No pude evitarlo: pensé en el patético Barbosa y su compinche el contralor Córdova, mientras iba leyendo…
Quiero hablar del deprimente fiscal Barbosa y su compinche el contralor Córdova y, cosas de los astros, se me atraviesa un libro de Anagrama, se llama El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco. Es de Charles Bukowski. Se trata de un diario que registra la fase final de su vida. Bukowski fue el último de los “malditos” de la literatura norteamericana, heredero de la vocación contestaría, loca, irreverente de Henry Miller y una estrella al lado de Jack Kerouac y William Burroughs.
Alcohólico, obsesionado con el sexo, jugador empedernido, coherente hasta la médula, Bukowski murió en Pasadena en 1994, después de 74 años de existencia al galope, cabalgando en los excesos. No pude evitarlo: pensé en el patético Barbosa y su compinche el contralor Córdova, mientras iba leyendo…
“No hay que lamentarse por la muerte, como no hay que lamentarse por una flor que crece” - dice Bukowski-. “Lo terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte…no hacen honor a sus vidas, les mean encima…sus mentes están llenas de algodón” (y pienso, ¡si! son ellos, el mediocre fiscal y su compinche) “Se tragan a Dios sin pensar, se tragan a la patria sin pensar. Muy pronto se olvidan de cómo pensar… Sus cerebros están rellenos de algodón. Son feos, hablan feos, caminan feo”. (Si, parece referirse a esta gente que se cree con privilegios especiales, que se enloquecen con sus cargos efímeros, que abusan y pierden la vergüenza, que suponen que tienen poder, pero lo que logran con sus ínfulas ridículas, es reflejar esa minúscula condición que tienen como servidores abyectos del poder) “Ponles la gran música de los siglos y no la oyen…” (¡Si! su incultura, su ordinariez son apoteósicas. De Barbosa se dice que le hacía las tareas a Duque en la universidad).
No piense usted en el Barbosa de hoy ni en el Córdova de hoy, que ya de suyo son deprimentes con sus acciones absurdas, sus puestas en evidencia: anunciar con mucha antelación al Centro Democrático su visita de control asociada al tema de la ñeñepolítica; su absurda “calificación” del delito que protagonizaron los soldados violadores de la niña Embera; su boicot abierto y descarado a investigaciones cruciales; su decidida cohonestación con la impudicia política y delincuencial del país. Piense en estos dos minúsculos personajes una vez estén por fuera de sus cargos, en el asfalto; reducidos a nada, mascullando sus “glorias” pasadas; añorando lo que no fueron y ya no son; lamiéndose las heridas de su mediocridad y mirando con desespero a todos los lados, para ver si algún otro poderoso se fija en ellos y les asigna otra tarea siniestra; otro encargo oscuro.
En algún aparte, Bukowski empieza a pensar en los filósofos, habla de Descartes, de Hume, de Kierkeegard, de Sartre. Se asombra con la capacidad de pensar que exhibieron todos ellos y les declara su amor: “adoro a estos tipos. ¡Sacuden al mundo!” Y concluye como si estuviera mirando a Barbosa y a Córdova, si, como si los definiera: “Cuando agarras a esos tipos (los filósofos) y los pones junto a los hombres que veo caminar por la calle, o comer en los cafés, o aparecer en la pantalla del televisor, la diferencia es tan grande que algo se retuerce dentro de mi, me da una patada en las tripas…”
Tiene razón Bukowski. Estos personajillos retuercen algo dentro de nosotros, y también nos dan una patada en las tripas.