Un genio como Leonardo no surge por generación espontánea, ya que además de extraordinarias condiciones individuales se requiere todo un sistema que propicie no sólo su aparición sino el estímulo a la creatividad, sea esta individual o colectiva.
En columnas anteriores mostramos algunos aspectos de la genialidad de Leonardo, ahora surge la inevitable pregunta sobre el entorno sociocultural y político del Renacimiento bajo el cual fue posible que apareciera este ser excepcional en la historia de la humanidad, así como sobre las condiciones bajo las cuales desarrolló su trabajo como filósofo, científico, ingeniero, inventor y artista, disciplinas todas éstas en las cuales se destacó el gran florentino. Un genio como Leonardo no surge por generación espontánea, ya que además de extraordinarias condiciones individuales se precisa todo un sistema que propicie no sólo su aparición sino el estímulo a la creatividad, sea esta individual o colectiva.
Empecemos por un esbozo de los orígenes y entorno que propició el surgimiento del Renacimiento centrado principalmente en lo que hoy constituye la República de Italia, pero que también tuvo algunas manifestaciones menores en los países bajos, lo que hoy es Holanda.
Con la caída del imperio romano, Siglo VII de nuestra era, casi se llegó al olvidó del acervo cultural legado de la Antigua Grecia, además de las recapitulaciones y aportes que a esos saberes hicieron los romanos. De todo ese patrimonio apenas se salvó, aunque fragmentado, el platonismo y sobre todo el aristotelismo, pero reinterpretado para hacerlo compatible con el cristianismo imperial impuesto por el emperador romano Constantino. Nace así la Edad Media y la doctrina escolástica que la caracterizó, una mezcla amorfa de la filosofía natural de Aristóteles y de la teología de Santo Tomás de Aquino, pero dominada por la ortodoxia religiosa impuesta por el papado, donde cualquier desviación era calificada y castigada como herejía. Así lo muestran, entre otros, las condenas a Giordano Bruno, a Giovanni Pico della Mirandola, la prohibición a Leonardo para seguir con sus investigaciones anatómicas y el juicio a Galileo Galilei.
En este medio hostil surge lo que se ha dado en llamar el “El paradigma científico”, así denominado el entorno requerido para el rescate de la ciencia, en principio orientado hacia el redescubrimiento y reinterpretación del legado filosófico y científico de los griegos, posible gracias a la conservación de textos originales o de traducciones árabes al latín, en su mayor parte atesoradas en Bizancio, “La Roma de Oriente”. A esto se agrega la presencia de pensadores árabes en el Islam que, con mayor libertad que sus pares cristianos, pudieron desarrollar ciencia y filosofía propias, como fue el caso del médico y filósofo Avicena (Ibn Sina) en el Siglo XI con su “Canon de Medicina”, la biblia médica que codificó todo el conocimiento médico griego y árabe; como médico y filósofo árabe, nacido en Córdoba, es necesario también recordar a Aberroes, gran estudioso de Arístóteles. Los matemáticos árabes tradujeron y sintetizaron, entre otros, los textos griegos y recopilaron conocimientos de Mesopotamia e India; de la mayor importancia fue el matemático al-Kitab al-mukhtasar fi hisab al-jbr wal-mukqabala, cuyo libro al jbr (título comprimido) origen del álgebra, una de las herramientas básicas del lenguaje matemático.
Lo anterior se complementa con situaciones geopolíticas y concepciones filosóficas favorables al surgimiento de las artes y de las ciencias renacentistas, tales como el fortalecimiento de una burguesía culta y rica, el florecimiento del antropocentrismo y el humanismo, centrado en la búsqueda primordial del bienestar del hombre en su vida terrestre y de un optimismo generalizado, a lo cual se suman los mecenazgos de poderosas familias (Los Medici en Florencia, los Sforza en Milán, los Borgia y el papado en Roma). La imprenta, en uso desde principios del Siglo XVI por editoriales establecidas en varias ciudades europeas, permitió divulgar el libro con la consecuente expansión del conocimiento, así mismo las exploraciones en ultramar por los portugueses y españoles expandieron el mundo conocido.
En este luminoso despertar de la humanidad aparece Leonardo da Vinci, con todos los atributos que caracterizan la genialidad, que trataremos de particularizar en las siguientes líneas.
Curiosidad, capacidad de sorpresa ante lo desconocido y entusiasmo extraordinarios, entendido entusiasmo en el sentido que le dieron los griegos en la antigüedad clásica: posesión de los dioses sobre un ser humano, escogido por sus virtudes excepcionales. En Leonardo la ciencia de la pintura, como él la denominó, en su afán por develar los secretos de la naturaleza, lo llevó a la investigación científica.
Capacidad de concentración, intensa y prolongada, sin otras distracciones. Como anécdota se cuenta que Leonardo, después de probar las maravillas del sexo, decía que aunque lo había disfrutado en todas sus formas prefería dedicar su tiempo al arte y a la ciencia.
Gran capacidad de memoria, en especial memoria visual y de representación mediante imágenes mentales comprehensivas de la realidad observada. Testimonio de ello son sus numerosos dibujos compilados en sus cuadernos o códices.
Talento excepcional en un campo especial. Su capacidad de observar y registrar detalles de la realidad, no evidentes para la mayoría, lo que le permitió el tránsito desde el arte a la ciencia, una nueva alianza entre fantasía y realidad. Como bien lo describe Jorge Alberto Naranjo en su ya citado libro “Estudios de Filosofía del Arte”: “La prueba estética es también física y fenomenológica”.
Persistencia en su empeño creativo ante la adversidad. Como hijo natural fue rechazado en su aspiración de ingreso a la Universidad de Florencia (Studium Generale); los Medici tardaron mucho en reconocer el genio de Leonardo, lo mismo que los Sforza y el Vaticano.
En próxima columna, y ya para ir concluyendo, trabajaremos la matematización de la naturaleza y los aportes pioneros de Leonardo a esta ciencia.