto, en cualquier anochecer tormentoso, los relatos que sostenían el sistema de creencias se cayeron por su propio peso y el egoísta “homo sapiens” se encontró desnudo e indefenso ante un destino que no es capaz de descifrar. Sin buscarlo ni pensarlo, el individuo se encontró solo ante el vacío, sin en qué creer. Para empezar, se debilitaron todas las figuras de autoridad: Dios, el Estado, el padre, el maestro, el jefe. La crisis del ser humano hoy es que no tiene a quien pedirle ayuda ni a quien echarle la culpa de sus fracasos.

Después de La Antigüedad el relato dominante fue el de la religión. La creación de un Dios todopoderoso y controlador le resolvió al individuo todos sus problemas, desde su origen hasta su muerte, pasando por los triunfos y las desdichas. Todo tenía una explicación: “la voluntad de Dios”.

El siguiente paso fue el Estado. El poder divino se materializó en el Estado-Nación. La voluntad sobrenatural necesitó de una forma de expresión terrenal. Surgió así la figura dominante del Estado, con sus cuatro elementos: población, territorio, autoridad y soberanía. El Estado se convierte en una figura de control absoluto, pero no le resuelve los problemas al individuo, porque también vive su propia crisis envuelto en el dilema entre monarquía y república.

El tercer relato es la democracia. El antagonismo se resuelve a favor de la democracia, que para legitimarse debe cobijarse con la bandera de los Derechos Humanos. Ante el fracaso que significa la guerra, la humanidad mira a sus raíces y extrae lo mejor de sus grandes momentos históricos: la Antigüedad griega, el Renacimiento y la Revolución Francesa alimentan el relato democrático. No hay democracia sin Derechos Humanos.

Pero la democracia empieza a ser amenazada por quienes viven de ella, que no aceptan compartir los beneficios del poder con nadie más. La autoridad deja de ser una carga sino una utilidad, una forma de buscar beneficios individuales.

Las contradicciones del capitalismo alentaron el surgimiento de un nuevo relato: la unión de los trabajadores en procura de constituir el gobierno del pueblo. El proletariado se enfrenta a la burguesía. Pero este es más un ejercicio teórico, porque en la práctica el ideal de la sociedad sin clases fue sepultado también por sus contradicciones y abusos.

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Las bases del Estado-Nación son dinamitadas desde adentro por el capitalismo. El viejo dilema entre Estado y mercado se resuelve a favor del mercado, cuya mano invisible se pasea triunfante sobre las ruinas del Estado de bienestar. Hoy el relato dominante es el del mercado con su doble cara: acumulación de capital y consumo desenfrenado.

Pero no todo es negativo. La crisis del Estado promueve el relato regional. El Estado centralista, que todo lo absorbe en su favor, despierta resistencias regionales en todo el mundo, que se nutren de referentes como la cultura, la tierra, la sangre, la lengua. Escocia, Cataluña, el País Vasco, Bélgica, el Norte de Italia, la Canadá francófona así lo demuestran.

Sin nadie en quien creer y sin quien lo represente, el individuo vuelve sus ojos a la naturaleza. La ausencia del padre hace visible el papel de la madre: la madre naturaleza, la madre tierra, ocupa el centro del relato contemporáneo, mientras el individuo sigue en busca de su autonomía y de su libertad, el mismo sueño de veinte siglos atrás.

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