En esta línea de pensamiento el gran filósofo alemán Arthur Schopenhauer exponía que: “El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales”; “la conmiseración con los animales está íntimamente unida con la bondad del carácter […] quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona".
Aunque todavía sigue faltando mucho más por hacer, cada vez son más las personas que se suman -activa y decididamente- a la causa que se ha generado en favor de los derechos de los animales. Los animalistas, son personas que hacen parte del movimiento o filosofía mundial que difunde la necesidad de respetar a los animales, asignándoles derechos, al igual que a las personas, por el sólo hecho de ser seres vivos y, por lo tanto, merecedores de un respeto y un privilegio que la naturaleza les ha otorgado, al integrarlos a la cadena vital con la que se ha dotado el universo.
La anterior tesis es de tal magnitud que ha divido a la humanidad entre quienes piensan de esa manera y los que consideran que los animales, por ser de un rango vital inferior al ser humano, no tienen ningún derecho, pues alegan que los derechos son el producto de una categorización social y política que sólo es predicable para los individuos de la especie humana y no para los animales.
Con todo y lo que se diga al respecto, es indudable que existe, en algunos aspectos, una cierta similitud entre estas dos categorías de seres, no sólo por su condición vital, sino porque además, ambos pueden experimentar una serie de sentimientos (humanos) y de instintos (animales) que los hace extraordinariamente semejantes, si nos atuviéramos a la calidad que ambos poseen de ser organismos vivos que concurren en un marco natural que en el universo se ha creado para ambos. Pero no nos meteremos en esta eterna y profunda discusión, la cual dejáremos –por el momento- a los eruditos e ilustrados que, con toda seguridad, seguirán dando esta discusión hasta que fuese necesario, sólo reconozcamos que hoy, según la ciencia de las biologías, ambos hacemos parte del reino animal.
Pero vale la pena reflexionar un poco desde la perspectiva humana, sobre este dilema tremendo. Desde el punto de vista social y puramente humano, pues la visión que se tenga sobre si somos diferentes o no, en algunas cosas, con respecto a los animales, sí nos puede hacer diferentes -entre sí- a nosotros mismos. Pues, pienso respetuosamente, que no es lo mismo un ser humano que le guste y practique el maltrato a los animales que aquél que con su pensamiento y actitud guarda y practica respeto por ellos y asume la manera de no maltratarles, respetándolos y defendiéndoles en las diferentes formas y escenarios en donde le sea posible contribuir a su defensa, como lo hacen los animalistas y los proteccionistas, frente a la visión de algunos sectores sociales que aún piensan que por ser los “reyes de la naturaleza”, nosotros los humanos, tenemos el derecho a realizar todo tipo de actividades y comportamientos insanos y maltratantes en contra de los animales.
En esta línea de pensamiento el gran filósofo alemán Arthur Schopenhauer exponía que: “El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales”; “la conmiseración con los animales está íntimamente unida con la bondad del carácter […] quien es cruel con los animales, no puede ser buena persona.”. Ni más ni menos.
No le faltó razón al filósofo, pues esa mera disyuntiva, entre –la de querer y defender o no respetar y maltratar a los animales- establece una notable diferencia entre nosotros. Es indudable que si tratamos de hacer una comparación, en algunos aspectos, podríamos obtener de inmediato respuestas muy disimiles que confundirían aún más nuestra opinión, pues no son pocos los casos en que por fuerza de los hechos y en especial de nuestra misma naturaleza, muchas de nuestras actuaciones son semejantes, dejando de lado nuestra mejor característica que es la racionalidad, al instinto animal o, incluso peor, y al contrario, algunos comportamientos animales nos permiten ver la inmensa bondad y capacidad de comprensión de los fenómenos circundantes que existen en estos maravillosos seres, pareciendo también que de alguna forma dejaran de lado su mayor característica comportamental que es el Instinto). En síntesis, no son pocos los casos, en que los seres humanos nos comportamos como animales o peor que ellos; también son incontables, las experiencias en las que los animales actúan como grandes seres humanos, trasmitiendo amor, sensibilidad y gran sentido de unidad y de grandeza, que nos hace pensar que no se han equivocado aquellas personas que -como los animalistas, o los simplemente protectores-, luchan por ellos de manera incansable y vehemente, haciéndole saber al mundo y a la sociedad que estos grandiosos seres merecen toda nuestra comprensión, respeto y defensa.
Por lo antes expuesto, comparto íntegramente el concepto de quienes piensan -con Mayra Neimerck, gran académica de estos temas en la Universidad de Boston– pues los animales nunca han sido considerados miembros de la comunidad humana. Sin embargo, han sido explotados de múltiples y atroces maneras, utilizándolos como alimentos, medicina, abrigo, sujetos de investigación, o de entretenimiento, sometiéndolos a crueles e inhumanas prácticas y atropellos. No hay que olvidar, ni tratar de esconder o restarle importancia al hecho cierto e inocultable de que los animales sienten dolor, como cualquier otro ser vivo, siendo totalmente vulnerables e indefensos y están completamente a disposición de los seres humanos. También es cierto, resulta innegable, que existen muchas diferencias entre los humanos y los animales y que ciertos derechos que los humanos tenemos, los animales no los tienen. Pero, por ello, los animales no merecen ser maltratados y mucho menos con crueldad e indolencia; por el contrario, merecen ser tratados con respeto y deben tener derecho también a atención, cuidado y protección por parte de los seres humanos.