La ciencia avanza y nuevas tecnologías se crean, junto a ellas vienen grandes oportunidades, pero también grandes amenazas. Por esa razón es importante dar un debate ético al respecto.
Cuando Víctor Frankenstein vio la criatura que su mente diseñó y sus manos fabricaron, casi perdió la cordura debido al horror generado por su propia creación. La criatura de Frankenstein es ese monstruo que se esconde tras las cortinas de grandeza de la ciencia.
Las ciencias naturales descubren y crean, sus logros pueden ser usados para fines útiles a la sociedad, pero también para fines desastrosos para ella. La misma tecnología que permite que se creen plantas nucleares de energía limpia fue la que se usó para destruir Hiroshima en la Segunda Guerra Mundial, la misma tecnología que se usa para curar enfermedades se podría usar para crear armas biológicas que amenacen la continuidad de la especie.
“Muchos sabios eminentes como Poincaré, Einstein y Russell han sostenido que la ciencia no formula juicios de valor, sino que se limita a informar sobre hechos”, señala Pablo Schulz en su artículo La ética en la ciencia publicada en la Revista Iberoamericana de Polímeros.
Él afirma que las ciencias formales y las naturales son éticamente neutrales, pero los científicos pueden dejar de serlo: “La ciencia se corrompe cuando se pone al servicio de la destrucción, del privilegio, de la opresión o del dogma (...) La única protección contra el mal uso de la tecnología suele ser el debate abierto y vigoroso, incluso con la participación de los profanos en ciencias”.
“La fuerza que mueve y acelera la transformación continua de nuestro mundo es la ciencia. Depende de nosotros, del homo sapiens, lo que se haga con esa transformación, la dirección que se le imprima y los objetivos que se intenten alcanzar con ella. Lo que nos está vedado es ignorarla o detenerla”, asevera Schulz.
La ciencia es acusada de ser responsable de algunos de los episodios más atroces de los últimos siglos: la bomba atómica, el napalm, el agente naranja e incluso del desarrollo de la tecnología causante en la crisis climática actual.
Pero como escribió Isaac Asimov: “Fueron los científicos los que sintetizaron los plásticos que no son biodegradables, los gases venenosos y las sustancias tóxicas que contaminan el mundo. Sin embargo, fueron los científicos los que, a mediados de 1945, horrorizados por las bombas atómicas, rogaron que no se utilizaran contra las ciudades, y fueron los políticos y los generales los que insistieron en hacerlo y los que se salieron con la suya. ¿Cuál es la razón entonces de que un cierto número de científicos abandonara asqueado el campo de la física nuclear, y que otros tuvieran que luchar contra sus impulsos suicidas, mientras que no he oído hablar en mi vida de ningún político ni general que perdiera el sueño por esta decisión? ¿Por qué los científicos son considerados unos malvados y los políticos y generales unos héroes?”.
Fueron los físicos nucleares temerosos de la capacidad destructiva de su creación quienes establecieron el Reloj del Apocalipsis para advertir del peligro de una guerra nuclear y ahora también alerta de otros peligros de origen científico como la nanotecnología y el cambio climático.
Schulz asevera que “no se puede absolver a los científicos que empujan a sus semejantes a la guerra, a la miseria, a la opresión o a la conformidad con un dogma cualquiera. Por sus conocimientos, son más responsables que sus empleadores. (...) Pero no son los únicos culpables”.
Hay muchos debates debates éticos importantes sobre el papel de la ciencia en el futuro de la humanidad, algunos de ellos muy próximos como el cambio climático, otros más lejanos como el establecimiento de una civilización interplanetaria. Pero hay un tema en especial que preocupa a muchos pensadores y científicos, la modificación del ser humano.
En el libro De animales a dioses, el historiador y escritor Yuval Noah Harari asegura que “la revolución científica puede resultar ser mucho mayor que una simple revolución histórica. Puede suceder que sea la revolución biológica más importante desde la aparición de la vida en la Tierra”. El diseño inteligente podría sustituir a la selección natural en la manera en que evolucionamos los seres humanos.
La ingeniería genética está tan avanzada que hemos podido crear ratones que vivan más tiempo y ratones más inteligentes. Si se puede en un ratón, se puede en un ser humano, el genoma del ratón contiene unos 2.500 millones de nucleobases, el genoma del sapiens unos 2.900 millones. La diferencia no es muy grande.
La mayor herramienta de edición genética es Crispr-Cas9, la cual podría generar que en el futuro los seres humanos puedan modificarse a voluntad, no solo en su apariencia sino incluso en su capacidad mental. Filósofos y científicos han planteado que si bien el Crispr es una herramiento con gran potencial médico, existen grandes riesgos en su uso, entre ellos que unos pocos tengan acceso a esta tecnología, creando una sociedad abismalmente desigual.
Harari asevera que “nos costará mucho aceptar el hecho de que los científicos puedan manipular los espíritus al igual que los cuerpos y que, por lo tanto, futuros doctores Frankenstein podrán crear algo realmente superior a nosotros, algo que nos mirará de manera tan condescendiente como nosotros miramos a los neandertales”.
Si bien la computación cuántica no ocupa un punto central en los debates éticos, como si lo hacen la ingeniería genética y la inteligencia artificial. Merece un análisis aparte debido a su actualidad por el logro de la supremacía cuántica de Google.
Numerosos expertos advierten de los riesgos que supone esta nueva computación para el sistema financiero, debido a que es un sistema criptográfico basado en el hecho de que los computadores existentes no pueden romperlo, pero para un computador cuántico de alto nivel no sería un gran reto.
Sin embargo, “apenas en los años 90 aprendimos que los computadores cuánticos tenían ese potencial, inmediatamente empezó a aparecer el área de criptografía cuántica, hoy en día se sabe cómo hay que encriptar los sistemas de información para que sean robustos a ataques de computadores cuánticos”, explica Boris Rodríguez, profesor de mecánica cuántica de la Universidad de Antioquia.
Esta postura de confianza frente a la computación cuántica es compartida por instituciones financieras como CaixaBank que actualmente tienen inversiones en el desarrollo de esta tecnología.
Pero el debate ético cobra importancia cuando se pregunta ¿para qué se va a usar esta nueva tecnología? Por ejemplo “Google declaró que no iba a dejar usar su computador para fines militares, pero la competencia, D-wave, está usando su computadora cuántica, que no es tan poderosa como la de Google, en investigación militar”, señala Rodríguez.
“Es ahí donde la sociedad y los ciudadanos tienen que tomar control. Esas computadoras son tan poderosas que no podemos dejar que las usen para cualquier cosa, los gobiernos apenas tengan computadoras cuánticas querrán desarrollar nuevas armas, por eso la ciudadanía debe hacer control (...) Tendrá que haber alguna especie de regulación para que no ocurran catástrofes”, apunta Rodríguez y agrega que por eso es importante que mientras se desarrolla la tecnología se realicen debates éticos sobre ella.