La indignación sube en Colombia contra las maniobras de los dos reporteros que no han sido capaces de respaldar sus pretendidas acusaciones con pruebas idóneas como lo exige la deontología periodística.
Ya han pasado 15 días y los señores Nicholas Casey y Joshua Goodman no han podido presentar las pruebas de lo que dicen en sus artículos contra el general Nicasio Martínez Espinel. Los dos reporteros --uno del New York Times y el otro de la agencia AP--, creyeron que acusar al comandante del Ejército de Colombia era cosa fácil. Según Casey, sólo bastaba lanzar un texto, bajo la prestigiosa forma de un “reportaje”, pero cargado de insinuaciones y amalgamas, y después huir del país pretextando amenazas.
El enviado del NYT esperaba que su trabajo fuera tomado por la opinión pública como una acusación seria y que en seguida esa acusación fuera aceptada, no se sabe por qué automatismo, como información genuina y hasta como prueba acusatoria, para poner, finalmente, al general Nicasio Martínez, y al ministro de Defensa, Guillermo Botero Nieto, al borde de la destitución y contribuir a la parálisis de las Fuerzas Armadas de Colombia.
Pues no. Ni el ministro, ni el general han sido destituidos hasta ahora y sus respectivas imágenes ante la sociedad siguen siendo excelentes. En cambio, la indignación sube en Colombia contra las maniobras de los dos reporteros que no han sido capaces de respaldar sus pretendidas acusaciones con pruebas idóneas como lo exige la deontología periodística.
Un examen detallado del artículo de Casey del pasado 18 de mayo revela cosas interesantes: las tales pruebas -las “New Kill Orders” como dice Casey y la “new evidence” que menciona Goodman-, no existen. Lo que existe es un texto confeccionado por Casey donde aparecen, entre líneas, las técnicas más refinadas de la intoxicación noticiosa: la mentira no verificable, la deformación de lo cierto, la mezcla de verdad y mentira, la exageración, la modificación del contexto, etc.
¿Su objetivo? Enviar un mensaje subliminal muy extraño a millones de personas: las Fuerzas Armadas de Colombia no deben combatir el narcotráfico y, mucho menos, oponerse a la ofensiva terrorista de las Farc. Ese texto sugiere que el uso legal de la fuerza del Estado colombiano, e incluso el acto de responder a la guerra narco-subversiva, debe ser visto como una “acción criminal”. En últimas, el recado siniestro es que la doctrina de combatir el crimen, e intensificar los ataques contra la depredación narco-comunista, es espuria y que lo correcto es lograr a la parálisis y rendición de las fuerzas armadas.
Casey hace creer que las fuentes “entrevistadas” y los “documentos” que dice haber recibido respaldan su narrativa. Pero no hay tal.
El artículo en cuestión está construido en forma piramidal. En el título y en la cumbre (primer párrafo del texto) Casey puso la expresión difamatoria central: “new kill orders” para sugerir más adelante que el Ejército no debe combatir pues recibe órdenes de asesinar. Claro, el reportero rehúsa exponer lealmente el contenido de los documentos que dice haber visto y resume su percepción personal arreglada en una frase: el comandante del ejército “ha ordenado a sus tropas que dupliquen la cantidad de criminales y rebeldes que matan, capturan u obligan a rendirse en batalla”. Gracias a esa forma de redactar una sola cosa resalta: “orden de matar”.
Enseguida, en el mismo párrafo, utiliza no un hecho sino una deducción arbitraria para apuntalar la acusación ad hominem: dice que el general Martínez “posiblemente acepta un aumento de las bajas civiles en el proceso”. La falla lógica de esa frase es visible: si Martínez ha dado esa orden ¿por qué Casey utiliza el término “posiblemente”? La intoxicación mediática comienza pues con una confesión de parte: Casey pasa por encima de su duda y afirma lo que no le consta. El efecto subliminal de eso es devastador: el Ejército de Colombia tiene un comandante que da órdenes a sus tropas de asesinar.
Ese veneno desciende poco a poco e impregna el resto del artículo.
En la parte media y en la base de la pirámide aparecen otros elementos de lenguaje que sustentan la impostura. Como este: ¿Por qué el Ejército combate si “logró firmar un acuerdo de paz con el mayor grupo guerrillero de la nación”?
