Nicolás Maduro apela al argumento de los tiranos: la cárcel para los venezolanos que persisten en la oposición activa y el despliegue militar contra Colombia como cortina de humo.
La nueva comprensión de la comunidad internacional sobre la tragedia de Venezuela, visible, aunque trasciende ese hecho, en los millones de ciudadanos que huyen de la miseria, reaviva pequeñas esperanzas por acciones que propicien el fin, cuando se acerca a su segunda década, de la tragedia llamada socialismo del siglo xxi.
En los medios de comunicación se ha dado amplia difusión, con ánimo de controvertirlas, a las declaraciones del presidente Trump y el vicepresidente Pence, sobre el desastre que es el gobierno chavista y sobre el riesgo en que se encuentra Colombia. A pesar del escándalo periodístico que los rodea, no son esas palabras las intervenciones más relevantes de la comunidad internacional ante el desastre venezolano.
Acciones con posibles consecuencias útiles a la protección de los venezolanos son la solicitud de seis países miembros de la Corte Penal Internacional -Canadá, Argentina, Chile, Perú, Colombia y Paraguay- para que el organismo investigue al actual gobierno venezolano por la violencia ejercida contra su pueblo; acción que coadyuva, propiciando que se abrevien procedimientos, al proceso de examen preliminar a la situación de Venezuela que la fiscal Fatou Bensouda había abierto en febrero de este 2018. Igual relevancia tiene la aprobación, por 23 votos favorables, 7 negativos y 17 abstenciones, del proyecto de resolución, preparado por 42 miembros de la ONU, que insta a la Alta Comisaría de la ONU para los Derechos Humanos a ejercer vigilancia sobre el chavismo, un régimen al que la ONG Human Rights Watch le ha demostrado responsabilidad en la detención ilegal de miles de personas durante las protestas de 2017 y el asesinato intencional de más de 200 activistas durante esas protestas. La forma como responda al mandato del Consejo le mostrará al mundo la verdadera posición de la comisionada Michele Bachelet frente a la tiranía que no enfrentó cuando presidía Chile.
Tras conseguir, el pasado 5 de junio, que el Consejo Permanente de la OEA aprobara la resolución que insta a la comunidad americana a acompañar a Venezuela, el secretario Luis Almagro ha intensificado la campaña de la Organización para alertar al mundo sobre la gravedad de la crisis en ese país. En el marco de ella ha logrado abrir, en paso sumamente importante, las puertas de centros de estudio y de medios de comunicación tan importantes como Financial Times.
Aunque es notable el movimiento de una potente maquinaria que trabaja para rescatar la democracia, el hambriento pueblo y la decadente economía de Venezuela, a ella le es difícil avanzar en los propósitos de defenestración del nefasto chavismo, la recuperación del país y la apertura democrática. Esas dificultades no se explican en la debilidad o eventual incoherencia de los actuales activistas por la recuperación de la que fue la tercera economía de América Latina sino en decisiones de sus predecesores y en la habilidad con que Rusia y China han jugado sus cartas en la crisis.
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Venezuela retrocedió al punto más bajo de su sobresaltada historia republicana impulsada por la tiranía castrista, que encontró en los chavistas a los sujetos útiles a su interés de afincar un satélite en tierra firme -¿y quién mejor para ello que el principal productor de petróleo en América Latina?-. El castrismo y sus áulicos avanzaron en sus pretensiones gracias a la tibieza de burócratas y líderes de los organismos multilaterales, que han equivocado su lugar como guardianes de la democracia y los derechos humanos, y por las posturas de Barack Obama, magnífico presidente en otros campos, que se movió entre la indiferencia por la suerte de los países latinoamericanos y la insólita complacencia hacia el castrismo. Sin lugar a dudas, el chavismo se acrecentó también por la interesada lenidad de Juan Manuel Santos, que no tuvo límites para hacerse de la vista gorda ante la satrapía chavista, buscando mantener de su lado al principal aliado de las Farc y el Eln.
Mientras las democracias dejaban pasar tiempo invaluable, el chavismo encontró convenientes y poderosos aliados en Rusia y China, especialmente esta última nación que a cambio de armas y votos favorables en los organismos de la ONU, acaba de recibir, y eso es lo poco que se comunica, el 9,9% de las acciones de Sinovensa para que una petrolera china cuyo nombre no fue precisado tenga ya el 49% de las acciones de esa empresa, y el anuncio de un acuerdo de 28 puntos e inversiones chinas en la producción de petróleo, siendo estas formas disimuladas de entregar soberanía sobre la fuente de riqueza y poder de Venezuela.
Al sentir que se le diluye el poder, Nicolás Maduro apela al argumento de los tiranos: la cárcel para los venezolanos que persisten en la oposición activa y el despliegue militar contra Colombia como cortina de humo. Esa precaria situación en la frontera parece, sin embargo, incomprensible para los pacifistas de escritorio, que insisten en que Colombia "pase de agache".