Con Leonardo y Francisco di Giorgio Martini se logró entender la tradición clásica y más aún, como en el caso de Leonardo, llegar al diseño de máquinas y avances tecnológicos, aunque algunas de ellas sólo se pudieron construir siglos más tarde.
En el proceso del conocimiento, el “sentido común” regula y registra la actividad de los cinco sentidos, concepción epistemológica que, según Jorge Alberto Naranjo en su Estudios de Filosofía del Arte, constituye la base del legado intelectual de Leonardo da Vinci a nuestra civilización. A este texto volveremos en una próxima columna, porque antes quiero trabajar sobre la tesis doctoral del ingeniero Miguel Ángel Contreras López de la Universidad de Málaga, titulada Leonardo da Vinci INGENIERO (2015) (https://riuma.uma.es/xmlui/bitstream/handle/10630/11449/TD_Contreras_Lopez.pdf?sequence=1).
“Son vanas y están plagadas de errores las ciencias que no han nacido del experimento, madre de toda la certidumbre”, con esta sentencia tomada del filósofo inglés Francis Bacon, padre del empirismo que caracteriza la cultura anglosajona, Contreras López nos introduce a la ingeniería en Leonardo, el primero entre los ingenieros renacentistas que hizo la transición desde la ingeniería a la ciencia, para quien entender cómo funcionaba el mundo natural no le era suficiente, también requería saber el porqué, lo que significa llevar la tecnología a la ciencia, el gran esfuerzo por racionalizar las leyes físicas y químicas que rigen el mundo natural.
Las formas superiores de la técnica han dado lugar a la ingeniería. Con la técnica el hombre ha dejado de adaptarse pacientemente a la naturaleza, tomando conciencia de que puede adecuarla y reacondicionarla en su beneficio, pero respetando el equilibrio que rige los ecosistemas, lo que hoy conocemos como Ecología. La ingeniería, entonces, es la forma suprema de hacer ciencia, aunque hasta ahora, inexplicablemente no existe una filosofía de la ingeniería, como si existe una filosofía de la ciencia.
Casi todo lo que nos rodea tiene alguna intervención humana, a tal extremo que nosotros mismos, en cierta medida hemos llegado a ser seres artificiales. Pensemos sólo en lo que ha significado la medicina para nuestra salud y longevidad, antes jamás imaginable por el hombre pre-moderno. Una larga vida productiva que está al alcance de apenas algunos privilegiados con alta capacidad de consumo, en lugar de los más adaptados como lo determinaría la selección natural. Aunque estemos lejos de lograr que la costosa medicina especializada pueda llegar al grueso de la población, si es necesario avanzar en la masificación del acceso al agua potable, así como en el manejo de las aguas residuales y demás servicios sanitarios para la población más vulnerable, lo que hoy se posibilita con los avances de la ingeniería.
Arquímedes, el gran ingeniero de la antigüedad, fue el padre de la estática, de la dinámica y de la hidrostática que con su obra logró la síntesis entre la geometría y la mecánica; entre sus aportes fundamentales a la técnica se tiene el haber descubierto el principio de la palanca y el diseño del tornillo (“El tornillo de Arquímedes”), las primeras máquinas que potencializaron la fuerza humana. Por su lado, Aristóteles en su conocida obra “Ética a Nicómaco” postula tres formas o tipos de saber: el contemplativo, el práctico y el productivo. El contemplativo se refiere al saber especulativo, propio de la matemática y de la filosofía. El saber práctico se refiere a las formas de las relaciones humanas en el seno de una comunidad social, vale decir la ética y la política; postula como comportarse y cómo regular la convivencia social. Por último, el saber productivo se refiere a la producción de cosas, a hacer aquello que previamente no existía, lo que es hoy la técnica y la ingeniería. Para Aristóteles “El técnico (y el ingeniero), lo mismo que el artista… crea algo que previamente no existía; enriquece la realidad con los productos de su ingenio; multiplica el mundo natural con cosas previamente inexistentes”.
Sin embargo, sólo durante el Renacimiento con Leonardo y Francisco di Giorgio Martini, como pioneros, se logró entender la tradición clásica y más aún, como en el caso de Leonardo, llegar al diseño de máquinas y avances tecnológicos, aunque algunas de ellas sólo se pudieron construir siglos más tarde.
Ya en el Siglo XVII, después de Leonardo, surge Galileo Galilei quien encarna el gran hito en la historia de la ciencia. En su última obra titulada “Discorsi”, Galileo resalta la importancia de los artesanos medioevales como precursores de los ingenieros y del pensamiento de los filósofos naturales, que más tarde se llamarían científicos. Galileo, en suma, con su genial intuición que lo llevó a aplicar conocimientos acreditados en el dominio de la técnica al ámbito del pensamiento científico, personaliza el gran giro que requería la humanidad para avanzar, vía la Ilustración hacia la Modernidad, bajo la consigna “sabiendo podemos hacer” y la célebre divisa de Kant “atrévete a pensar”.
Pero fue sólo a partir del Siglo XVIII con la Ilustración y la École Polithecnique de Paris, fundada en 1794, cuando empezó a desarrollarse la ingeniería basada en las matemáticas, la física y la química, hasta llegar a nuestra civilización que hoy llamamos la edad del conocimiento, donde se ha logrado, con el avance de la tecnología computacional, la fusión integral de la técnica y la ciencia.
En próxima columna volveremos sobre la obra de Jorge Alberto Naranjo, atrás mencionada, y seguiremos con el libro de Fritjof Capra, La ciencia de Leonardo, que conocimos gracias al estudioso ingeniero y magistral conferencista Francisco Restrepo Gallego.