Su demarcación se ha borrado tanto con la aparición de los nuevos populismos (fujimorismo, chavismo y otros) que ya nadie sabe qué responder cuando se le pregunta por su inclinación.
Izquierda y derecha, en política, son nociones marcadas por la ambigüedad. Como meras palabras su origen aparece más asociado a lo geométrico y topográfico que a la ideología, pues, en rigor, ellas designan los dos costados de un espacio. Baste saber que el nacimiento de esas locuciones, en su sentido figurado a que aludimos, se da en medio de un caos superlativo, por cuenta de la mayor perturbación política que recuerda Europa en la era moderna. Pues la Revolución Francesa, un cataclismo como no lo había experimentado hasta entonces el Viejo Mundo, y con él América su hija, partió en dos la historia de Occidente. La una, historia que tocaba a su fin, la del absolutismo monárquico, el Estado teocrático, o por lo menos supervisado por la Iglesia (católica, y luterana u ortodoxa, donde cupieran éstas). Y unido a ello el feudalismo, con su aristocracia y privilegios de sangre. Y la otra, que la sucedió, la época de la república y de la naciente democracia liberal, el Estado laico y la libertad de conciencia, la burguesía y el desarrollo industrial concomitante, que cambiaron la faz de la sociedad, insuflándole aliento y savia nueva y dándole el remezón que la despertó de su lento letargo medioeval.
Las dos palabrejas pues, que tanto enervan los ánimos, polarizando y a menudo generando violencia, fracturas y hasta guerras civiles, son apenas un accidente, fruto del azar. En sí no dicen nada, igual que sus equivalentes “adelante” y “atrás”, que señalan los otros dos lados de un espacio. Pero en la connotación que la humanidad les da, causan conmoción, provocan enconadas tensiones internacionales, tan largas como la “guerra fría” que, iniciada en 1945, duró casi medio siglo y tuvo sangrientas expresiones y satrapías inimaginables que cambiaron el rumbo y hasta la identidad de no pocas naciones, verbigracia Vietnam, Corea, Cambodia, Angola, Zaire, Cuba, y ni hablar de Europa Oriental.
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Hay vocablos inocuos e inocentes que el hombre emplea por pura comodidad visual, para designar sitios, pero que con el correr del tiempo adquieren una dimensión política peligrosa, por la pugnacidad que entrañan. Si en aquella memorable Asamblea Francesa a la que nos referimos, los diputados llamados “girondinos”, que eran los moderados, condescendientes con el antiguo régimen abatido, no se hubieran sentado a la derecha del salón sino a la izquierda, hoy los catalogaríamos de izquierdistas. Y a sus contrarios los “jacobinos”, y a sus herederos y discípulos de ahora, los tendríamos clasificados como derechistas. Sin excluir desde luego a sus mentores ultra radicales, Mirabeau, Danton, Marat y Robespierre, promotores de la revolución, que tanto se complacían guillotinando a los demás que acabaron haciéndolo entre ellos mismos. Hoy serían pues la derecha, por simple adjetivación. Y siguiendo la misma lógica, los que se hubieran ubicado adelante del hemiciclo en Paris, serían los adelantados, o los delanteros, como usted prefiera, y quienes lo hubieran hecho atrás, los atrasados, con su respectiva filiación política. En suma, hoy tenemos invertidos no la contextura, pero sí los significados de los vocablos en cuestión. Son las curiosidades de la política. Travesuras o trampas del lenguaje. Mas no olvidemos que el lenguaje muy a menudo es la partera de la historia. De la historia narrada en principio, que siempre resulta ser más genuina y verdadera que la que tenemos por real.
Es tan difusa la identidad de tales extremos, izquierda y derecha, y del centro mismo por contera, su demarcación se ha borrado tanto con la aparición de los nuevos populismos (fujimorismo, chavismo y otros) que ya nadie sabe qué responder cuando se le pregunta por su inclinación. Siempre se confunde asistencialismo con izquierda. Y tenemos personajes como Petro, quien no sabe dónde está situado. Ya veremos entonces qué tan de izquierda resulta ser este alegre y versátil demagogo que proviene del M19, cuya matriz está en la pintoresca Anapo rojaspinillista de antaño, versión colombiana del justicialismo gaucho, que a su vez fue réplica del fascismo de Mussolini, ídolo no declarado de Perón.
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