La indispensable participación de los jóvenes en la acción contra el cambio climático es todavía una asignatura pendiente.
Circula en internet el documental, de ribetes trágicamente proféticos: 2050 ¿demasiado tarde?, uno de varios con propósito semejante, cuyo contenido muestra imágenes del mundo que le espera a la humanidad si no reacciona con urgencia para revertir la destructiva fuerza del cambio climático. Sus secuencias muestran campos de cultivo desérticos y desolación por doquier. No se refiere a un tiempo indefinido ni tan lejano: faltan sólo 32 años para el medio siglo. Los adolescentes de hoy estarán llegando a sus cincuentas y serán padres criando a hijos en un escenario significativamente distinto al actual, si los pronósticos del documental se cumplen.
No es una cinta de terror y si es un filme con opiniones y predicciones de expertos seriamente dedicados al estudio de las mudanzas climáticas. Sus dramáticas escenas de un futuro que ojalá no llegue, intentan sacudir las consciencias de los actuales habitantes de la tierra.
Los productores hicieron bien en dejar la pregunta planteada porque así enfatizan el doble dilema: ¿Cómo llevar el conocimiento científico disponible a todos los niveles de la consciencia colectiva? y, ¿haremos lo necesario para frenar el daño en curso y el que se avecina? En ambos casos, desafortunadamente, aún no hay respuesta y la sombra oscura del año 2050 está vigente.
No sabemos si conseguiremos reducir las emisiones de carbono en la magnitud necesaria y, mientras tanto, se cierne sobre nosotros la elevación promedio de la temperatura, el aumento del deshielo polar y la consecuente elevación de los niveles de los mares que tendrán como primeras víctimas las islas Tuvalu, uno de los 4 países integrantes de la Polinesia. Sin mencionar, claro, otros desastres naturales y humanos presentes también en el libreto de esa situación que cada vez más deja de ser hipotética.
Cae por su propio peso que quienes más sufrirán si estas predicciones se cumplen serán niños y jóvenes. Un informe preparado por el Comité español de Unicef señala que “el cambio climático tendrá cada vez más consecuencias sobre todos los seres humanos, pero los niños se verán afectados de manera desproporcionada, especialmente en las zonas donde la pobreza es más aguda”.
El trabajo con las nuevas generaciones, ahora, en 2018 y años siguientes, es indispensable. Una necesidad inmediata es definir mecanismos estructurados y sostenibles, dentro y fuera de las escuelas, para llevar hasta ellos el conocimiento disponible sobre estado de los ecosistemas y las estrategias para protegerlos. Esta sola, dentro de tantos otros asuntos, ya es una tarea de grandes proporciones porque implica conocimiento de la realidad local y global, pero, por sobre todo, conocimiento capaz de traducirse en actitud y compromiso práctico frente al problema.
Hace una semana se reunieron en Nueva York, coincidiendo con la Asamblea General de la ONU, 50 jefes de Estado y 250 empresarios para revisar los compromisos de la Cumbre un planeta, realizada en París a fines de 2017, uno de cuyos 12 acuerdos fue: “incorporar investigadores y gente joven a la acción por el clima”. Casi todos los encuentros de esta índole hacen referencia al papel de quienes tienen menos edad, pero, en los hechos -y pese a su importancia crucial- no se concreta en la dimensión necesaria. Lo mismo ocurre en nuestros países donde el tema aún es asunto de autoridades educativas o de ministerios responsables del medio ambiente. Afortunadamente la sociedad civil e innumerables organizaciones de base han hecho buena parte del trabajo al lado de las nuevas generaciones y sin ellas la situación sería más crítica aún.
A este ritmo perdemos cada día la oportunidad de compartir con los más jóvenes las herramientas necesarias para que sumen su energía, con amplio conocimiento de causa, a la impostergable tarea de revertir el cambio climático.