El implacable informe de Human Rihgts Watch sobre las atrocidades del Eln en Arauca que en nada se diferencian de las atrocidades en Kenia, Eritrea, ninguna resonancia ha tenido en nuestra sociedad
Miles y miles de kurdos que habían creado un territorio para fundamentar su vida cotidiana, fueron de pronto bombardeados, asesinados y debieron emprender una vez más la huída por los borrados caminos del desierto dejando atrás sus muebles y retratos, los cuadernos de los niños. En la frontera con Grecia la multitud de sirios, kurdos, afganos que avanzaba buscando la libertad en Europa fueron brutalmente rechazados por el gobierno griego y por la dictadura fundamentalista de Erdogan. En la isla italiana de Gatopardo se hacinan más de 40.000 africanos que quisieron atravesar el Mediterráneo en frágiles pateras. Con olímpica desidia Obama permitió que apareciera y se conformara el territorio de un sanguinario califato de los yihadíes, mientras ante las cámaras de t.v. asistíamos a uno de los más desvergonzados espectáculos como lo fue el degollamiento de más de siete mil cristianos que desfilaron sostenidos por el cuello, junto a sus verdugos cuchillo en mano, con la más admirable dignidad, recordándonos que la fe no muere mientras los “progres” del mundo ni se conmovieron. En estos casos palabras como exilio, desplazamiento, fronteras, manipuladas por el fariseísmo político de ciertas onegés se han vaciado de su primigenio significado humano tal como lo seguimos comprobando en las nuevas guerras periféricas en el Cauca, el Chocó, Meta, Nariño donde en lugar de plantear abiertamente el gobierno lo que significan estas formas de agresión contra el derecho a la paz, se ha dedicado a disfrazar y postergar su intervención inmediata para evitar el aumento de víctimas y dar a conocer a la opinión del mundo el verdadero alcance de esta agresión internacional de la delincuencia. El implacable informe de Human Rihgts Watch sobre las atrocidades del Eln en Arauca que en nada se diferencian de las atrocidades en Kenia, Eritrea, ninguna resonancia ha tenido en nuestra sociedad. ¿Lo ventilaron acaso en las universidades en una de esas retóricas “Cátedras de la Paz”? Arauca es hoy como el Putumayo un territorio incorporado a la alta delincuencia internacional, una indescriptible pérdida de patria, una exasperada forma de violencia que se agrega a la de los desplazamientos de familias en las ciudades –para diabólicas especulaciones inmobiliarias- lo que constituye una mutación de lo que es realmente una encubierta variación de nuevas formas de apropiación del territorio urbano, del alejamiento de los ciudadanos de su patria -que es el campo, el barrio- y ante la cual la farándula de izquierda del Congreso, nuestro liberalismo pegajoso, desconocen o prefieren cerrar los ojos para continuar responsabilizando al Estado, olvidando aquello que recuerda T.W. Adorno: “La abundancia de sufrimiento real no tolera el olvido”.
Detrás de los victimarios, de los verdugos está el poder oculto de los verdaderos dueños y estrategas de la nueva violencia, de manera que inculpar al Estado de los crímenes de los grupos armados corresponde a la estrategia de neutralizar la responsabilidad de esos actores detrás de las sombras. Es diluir en el eufemismo del lenguaje de los distintos medios de comunicación lo que aconteció de verdad en la realidad –reclutamiento de niños, mujeres violadas, ancianos asesinados, destrucción de las culturas ancestrales- con la complicidad de una justicia sinnombre. “El porvenir, dice Andreas Huyssen, no habrá de juzgarnos por olvidar, sino por recordarlo todo y, aún así, no actuar en concordancia con esos recuerdos”.