Nuestro mayor reto es indudablemente la generación del recurso humano para la aclimatación de la paz.
En muchas de las universidades que hacemos parte del Sistema Universitario Estatal (SUE) hay conciencia, más o menos desarrollada, del importante papel que tenemos en el proceso de integración y aglutinación de la nación. No solo por la forma como contribuimos a formar el recurso humano, que es el poder más duradero de una sociedad pues es la fortaleza del conocimiento la que hace la producción eficiente y la vida cualificada e irreemplazable. También somos conscientes de haber originado las discusiones que dieron lugar a importantes procesos políticos no solo en Colombia sino en el mundo contemporáneo.
En las universidades se han generado las teorías sociales y se ha adelantado las discusiones sobre modelos de sociedad. Y se dio en algunas el paso a la formación de los recursos humanos que han nutrido tanto la dirigencia del Estado como los que desde su concepción política han conformado los movimientos contestarios. Quiero recalcar que independiente de que sea el modelo humboldtiano de la universidad para el conocimiento y la investigación, o el napoleónico de la producción de los administradores y gestores del conocimiento o el emancipatorio que se deriva del Manifiesto de Córdoba, en todos los casos en el seno de las universidades se gesta la paz, la continuidad o pervivencia de los modelos o se atizan los conflictos.
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Lo deseable, en mi perspectiva y visión de universidad, es que sea ella, ante todo, el espacio para el conocimiento, la discusión razonada y la generación de formas de convivencia que partan de la pluralidad de intereses y la necesidad de resolver los conflictos de manera negociada y argumental. Por esto, desde el año 2009, propuse en la Universidad de Antioquia adelantar una suerte de pacto contra la violencia en el campus que le sirviera de ejemplo a la sociedad para la resolución del conflicto histórico. No tuve mayor recepción y fueron mis más duros contradictores quienes defendieron la violencia como respuesta a un estado de cosas violento a su vez y se llegó en la polémica a afirmar que el derecho mismo era ya una violencia contra la nuda vida. Me quedé con el deseo de resolver por la vía del pacto la recurrencia a la violencia como mecanismo de expresión de las ideas. Pero quedo con la satisfacción que el movimiento insurreccional, acosado quizás por las políticas de la seguridad democrática, adelantó su propuesta de un pacto y desde la presidencia se avanzó hasta lo que tenemos ahora como un Acuerdo.
Ha sido un paso descomunal el que como nación hemos dado al intentar resolver las diferencias no por la vía de las armas, como ha sido siempre, sino por el de la política. Es un enorme progreso así estemos enfrascados en fuertes debates sobre el contenido de los acuerdos, las formas de justicia, el camino de la reparación, el sentido del olvido, el contenido del perdón y el alcance de la labor de la memoria. Por ello el papel fundamental que tienen las universidades del país en acompañar los debates, aclimatar las discusiones, divulgar la historia, mostrar las herramientas teóricas y saludar la civilidad necesaria con su propio ejemplo.
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Nuestro mayor reto es indudablemente la generación del recurso humano para la aclimatación de la paz. Si en el pasado le entregamos a la sociedad egresados dispuestos a agudizar contradicciones y profundizar conflictos ahora el reto es ofrecer a la sociedad ciudadanos dotados de una sólida ética civil, preparados para adelantar las conversaciones y resolver las disputas conforme al derecho y con la mirada centrada en el fortalecimiento de la democracia.