No es necesario que se produzcan muertos o heridos para que una marcha se considere violenta, basta con el temor que infunde en la sociedad.
Dicen los estudiantes colombianos que defienden el derecho a la protesta pacífica, pero sus marchas siempre terminan en disturbios. Y son tan cínicos que acusan a supuestos infiltrados de la Policía de ser los causantes de las revueltas cuando de todos es sabido que las universidades públicas están plagadas de guerrilleros que ahora están apareciendo en las privadas también. ¿Acaso, a menudo, no hacen ‘paradas militares’ en las plazas de las universidades, las que están dedicadas a homenajear al Che Guevara, a Camilo Torres y otros matones?
Papel de idiotas útiles hacen los medios de comunicación al validar esas marchas con el cuento de que son pacíficas hasta que aparecen los encapuchados y las arruinan. No señores, bloquear calles impidiendo el libre tránsito de los ciudadanos hacia los sitios de estudio o trabajo, o cuando van de compras o en busca de atención en salud, es un acto de suprema hostilidad venga de donde viniere, sea de estudiantes, de transportadores o de monjitas de la caridad. Es un acto violento que desdice de la protesta pacífica.
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No es necesario que se produzcan muertos o heridos para que una marcha se considere violenta. La intolerancia que con la aquiescencia del resto de la comunidad académica demuestran los estudiantes más radicales, sin duda vinculados a agrupaciones terroristas, es más que suficiente para infundir temor en la sociedad, lo que constituye el mejor parámetro para demostrar que no se trata de protestas pacíficas.
Sin duda, no lo son, como tampoco lo han sido las acaloradas protestas de los taxistas, semanas atrás, o las asonadas de los indígenas en el Cauca, de hace unos meses, cuando había hasta un atentado preparado contra el presidente Duque. En todas estas ‘protestas’ el factor común ha sido el de generar miedo entre la población por medio de actos de terror para provocar esa compleja dicotomía que deriva en un grave disgusto hacia el gobierno de turno y las instituciones porque casi que cualquier solución es mala: malo si el Estado de derecho hace prevalecer las normas y reprime a los revoltosos a punta de bolillo y lacrimógenos y los captura, y peor si da a alguno de baja; y malo si la institucionalidad se arrodilla y permite que al soldado lo amenacen con machete en el cuello o que al policía antidisturbios le prendan candela con una bomba incendiaria. Luego, todos se preguntan, ¿qué puede esperar al ciudadano común?
Como puede colegirse, estos grupos ejercen una extorsión de doble vía valiéndose de exigencias que no pueden satisfacerse bien sea por razones económicas o jurídicas, con lo que arrinconan tanto al Estado como a la sociedad, poniendo a esta en contra de aquel por no conjurar la amenaza ni a las buenas ni a las malas.
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Desestabilizar es el juego, como lo vemos a lo largo de todo el continente, con reconocida participación de infiltrados venezolanos y cubanos —la «brisita bolivariana» a la que se refirió Diosdado Cabello—, y hasta de disidentes de las Farc. Debido a eso, al presidente ecuatoriano Lenin Moreno le tocó echar para atrás la decisión de quitarle el subsidio a los combustibles, lo que provocó una especie de ‘Caracazo’, aquella revuelta de hace treinta años en Venezuela, cuando Carlos Andrés Pérez subió los precios del combustible.
Protestas que derivan en una suerte de democracia tumultuaria; una oclocracia, o gobierno de las masas, disfrazada donde, sin embargo, terminan mandando los más fuertes dándole paso al totalitarismo. Por eso las exigencias de quienes protestan con intemperancia y barbarie no deben atenderse; para eso están las vías democráticas que deben ser respetadas bajo el imperio de la ley.
EN EL TINTERO: Y hablando de ‘protestas pacíficas’, ese Cartel de la Toga que liberó a ‘Jesús Santrich’ se ensaña con el expresidente Uribe a sabiendas de que sus seguidores no somos más que viejos, señoras y monjitas de verdad —que no hacen más que rezar el Rosario—, y que estamos muy lejos de incendiar el país en caso de que tomen una decisión traída de los cabellos. Pero habrá efectos, y serán muy graves para todo el país. ¡No jueguen con candela, señores!