Se dio a la tarea de explorar una combinación de escritores nariñenses actuales y “clásicos” del devenir de nuestra producción literaria regional, que para algunos es “nuestra” Literatura Nariñense
Hace algún tiempo, y luego de la lectura de otro de sus ensayos literarios en El Tiempo, volví a llegar a la misma conclusión de tantas veces, que Édgar Bastidas Urresty era, en nuestra tierra sureña, uno de los escritores mejor preparados para acometer la labor de dar a conocer nuestra literatura con un verdadero sentido crítico, y no meramente expositivo y laudatorio, como se había venido haciendo a veces entre nosotros, con las mejores intenciones, claro está, pero muchas veces sin honduras y, lo que es peor, más llenos de alabanzas que de fundamentos y, en no pocas veces, recurriendo a breves frases descontextualizadas de otros críticos del interior del país, y hasta de extranjeros, en este empeño. Claro está que ahora han empezado a aparecer nuevos analistas literarios, de las actuales generaciones, armados con herramientas filosóficas, sociológicas, antropológicas, políticas y, en general, humanísticas, pero también cobijados de una condición tan importante como la de la erudición: la de la independencia y limpieza en el análisis y en su exposición.
Siempre he sostenido que la Crítica Literaria (y en general Crítica Artística) es una nueva fase del desarrollo cultural de un pueblo. En el devenir humano, pienso que un pueblo primero se ubica y se afinca. Logrado esto, como segunda medida busca saciar de manera más duradera sus necesidades primarias de alimentación, techo, etc. Luego vienen las necesidades intelectuales, las que generalmente se recurre a saciarlas con la educación. Sólo entonces sobrevienen los cultores de la vida literaria y artística, quizá cuando las necesidades ya no son sólo materiales ni intelectuales, sino una mezcla de las últimas con las espirituales. Afincada la producción literaria y artística, sobrevienen los críticos (literarios y artísticos). Y entre estos y el tiempo siempre nuevo pero siempre igual que empieza a transcurrir, se decanta lo que quedará como cultura de ese pueblo.
Fue así como –con estas consideraciones que, sobre mi Sur, me han “perseguido”- algún día, sería por teléfono o en el cruce de alguno de los chats que nos hacemos de vez en cuando, le señalé esto al escritor Bastidas Urresty, y se lo planteé tal como lo expuse arriba, “encartándolo” con esa responsabilidad. Con su usual discreción y parquedad de palabras, no me respondió ni afirmativa ni negativamente en el momento, pero al parecer le caló mi amistosa solicitud-propuesta. Parece, según me lo ha corroborado luego, que desde entonces se dio a la tarea de explorar una combinación de escritores nariñenses actuales y “clásicos” del devenir de nuestra producción literaria regional, que para algunos es “nuestra” Literatura Nariñense, aunque otros están en contra de llamarla así; ambos con razones que acá no son del caso exponerlas, para extendernos más sobre el asunto.
Édgar Bastidas Urresty
A él quizá una parte de este trabajo le quedaba “fácil” (aunque “fácil” es un decir), pues “ha dado una mano” a muchos escritores con sus primeros escritos y aun con sus primeros libros, y quizá más allá, y por eso conoce a varios, pienso yo. Quien estas líneas escribe es agradecido deudor de su generosidad: no sólo hizo la presentación de mi primer libro, mi poemario Transparencias (1991), sino que se ocupó de todos los detalles que requiere una ceremonia de esas, desde la solicitud al Banco de la República, sucursal Pasto, de sus instalaciones y su amplio y agradable auditorio, hasta de los carteles de publicidad e invitación y de las tarjetas de invitación de la convocatoria a los invitados, acto que se realizó el 14 de enero de 1992, a las 6:30 pm. Además, hizo el discurso de la presentación. Es decir, todo. Jamás me dijo cómo hizo todo esto. Él aún residía en nuestra capital entonces, como profesor de la Universidad de Nariño o como uno de sus directivos. No recuerdo. Esa vez se lo agradecí personalmente pero jamás hasta ahora lo había hecho de manera pública y sea esta la ocasión para hacerlo, en nombre no sólo mío, sino de tantos otros escritores, unos que como yo han torcido definitivamente su vida por el solitario camino de la escritura, senda llena de acechos y asechos, y otros que preferirían darle otros destinos a su existencia. Pese a que él era profesor de mi universidad en mis últimos semestres, yo era un desconocido para él, porque mis estudios de Química y Biología en la Facultad de Educación, no tenían nada que ver con las áreas en las que él se desempeñaba en el Depto. de Filosofía y Literatura. Claro está que yo sí lo tenía presente, porque mi universidad en ese entonces no era muy grande. ¿Cómo nos conocimos los dos?, o mejor, ¿cómo me conoció él a mí? Él lo narra en el libro que estamos reseñando hoy.
