Hay lecciones para los hombres, sean cristianos o no, sean creyentes o ateos, sean pobres o ricos, sean sabios o ignorantes.
La humanidad ha vivido a lo largo de su historia catástrofes inimaginables de ser soportadas. Sería suficiente una sola para que el hombre cambiara sus prioridades vitales, sus comportamientos con los demás y la adopción de una vida sana y saludable. El mundo no solo ha pasado por terribles pestes, sino que ha padecido de guerras y masacres, terremotos devastadores y hambrunas. Y lo más grave, acciones de los hombres que luchan por el poder y en su nombre se libran batallas fratricidas que nunca van en pos de la felicidad generalizada, sino de la entronización de tendencias y seudo filosofías.
Pasada la Semana Santa, analizando lo que realmente sucedió en la última cena de N.S. Jesucristo con sus proto apóstoles, hay que pensar en el propósito de esta especie de despedida con moraleja. Hay lecciones para los hombres, sean cristianos o no, sean creyentes o ateos, sean pobres o ricos, sean sabios o ignorantes. El mismo acto de la cena, nos manda el mensaje de la unidad que puede resumirse en el original principio liberal de la fraternidad. Nos lleva idealmente al atributo que debe transversalizar todo plan y todo acto de gobierno, que es la equidad según la cual todos merecemos vivir dignamente.
La otra gran lección es la del amor. Los hombres, y con esto hay que comprender el género humano, no sabemos amar: como amigos no podemos ser leales, como padres no sabemos proteger ni dar ejemplo, como guías carecemos de la humildad para aprender del guiado, como pareja desconocemos el enorme valor del otro, como pastores hacemos daño a la grey, como gobernantes desconocemos las necesidades del pueblo al que nos debemos, como seres privilegiados despreciamos a los más necesitados. La falta de amor campea en todos los aspectos de la vida familiar, profesional o ciudadana.
Pareciera que el amor no está en el ADN de la humanidad. Tal vez por eso no podemos entender que la última y gran lección de la cena con el Cristo, no es la eucaristía como rito de recibir la transustanciación de su cuerpo y su sangre, sino de la eucaristía como compromiso de servir a los demás, de ejercer la compasión por los demás como norma de vida. Y esto significa perdonar para que seamos perdonados; tolerar el color, el idioma, la raza y las creencias de los otros; respetar los derechos ajenos; socorrer a los necesitados en la medida de nuestras posibilidades; aceptar la voluntad de las mayorías.
Muchos piensan que al salir de la terrible peste que amenaza con la muerte de gran parte de la humanidad, vamos a ser mejores. La historia no da muchas esperanzas, pues en circunstancias semejantes el supérstite se siente privilegiado y sigue su vida y el guerrero vencedor somete y humilla al vencido. Será bueno cambiar para bien, que el bello por su belleza no humille a los poco agraciados, que el rico encuentre ocasión de compartir, que seamos capaces de dar el buen ejemplo que la humanidad requiere, que los gobernantes solo actúen en pos de la felicidad del pueblo y el pueblo tenga pan en la mesa y cobija en la cama.