Encontramos al payador urbano en los cafés, los almacenes y peñas. Fue distinguido visitante de tertulias, luego sería invitado a los teatros y a la radio, y será en estos lugares donde encontraremos a José Benotti
“Seguramente, cuando en su milonga “Betinoti” Homero Manzi metaforiza: «Mariposa de alas negras/volando en el callejón», lo estaba imaginando con aquel moño habitual o corbata volandera, caminando por alguna calle oscura y la luz de un farol apuntando a su cuello”. (1).
…”Mariposa de alas negras
volando en el callejón,
al rumorear la bordona
junto a la paz del malvón.
Y al evocar en la noche
voces que el tiempo llevó,
van surgiendo del olvido
las mentas del payador. (…)”
Terminada la lectura de los versos de Manzi, es pertinente recordar que él llevó la vida de José Betinotti al cine en la película El último payador, aunque en honor a la verdad no fue el último, y sí que fue el más recordado y popular, recibió la invitación de Gabino Ezeiza- quien lo sobrevivió- para incursionar juntos en la payada.
Ahora bien, pensemos que la payada es un arte poético musical heredado de la cultura hispánica y el payador es un cantor popular que acompaña con guitarra sus cantos en versos octosílabos improvisados que en ocasiones se presentaban en duelos con otro payador, buscando vencerlo con preguntas y temas, brotando coplas sentenciosas; lo que se ha llamado contrapunto.
La payada o trova se encuentra también en el repentismo cubano, la copla llanera y la piqueria vallenata, que asimismo está alojada en el repentismo, cada una de ellas puede utilizar la guitarra, el arpa o el acordeón. Hay más lenguas y países que tienen la trova en su folclor, y tendremos que remitirnos entonces al bertsolarismo vasco y a la regueifa gallega. Igual en los textos homéricos aparece un aedo que es el cantor y en las Bucólicas de Virgilio se presentan dos pastores: Menalcas y Dametas, que se desafían en una lid poética, que tenía sus propias reglas.
El payador fue rural en un principio, sin embargo, acosado por distintas circunstancias llegó hasta los pueblos y ciudades con dolor de ausencia, buscó los circos para actuar en ellos y se asentó en los suburbios de Montevideo y de Buenos Aires.
Después de este recorrido encontramos al payador urbano en los cafés, los almacenes y peñas. Fue distinguido visitante de tertulias, luego sería invitado a los teatros y a la radio, y será en estos lugares donde encontraremos a José Benotti.
Cátulo Castillo y José Razzano, lo evocan en Café de los Angelitos, sitio histórico al que asistían otros payadores como Gabino Y Cazón.
“Cuando llueven las noches su frio
vuelvo al mismo lugar del pasado,
y de nuevo se sienta a mi lado
Betinotti, templando la voz. (…)”
Hijo de inmigrantes italianos, este Betinoti nació en Buenos Aires en 1878, y se dejaron de escuchar sus versos cuando sólo tenía 37 años, por una temprana muerte. Su presencia en el escenario no requería del contrapunto, prefería cantar solo, aunque muchas veces el público proponía el tema.
Su composición más famosa es Pobre mi madre querida, en nota de Orlando del Greco, Gardel cuenta a Doña Berta que estando en París en 1931 lo visitó Charles Chaplin y él le cantó varias piezas entre ellas Pobre mi madre querida, cuyos versos le eran traducidos al cineasta, quien demostró importante emoción.
Fue un hombre consagrado y dedicado cuidador de su madre, sin embargo, sus versos aludían a la vida del arrabal, temas muy distintos a los usados por los payadores rurales. Él mismo hacía la propaganda de su obra en folletos de bajo costo para que pudieran ser obtenidos por un gran público que quería conocer las historias.
Y hablando de los personajes que con la palabra dieron lustre a su época, quiero despedir las notas con un apunte sobre dos leyendas, la de Santos Vega, payador del siglo XVIII, el más grande de los payadores en el imaginario cultural argentino; cuentan los hombres que terminó sus días en una payada con Gualberto Godoy, hombre del periodismo, pero la verdad es que Godoy era el diablo.
Veamos luego que el juglar, cantor errante, no componía versos, pero sí los cantaba, y digo esto porque estoy aludiendo a la leyenda del juglar vallenato llamado Francisco el Hombre, quien en una noche de regreso a su casa, hizo un alto en el camino para tocar su acordeón y se percató de que alguien más lo estaba interpretando y quería superarlo.
Francisco fue hasta donde estaba el músico y lo encaró, pero se sorprendió porque el personaje era el diablo quien con su canto apagó la luna y las estrellas, y todo quedó en penumbras, al ver esto el juglar cantó una canción muy bella y rezó el credo al revés, entonces la luna y las estrellas volvieron a brillar y el diablo llevó el acordeón a rastras y se perdió en las montañas.
En cien años de Soledad es recreado cuando llega a Macondo a contar con su canto las noticias de sitios vecinos, fue así como “Úrsula se enteró de la muerte de su madre, por pura casualidad, una noche que escuchaba las canciones con la esperanza de que dijeran algo de su hijo José Arcadio”.
(1) Néstor Pinzón. Página Todo tango.