De Marzo a agosto se realizaron ocho elecciones en Colombia que dejaron claros mensajes para dónde va el pueblo colombiano política y electoralmente, además de ser una muy interesante antesala para la contienda democrática territorial del 2019.
Electoralmente este 2018 será un buen año, o positivo, para la imperfecta democracia colombiana. Y aunque las elecciones no son solo democracia, es mucho peor no tenerlas o no realizarlas.
Colombia tiene dos grandes temporadas electorales. Una nacional y otra en sus territorios, que se llevan a cabo en dos años seguidos.
La nacional acaba de concluir con la asombrosa realización de seis comicios directos o con la participación del electorado o pueblo colombiano y otras dos indirectas a través del constituyente derivado en los congresistas.
La territorial, en los departamentos y municipios, apenas anda en los agites preliminares a trece meses de una nueva cita con las urnas y que en muchos aspectos será influenciada por los resultados políticos que ocurrieron nacionalmente desde marzo hasta agosto, con la muy interesante realización de la primera consulta popular con cubrimiento en todo el país, estrenando este mecanismo de participación ciudadana.
La temporada electoral nacional que acaba de transcurrir dejó muchas lecciones y lesiones en la política colombiana, que ya son motivo de estudio y de interpretación por la academia, los politólogos, los columnistas de opinión y obviamente por los mismos políticos para entender qué fue lo que sucedió en los tres domingos o jornadas programadas de convocatoria a las urnas a los ciudadanos que conforman el universo electoral de Colombia y en las dos votaciones en el Congreso de la República, que fueron muy reveladoras para establecer cómo se están moviendo las distintas fuerzas políticas al comienzo de la era del nuevo Gobierno Nacional del sorprendente Iván Duque Márquez.
Pero con esta nota solo pretendemos un mirada o un acercamiento periodísticos a los hechos sucedidos, para ayudar a entender las principales novedades que dejaron los electores con su voto.
El origen de lo ocurrido electoralmente en el 2018 se gesta en el resultado del plebiscito para refrendar las negociaciones del paz del gobierno nacional con las desprestigiadas Farc, llevado a cabo el 2 de octubre del 2016, cuando el No le ganó estrechamente al SI.
Desde ese mismo momento y debido a la fractura, división y polarización de los colombianos por cuenta del delicado y sensible tema de la paz, despegó la campaña para las elecciones legislativas y presidenciales del 2018, con el mensaje contundente que el gobierno santista de turno no la iba a tener fácil, mientras que sus opositores uribistas recibieron un gran aliciente y se convencieron que podrían ser alternativa de poder, como al final así sucedió. Entre tanto, las tendencias independientes, alternativas, de centro izquierda y de izquierda estuvieron al acecho, para pescar en medio del río revuelto o de las disputas entre los ostentadores históricos del poder político.
El primer campanazo que anunciaba el retorno del uribismo al poder y el retroceso del santismo y sus aliados, se escuchó con la victoria de las listas del Centro Democrático en la elección del Congreso de la República del domingo 11 de marzo, pero no con la contundencia que esperaban en el número de curules en el Senado y menos en la Cámara, lo que los ha obligado a tener que pactar coaliciones con sus antiguos contradictores de la Unidad Nacional santista, lesionados y relegados a puestos secundarios, para ayudar a la gobernabilidad del Ejecutivo duquista y a la agenda legislativa, sin el mayor asomo o untada de mermelada.
Y las Farc fueron noticia al participar por primera vez en una elección, que les dejó como lección que el pueblo colombiano aún no les perdona la forma como degradaron lo que ellos llamaban lucha revolucionaria.
Ese mismo domingo se posicionó como fuerte candidato a disputar la elección presidencial un joven dirigente que muy pocos conocían en el 2014 cuando llegó al Senado en la lista cerrada del CD. Tras ganar la consulta partidista de la derecha Iván Duque Márquez tomó la delantera en las temibles encuestas, que nunca soltó y ayudado por la manito que le dio el dicho de moda de esta temporada electoral: “a votar por el que diga Uribe”.
Pero paralelamente de la consulta de la izquierda surgió inesperadamente como opción presidencial la figura contestataria a la política tradicional de Gustavo Petro, quien a lo largo de la campaña asustó al establecimiento con el temor a un insospechado gobierno socialista quiebra países, que fue la cruzada que promovieron contra él para contrarrestarlo en las urnas. El miedo fue otro gran protagonista, como arma sicológica, en la disputa electoral para no caer en otra Venezuela.
La primera vuelta catapultó como únicos candidatos presidenciales a Duque y a Petro y también dejó el mensaje que si los fajardistas hubieran sumado otros acuerdos habrían peleado hasta el final, además del estruendoso fracaso de los candidatos de los partidos tradicionales.
Precisamente Duque con la ayuda de esos partidos derrotados logró su elección presidencial con diez diez millones de votos por los ocho millones de Petro, cuya votación es otra lección y advertencia de que hay nuevas fuerzas y electores pidiendo un cambio drástico y hasta peligroso para los próximos años, en la conducción de Colombia.
Además la participación ciudadana en las urnas, con los 17 millones de votos por el siempre cuestionado Congreso, y los más de 19 millones en la definitiva elección presidencial, dejan muy tranquila a la democracia criolla, que termina el año con los muy llamativos 11.7 millones de sufragantes sin ninguna motivación extra distinta a la de enviarle un ultimátum a los corruptos.
Entre tanto, las elecciones en el Congreso del contralor y del CNE, además de dejar muchos lesionados, vislumbran que la lucha política dentro del Legislativo apenas empieza y que el presidente Duque y su partido el CD no la tendrán tan fácil para sacar adelante su proyecto político.
Con este panorama nacional de las elecciones 2018, comenzarán los primeros tanteos en las regiones y localidades, para la elección de gobernadores, alcaldes, concejales, diputados y ediles de las JAL.