Reducir las operaciones militares para proteger los civiles es la idea que quiere implantar ese reportaje del New York Times. Casey cita a un presunto militar. Este explica que la orientación del nuevo Comandante del Ejército debe ser “reducida (…) para proteger a civiles inocentes de ser asesinados”. Que hipocresía. Durante seis decenios, los civiles de Colombia han sido asesinados, mutilados y aterrorizados por las Faarc y las otras bandas armadas. No es reduciendo a la pasividad al Ejercito que los civiles serán protegidos.
Casey destila no solo un falso diagnóstico de la situación de orden público en Colombia sino que inocula falsedades de manera hábil y ordenada. Se ve que no es la primera vez que él hace ese tipo de trabajo.
Acusa al general Martínez de haber dicho que él “había emitido una orden por escrito que instruía a los principales comandantes a ‘doblar los resultados’ explicando que había llegado a esa decisión debido a la amenaza que Colombia sigue enfrentando por parte de las organizaciones guerrilleras, paramilitares y criminales”. Preguntamos: ¿Cuál es el problema? ¿Doblar los resultados de las tareas militares de pacificación, en un país acosado por numerosos tipos de violencias, no es un deber constitucional?
Pero Casey, obviamente, presenta el término “resultados” como sinónimo de asesinatos. El problema es que él nunca pudo probar que esa es la política del Estado colombiano. Casey no dice que los resultados en los documentos son de tres o cuatro tipos: capturas, rendiciones, bajas, heridos, etc.
El reportero americano, ante la escasez de material probatorio, resucita incluso el tema de los “falsos positivos”, pero bajo la forma de leyenda negra. Dice que esa “política” (a veces dice que es una “estrategia”) está de regreso y que algunos oficiales están alarmados por eso. Pero es incapaz de mostrar un texto donde esa supuesta línea esté consignada. Lo que presenta son deducciones de lo que otras personas le habrían dicho y toma como hecho las exageraciones de lo que dicen los formularios administrativos. Casey emplea el método de “oí decir” y eso no vale nada en periodismo.
Él le da una dimensión irreal al problema de los “falsos positivos”. Dice: “Los soldados mataban a campesinos y afirmaban que eran guerrilleros”. Esa generalización es inicua. La verdad es que, en esa época, algunos soldados cometieron crímenes y fueron sancionados. El Estado nunca protegió esas conductas. No era una estrategia. Las Farc inventaron esa generalización y trataron de hacer pasar las bajas que les hacía la fuerza pública en combate como “asesinatos”, “falsos positivos”. Un aparato de apoyo de las Farc terminó condenado a devolver dineros recibidos como indemnización por un grupo de falsas víctimas.
En un momento de su crónica, Casey se transforma en una especie de mariscal Foch y le explica al general Martínez que debería lanzar operaciones militares sin márgenes de error. Pretende que el Comandante del Ejército ordena “lanzar operaciones con un 60-70 por ciento de credibilidad y exactitud”. Casey añade que un oficial le comentó que eso “deja suficiente margen de error como para que esa política ya haya ocasionado asesinatos cuestionables”.
Ese análisis no parece ser de un militar. ¿Puede un militar citar el nombre de un ejército que haya podido lanzar operaciones 100% exactas y sin márgenes de error? ¿Quién ha lanzado ataques “perfectos” como exige el mariscal Casey? ¿Qué general alcanzó tales niveles de competencia? ¿Alejandro, Napoleón, Bolívar, Grant, Patton, Joukov? No, ninguno de ellos realizó operaciones militares, exitosas o no, sin márgenes de error.
El mariscal Casey reitera su diatriba al decir que el general Martínez “también reconoció que las órdenes instruyen a los comandantes para que realicen operaciones cuando todavía no están seguros de sus objetivos.” ¿Quién puede lanzar operaciones militares con objetivos “seguros”? En una guerra asimétrica como la colombiana nadie puede darse el lujo de lanzar operaciones solo cuando el objetivo es “seguro” y “perfecto” y contra un adversario escogido, que le da tiempo para calcular y escoger el momento del ataque o del repliegue.
No hay espacio aquí para comentar todos los dislates que ese texto contiene. Todo es de ese calibre en el “reportaje” del señor Casey. Podría uno reír si no se tratara de une operación sofisticada contra la democracia. Lo de él parece ser, entre otras cosas, odio visceral contra las Fuerzas Armadas de Colombia, las cuales combaten con gran heroísmo una de las más peligrosas galaxias narco-terroristas del hemisferio occidental.