Siempre he señalado que los buenos críticos tienen la vocación de llevarnos de la mano hacia el conocimiento y el reconocimiento de las nuevas obras y de sus autores que, alrededor de las Ciencias Humanas y más específicamente de la Literatura, de la Filosofía y de sus afines, merecen nuestra atención. En su función magisterial, son algo semejante a nuestros padres o a nuestros buenos maestros, a quienes siempre recordaremos agradecidos. No sólo nos ayudan a encauzar nuestras preferencias lectoras sino que nos hacen partícipes de aquellos secretos que ellos han descubierto, que los han deslumbrado, y luego nos llevan de la mano hasta las puertas de ese asombro. Llegados allí, las cierran con toda discreción a nuestras espaldas para que disfrutemos el nuevo goce. Y aunque también comparten con nosotros su humana facultad de equivocarse, o de inducirnos involuntariamente al error, sin ellos sería imposible, en este apretado, convulsionado y bombardeado mundo postmoderno, escoger lo que a cada uno nos interesa o llama nuestra atención. Casi podría decir que ellos hacen un sabio “resumen” –por partes- del mundo inteligente de hoy. Por eso generalmente volvemos a ellos como a la casa paterna. Al final de la lectura de este libro, cada lector se formará una idea del mismo y verá si cumplió o no con sus expectativas.
“Letras del Sur intenta explicar la relación del escritor nariñense con la naturaleza, el paisaje andino y su expresión literaria y artística, en la novela, la poesía, el ensayo histórico y literario, el teatro, géneros que más ha cultivado y en los que más ha sobresalido”, señala el autor en la Introducción (Letras del Sur. Édgar Bastidas Urresty. Colección Autores Nariñenses. Alcaldía de Pasto. 2019; pg. 11;). Pero además de los géneros literarios de los que habla, el libro también se ocupa de manera breve de otros temas, afines más a lo antropo-literario, como de algunos mitos y leyendas afincadas en nuestras tierras de las etnias quillacinga y pasto, invadidas luego por el incario del Tahuantinsuyu antes de la llegada de los europeos, invasión también en lo cultural que llevó a estas tierras a disfrutar de las imbricaciones de una mitología y cultura en general, sui géneris, única en nuestro país, que quizá empieza a ser tenida en cuenta como parte de nuestro orgulloso ser cultural por nuestros literatos, antropólogos, sociólogos, por nuestros investigadores y en general por una gran parte de la población sureña. El capítulo que titula Memorias del Sur (pg. 159), me llama la atención. Hace un reflexivo recorrido por algunos destacados cultores de la novela en nuestro departamento, aunque antes ya ha hablado de este género allí, con otros protagonistas.
El autor con un grupo de escritores en un evento de poesía en Pasto, 2010
Entre los autores seleccionados a voluntad del escritor, se encuentra quien estas líneas escribe entre los cultores de la poesía escrita desde nuestro Sur. Si soy o no merecedor de semejante, generoso, homenaje sólo lo aclarará el paso del tiempo que todo lo deja en su sitio después de la borrasca del presente. Por ahora, con humildad pero también sin falsas modestias, otro agradecimiento mío al autor.
No quiero dejar pasar por alto la labor cultural del anterior Alcalde de Pasto, Pedro Vicente Obando (2016-2019), al dar a la ciudadanía pastusa, nariñense y a la población colombiana en general, esta colección de Autores Nariñenses. Ojalá que este esfuerzo continúe con el presente gobierno municipal, a pesar de todos los problemas de esta pandemia.
Reunión de 10 de amigos en 1969. El primero a la derecha corresponde a quien en vida fue el dr Álvaro Rivera Cruz.
Nota de pesar.- Me encontraba listo para enviar el anterior artículo a los periódicos donde generosamente me publican, cuando una llamada de Héctor Ovidio me dio la triste noticia del fallecimiento de nuestro común amigo y compañero el doctor Álvaro Rivera Cruz, cariñosamente nuestro “Gao” (jamás he sabido el porqué del apelativo). Hacía tiempos luchaba por su salud. Fue el único de entre la promoción de bachilleres de Tomasinos/70’ que –con una beca- estudió una carrera en Europa, medicina. Hacía parte no sólo de nuestro curso, sino también de nuestro ingenuamente feroz grupo de amigos de entonces: “Los Bolsifeos”, 12 total, la mayoría de los cuales, desde la pileta del parque mirábamos las lejanías de las tierras del socialismo comunista, como las de la Justicia y la Felicidad humanas, posibles aquí y ahora. El inexorable tiempo también nos aclaró esas aguas. Ahora, Álvaro también se ha ido. Paz en su tumba.