El chafarote, más afiebrado y tropical que su propio contorno nativo, y afectado por una invencible megalomanía, jamás pudo entender ni los rudimentos siquiera del socialismo
Asistimos de nuevo al deprimente espectáculo, archiconocido, y más costoso para la oposición que para el oficialismo, del diálogo entre Maduro y sus adversarios. El cual siempre se anuncia con tambores y timbales como el milagro que sacará a Venezuela de la carnicería política y el caos social en que se debate por cuenta del socialismo improvisado que a Chávez le dio por ensayar guiado por Cuba, como si se tratara de la feliz panacea para los males de un país que por cierto nunca presentó señales de crisis tan graves que comprometieran su supervivencia y nunca en realidad amenazó con desplomarse, salvo en la prédica catastrofista del neocastrismo que allá, como aquí, auguraba el apocalipsis si se desoían sus advertencias y premoniciones.
Sin embargo, el chafarote en mención, más afiebrado y tropical que su propio contorno nativo, y afectado por una invencible megalomanía, jamás pudo entender ni los rudimentos siquiera del socialismo y optó entonces por reducir el cacareado modelo a una especie de caridad institucionalizada e impartida desde el Estado. Consistente en subsidiar con mercaditos semanales y servicios gratuitos a una población, la verdad sea dicha, habitualmente ociosa y desocupada, dado que en la Venezuela petrolera de las últimas décadas nunca hubo la necesidad ni la costumbre del trabajo productivo, ni el apremio de promover la infraestructura básica, el saber y la tecnología, como en otros países del vecindario, más responsables, verbigracia Chile, Brasil y la propia Colombia nuestra hasta donde sus recursos lo permitían.
Allá la jugosa renta petrolera se invirtió, repetimos, en víveres con qué pagar la adhesión de los ciudadanos que de buen o mal grado, antes y ahora secundan al gobierno y, sin cuestionarlo, comparecen en las rutinarias marchas de empleados públicos (que en todo régimen populista abundan) y, a toda hora supervigilados, votan obedientes por sus candidatos y sus propuestas en las elecciones, reelecciones y referendos, que nunca faltan para revestir de una falsa legitimidad al presidente y aparentar la democracia respetuosa y limpia que se espera.
Con la destorcida del precio del petróleo se acabó esa bonanza a expensas de la cual se enriquecen los validos del régimen, incluidos los 3.000 generales de pacotilla de un ejército dedicado a desfilar, cuando no a violar la frontera colombiana o a dispersar, a culatazos o a tiros, según sea el caso, la protesta callejera. Agreguemos que dicha bonanza también se malgastó en sobornar gobiernos que le hacen el juego a Maduro en la ONU, la OEA y demás foros internacionales. Nos referimos a Cuba, Nicaragua, Bolivia y demás satélites, incluida la risible patota de republiquitas hechizas en el Caribe, cuyo número casi que iguala al de las viejas naciones conocidas de la misma región. En tales organismos el voto de una de esas islitas invisibles, que no figuran ni en el mapa, pesa tanto como el de Canadá o Méjico. Son los gajes del “nuevorriquismo” chavista aplicado a la política transnacional en estos 20 años de alegre derroche, ferias y de la esperada debacle final, que tardará más de lo que se espera, como luego intentaremos explicarlo desde nuestra modesta perspectiva.
Hechos los comentarios anteriores, que vienen al caso, la próxima vez hablaremos de los diálogos o mediaciones enunciados al comienzo, que Maduro convoca cada vez que está en aprietos. Y de cómo la oposición, al pisar esa cáscara, se repliega sin falta, se inmoviliza y nunca aprende al parecer.