El año 2020 será recordado como el inicio de una década en donde el sistema de salud, las instituciones sociales, la economía capitalista y las libertades individuales fueron puestas a prueba como en ninguna época.
La presencia de la Covid 19 en el escenario internacional ha hecho que el entramado global sea más interdependiente que nunca, tanto para lo bueno como lo malo. El virus que comenzó su expansión en Wuhan está hoy presente en casi todo el globo terráqueo. Esta consecuencia de nuestra interdependencia global y ambiental nos hace también repensar la actualidad de nuestras instituciones internacionales que como bien se ha demostrado han quedado limitadas a la hora de actuar ante la pandemia mundial. La globalización de los virus nos coloca ante la tarea de fortalecer nuevos mecanismos socio-políticos globales de interdependencia trasnacional que sean más efectivos ante emergencias mundiales como la actual con el coronavirus.
La presencia de la pandemia ha puesto en juego muchos de nuestros principios democráticos y de sus instituciones sociales, sin embargo, haciendo una lectura más de carácter antropológico lo que está ahora en juego es nuestra vida y un elemento fundamental que la acompaña: la fragilidad, la vulnerabilidad de nuestra condición humana. Somos seres para la muerte, decía Heidegger, recogiendo el sentimiento del movimiento existencialista de la posguerra mundial. En un mundo en donde el consumo, la presencia de las nuevas tecnológicas y el poder de las grandes infraestructuras de ingeniería habían creado la sensación de dominarlo todo, la epidemia de la Covid 19, junto con el cambio climático nos están enfrentando de nuevo hacia las preguntas por lo básico. Aquello que por su normalidad había desaparecido de nuestra preocupación, esto es, la importancia de la respiración y de un aire de calidad, la importancia de tener la fuente alimentaria cercana a nuestros territorios, el vivir en un hábitat adecuado para sobrevivir en casos de emergencia nos está haciendo caer en cuenta que lo cercano es lo fundamental y que no hay nada más valioso que la interrelación natural, social y cultural a la hora de la presencia de una experiencia límite.
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Cuando se pensaba que los estados nacionales habían desaparecido y que el Estado estaba dejando todo su papel al mercado, la emergencia de la Covid ha reactivado al Estado y a sus instituciones para enfrentar los retos de la pandemia. Lo público ha vuelto a jugar un lugar esencial y la presencia de las instituciones de salud y sociales han mitigado los efectos mortales de la pandemia, no obstante, la asimetría y desigualdad social y económica de nuestras sociedades han mostrado como nunca la contradicción del modelo dominante actual que desdibuja la correlación entre lo económico, lo político y lo natural.
Un asunto que preocupa a muchos ciudadanos son las medidas de excepción y emergencia económica que están tomando los gobiernos para atender la pandemia. Si bien ha sido necesario aplicar este mecanismo jurídico para actuar de forma inmediata, la prolongación de la excepcionalidad ha comenzado a dibujar una nueva normalidad que se está imponiendo por la ley y la fuerza y no por el consenso social y el debate público. El clásico debate que inauguró la época moderna entre la seguridad y la libertad deviene hoy actual y nos convoca hacia la pregunta, ¿Cómo queremos construir nuestro futuro en esta nueva normalidad? No hay mal que por bien no venga, dicen nuestros mayores cuando ven aparecer los males o dificultades en la vida. Detrás de ese refrán hay un llamado a superar la discusión solo coyuntural de los efectos inmediatos de la pandemia. Es necesario introducirnos hacia el debate público por la clase de instituciones locales, nacionales y globales que debemos deconstruir para enfrentar los grandes retos de esta pandemia y del cambio climático que deviene inminente.