En el acto de hablar, el llamado saber elocutivo es la competencia lingüística que tengamos: hablar competentemente una lengua determinada.
El lingüista Eugenio Coseriu señala tres planos fundamentales clasificados así:
Designación: hace referencia a objetos no lingüísticos, es decir, a la “realidad” extralingüística; sean estos objetos, estados de cosas o contenidos mentales.
Significado: corresponde al plano lingüístico de cada uno de los seres humanos. Es el contenido de nuestra lengua particular. Es la parte denotativa de la expresión, donde no cuenta la intencionalidad.
Sentido: es el especial contenido lingüístico que en el discurso propio de cada persona, corresponde a las actitudes, intenciones o suposiciones del hablante; es la parte connotativa o intencional del mensaje.
Según Coseriu el hablar individual está determinado por cuatro factores:
El hablante: sigue las normas del discurso. En todo cuanto dice se comprueban esas normas.
El oyente: es destinatario del mensaje; según este, las formas de expresarlo varían (niños, profesores, académicos, amigos, etc.).
El objeto: es aquello de que se habla, por ejemplo: la ciencia, la vida, la imaginación, el amor, etc.
La situación: es la circunstancia en que se habla: la relación con el oyente y el objeto, hacen variar la forma, por ejemplo: clase magistral, discurso, diálogo, conversación familiar, expresiones amorosas, etc.
El habla es saber; el saber es competencia; es actividad; es obra; es producto.
En el acto de hablar, el llamado saber elocutivo es la competencia lingüística que tengamos: hablar competentemente una lengua determinada.
El saber idiomático es la competencia lingüística particular, individual; el uso personal del habla.
El saber expresivo es la competencia textual: saber convertir el habla en escritos, poder comprender textos, analizarlos, gustarlos, evaluarlos.
Para reforzar un poco los conceptos anteriores, citamos un aparte de lo que modernamente se llama Semántica de los actos del habla:
El filósofo británico J.L. Austin afirma que cuando una persona dice algo, como enunciar, predecir, avisar, su significado aparece en el acto de hablar, es decir, en su expresión, en su discurso.
El estadounidense John R. Searle se centra en la necesidad de relacionar los signos o expresiones con un contexto social o de otra naturaleza. Afirma que el habla implica al menos tres tipos de actos:
Actos locucionarios, cuando se enuncian cosas que tienen algún sentido o referencia.
Actos ilocucionarios, cuando se ordena algo por medio de viva voz.
Actos perlocucionarios, cuando el hablante hace reaccionar al interlocutor mientras habla, como: enfurecerlo, consolarlo, esperar algo o convencerlo.
Para conseguir la fuerza de las palabras y que ellas atraigan la atención, los signos y los tonos que se empleen, tienen que ser sinceros y adecuados, de acuerdo con el comportamiento y lo que cree el hablante; de esa manera, podrán ser reconocibles por el oyente, tendrán para él significado y encontrará autoridad y seriedad en quien le habla.
2. La Alianza Comfama-Metro Medellín
Nos convoca ahora a leer, en su exclusiva e invaluable colección Palabras Rodantes al poeta de los versos esotéricos, anímicos, testimoniales, Darío Jaramillo Agudelo. Un excelente prólogo escrito por el doctor Juan Luis Mejía Arango, para presentarnos el libro: Primero está la soledad, da cuenta de la valiosa vida y producción del escritor escogido para el libro número cien de dicha Colección:
“Darío Jaramillo se atrevió a nombrar la nostalgia, ese sentimiento que parecía erradicado del lenguaje de la modernidad por retrógrado e inútil. Pero recuperar aquello que se evaporó en el tiempo […] sigue siendo materia poética universal […]”.
Cerrar el prólogo de manera tan especial, me parece, que nace de un carácter y un espíritu poéticos, porque dice el doctor Mejía:
“Si algún joven sentado en el vagón del metro lee algunos de los poemas de esta antología y se estremece; si una joven que espera en la estación halla en alguno de estos versos las esquivas palabras que no encuentra en lo profundo de su alma enamorada, entonces comprendemos que la poesía tiene sentido […]”.
Acaba de pasar el 23 de abril, Día del Idioma, en que rendimos culto a la palabra, y leyendo esta Antología, que manos amigas me han hecho llegar, encuentro en la página 25 un curioso poema en el cual el autor declara la inutilidad de las palabras frente a la enigmática existencia de los gatos. Dice:
“Palabras para hablar de los gatos: / no hay palabras para hablar de los gatos. / Las palabras no abarcan a los gatos. /Los gatos son indiferentes / con los seres que hablan. / Un ladrido puede molestarlos / y un estruendo asusta a los gatos. / Pero los gatos no oyen las palabras / no les interesa nada que pueda decirse con palabras. / ¿Para qué las palabras si hay olfato, / para qué las palabras / si es posible el silencio?”.