Considerando nuestros recursos hídricos y mares, deberíamos ser ricos en pesca, y potencia exportadora generando divisas y no gastándolas
Jardín es el paraíso en la tierra, no obstante la inmensa cantidad de turistas, que si bien propician fuentes importantes de empleo para el municipio, alteran de manera no muy favorable la vida de sus habitantes, especialmente los fines de semana; allí se disfruta de un buen plato - como en Belmira o en Salento -, la trucha, bien preparada y deliciosa, la cual, me aseguran algunos tíos y primos pioneros de este negocio en el pueblo, es nativa, casi de apellido Velásquez, y no chilena, como se me ocurrió pensar en algún momento. Y es que Chile es el mayor exportador mundial de truchas, con una participación del 67 por ciento en el mercado global, y es cuarto en pescados y mariscos, mientras los colombianos nos dedicamos a comprarlos en el exterior, exceptuando, por fortuna, las mencionadas truchas. Nuestra hidrografía es de las más ricas del mundo, posicionado el país por la FAO en el séptimo lugar en el ranking mundial de este recurso; y como si fuera poco, tenemos dos mares, que hay que advertirle al gobierno, también tienen agua. Tanta riqueza, y algunos se preguntarán por qué tenemos que importar aguas envasadas extranjeras como Perrier o Evian, e incluso, por qué hay que comprar el agua si en cada río o arroyo podríamos beberla sin costo, o más cerca aun, tomarla del grifo de la casa. No faltará algún inquieto investigador que proteste porque en un mercado mundial del agua que asciende a 25.000 millones de dólares, Colombia apenas vende poco más de 16 millones. Pero hay que decir, dejando de lado el agua como negocio, que, aunque no lo sepan en el Ministerio de Agricultura, el agua sirve como vivienda de los peces, y por ello, considerando nuestros recursos hídricos y mares, deberíamos ser ricos en pesca, y potencia exportadora generando divisas y no gastándolas, como ocurre ahora, con más de 490 millones de dólares dedicados a la compra externa de pescados y mariscos. Algunos culpan a la corriente de Humboldt, otros al alto precio de los combustibles, y muchos más a la contaminación de los ríos, a la nefasta minería y hasta al cambio climático; curiosamente pocos le atribuyen responsabilidad al Gobierno Nacional, que sin duda alguna adolece de una incomprensión de la importancia económica y alimentaria de este importantísimo sector; los funcionarios del Ministerio de Agricultura se suben a una lancha pero solo si llega a Barú. En los años setenta el Rio Magdalena colaboraba con 80 mil toneladas de pescado, hoy tan solo con 18 mil.
Vietnam y Chile son nuestros principales proveedores de pescados y mariscos frescos, con 55 y 50 millones de dólares, respectivamente, y les sigue de cerca Ecuador con 43 millones de dólares; increíblemente, le compramos también pescado a Seychelles, por valor de 3,4 millones. En productos preparados, a los ecuatorianos les compramos anualmente 149 millones de dólares, principalmente en atunes y sardinas. Colombia vende apenas 6 millones en truchas, y la misma cifra en atunes, y hay que ser justos con el buen trabajo que se viene realizando con la producción y exportación de filetes de tilapia, cuyas ventas externas el año anterior superaron los 60 millones de dólares. Esta nación es mares y ríos, pero sin peces, y peor, sin política pesquera, aunque quizás haya una en ciernes, no sabría decirlo. Lo cierto es que observamos, sin protagonismo alguno, la existencia de un impresionante mercado mundial de pescados y mariscos frescos por valor de 125 mil millones de dólares, liderado por China y Noruega, cuyas exportaciones en 2018 ascendieron a 13 mil y 12 mil millones de dólares, respectivamente; en Latinoamérica, nuestro país es el undécimo exportador, lejísimos de los chilenos que se acercaron a la cifra de 6.000 millones de dólares, seguidos ellos por Ecuador y Argentina, con ventas externas de 3.600 y 2.100 millones, respectivamente. Perú se aproxima a mil millones de dólares en ventas anuales, y los venezolanos tienen tiempo para pescar, superando también a Colombia que facturó 126 millones de dólares.
Concluyo preguntando: si no hay política de Gobierno Nacional, y si el trabajo de fomento exportador de algunos ministerios y de Procolombia es relativamente modesto y sin resultados, ¿No debería el departamento de Antioquia tener su propia política de fomento y de promoción de nuevos renglones para su internacionalización, gerenciada por sus propias instituciones?