María Isabel Rueda, con pleno conocimiento de causa, puso su columna al servicio expreso de los intereses torvos de una marca.
El tema de la “objetividad” en el periodismo ha sido motivo de no pocos debates, pues es evidente que esa “objetividad” sobre los personajes y los hechos está siempre mediada por las creencias del observador.
Cuando un periodista escribe, lo hace a partir de la manera como mira.
Reconocida la subjetividad, se apela entonces al argumento de “la verdad”. Lo importante -dicen – es que aquello sobre lo que se escribe sea cierto, que las fuentes estén contrastadas, que no exista mentira intencional.
El problema es que “la verdad” también es subjetiva. Cada quien transita por la vida cargando sus verdades a cuestas e interpretando el mundo a partir de eso en lo que cree.
Es necesario precisar que tener creencias o ideas diferentes no es un problema, pues la deliberación ideológica enriquece el conocimiento. Tanto en la derecha como en la izquierda hay pensadores, escritores y periodistas de innegable profesionalismo y seriedad.
En esta perspectiva, un hecho tan escandaloso como el de la columna de María Isabel Rueda sobre el glifosato no puede mirarse solo desde la subjetividad de la mirada que tiene ella sobre el mundo. La señora es del más recalcitrante talante conservador, sus ideas son decididamente retardatarias y “doctrinariamente” ha hecho, de manera clara, profesión de fe uribista. Sus creencias, aunque no necesariamente están en las antípodas del uso de pesticidas letales para la vida humana, no darían para criticar severamente su escandalosa columna.
El tema decididamente repugnante del escrito en cuestión es la manera como pretende distorsionar los hechos para embarcarse en la defensa de un veneno, apelando a la supuesta cientificidad de un “estudio” inexistente que, como se comprobó después, no era nada distinto que un texto propagandístico elaborado por la empresa que fabrica el pesticida.
María Isabel Rueda, con pleno conocimiento de causa, puso su columna al servicio expreso de los intereses torvos de una marca. Hizo una columna fletada disfrazándola de un texto de opinión. Faltó a la ética profesional, le vendió el alma al diablo.
Entra a engrosar la lista de personajes oscuros que ofrece el largo y ancho escenario de la corrupción en nuestro país y en el mundo: Medios, contratistas, políticos, empresarios, jueces, militares, ministros, presidentes, congresistas, carentes de todo sentido de la dignidad, que se venden al mejor postor.
Qué importancia adquiere la afirmación de María Santos-Sainz, sobre lo que encarna Albert Camus desde la moral de su compromiso periodístico: “un periodismo como contrapoder en democracias amenazadas por la connivencia de las élites periodísticas, políticas y económicas, y por el control de los medios por parte de grupos industriales…” (Albert Camus Periodista. Libros.com. 2013)
Si por aquí llueve, por allá no escampa.