Ayudar al otro, protegerlo, curarlo, CUIDARLO hasta cuando se recupere, es un sello de la naturaleza humana
Uno de los aspectos relevantes de esta tragedia colectiva global, es el hecho de que nos estamos haciendo preguntas: ¿Qué va a pasar cuando podamos salir de este encierro obligatorio?
Hay quienes consideran que todo va a seguir igual, que no tendremos ni el valor, ni la conciencia de propiciar ningún cambio. Otros consideran, por el contrario, que ya nada podrá seguir siendo como antes.
Está por verse.
Lo bueno de hacerse preguntas es que nos obliga a encontrar respuestas. De allí que exista también otro interrogante válido desde la retrospectiva: ¿Cómo fue que llegamos a esto?
Parece haber un consenso entre Tirios y Troyanos en el sentido de que el modelo económico neoliberal de libre mercado desencadenó unas distorsiones tan perversas en términos conceptuales, que tuvo el poder de construir una especie de universo a la medida de sus intereses.
Para este modelo, el mundo está dividido solo en dos grandes categorías: Los empresarios y los consumidores. Su fiebre privatizadora de todos los servicios públicos alcanzó dimensiones colosales, al punto que el papel de los Estados se redujo a ser simples reguladores del festín del mercado. Los pacientes, por ejemplo, dejaron de ser pacientes y se convirtieron en “clientes”.
El consumismo exacerbado, el exitismo, la entronización de la ley del más fuerte, el desprecio por todo aquello que no fuera “ciencia” al servicio del “progreso”, la ficción de la felicidad como meta, la idea de que no existe sobre la faz de la tierra nada que no tenga precio, el envilecimiento de los valores esenciales, la inequidad como sello, el enriquecimiento de muy pocos, el egoísmo a niveles de desafuero, constituyen, entre otros, el espectro de su “legado”.
Sus tanques de pensamiento se encargaron de difundir con textos, “estudios”, “profesores”, “científicos sociales”, libros, medios de comunicación, la idea de que se trataba del mejor de los mundos, que jamás la humanidad había estado en mejores condiciones y que habíamos evolucionado al nivel de dioses… ¡Así llegamos a esto!
La antropóloga estadounidense Margaret Mead (1901-1978) plantea en su texto Cooperación y competición entre los pueblos primitivos (1937) que el primer signo verdadero de civilización encontrado es el fósil del fémur de un hominoide en el que se evidencia la curación de una fractura. Para ella, es un descubrimiento más trascendental que el vestigio de alguna lengua, la señal de una escritura o los restos de alguna herramienta primitiva, porque esa curación entrega toda una narrativa que nos separa definitivamente de las bestias.
Si un animal salvaje se rompe una pierna, está condenado a morir irremediablemente y es abandonado a su suerte por la manada. Se convierte en presa fácil para los depredadores.
Ayudar al otro, protegerlo, curarlo, CUIDARLO hasta cuando se recupere, es un sello de la naturaleza humana.
Estamos hechos para vivir en función del otro, con el otro. La solidaridad y el CUIDADO hacen parte imborrable de nuestra impronta.
Separarnos de esa condición, manipularnos para que empezáramos a pensar diferente, inducirnos al DESCUIDADO, es la más execrable de las acciones enajenantes del neoliberalismo.
EL DESCUIDO es desatender, marginar, omitir, orillar a los otros. EL DESCUIDO es desconocer. En él se resume la insolidaridad, el desprecio, el desinterés. Así nos han querido: ¡DESCUIDADOS! Esa es la tarea en la que están comprometidos. Cuando esto termine, van a querer que el DESCUIDO se imponga, nos absorba, nos maneje, dicte nuestros actos.
Depende de nosotros si es eso lo que aceptaremos que se imponga, o si seremos capaces de derrotarlos.