20 años después de la masacre de Machuca, parece que el Eln no ha aprendido la lección e insiste en la barbarie de la guerra.
Aunque han pasado veinte años no ha sido tiempo suficiente para que la guerrilla del Eln pida perdón, de verdad, por la barbarie del 18 de octubre en el corregimiento Fraguas de Segovia, que pasó a la historia como “la masacre de Machuca”; peor aún, no parecen haber aprendido la lección.
Cada vez lo que parece más claro es que se trata de una organización con más vocación criminal que política, porque han malogrado cuantas oportunidades de negociación les ha brindado el gobierno, en representación de la sociedad colombiana. Hoy, en perspectiva, es más fácil comprobar que efectivamente son más radicales que los guerrilleros de las Farc, como dijeron muchos analistas que no siempre tuvieron eco.
Precisamente la masacre de Machuca ocurrió en tiempos en que el gobierno de Andrés Pastrana adelantaba diálogos con ellos, en medio del conflicto. Sí, diálogos en medio del conflicto y con apoyo de una comisión en la que estaban el centroamericano Manuel Conde Orellana y otras personalidades. El mismo escenario que le resultó inaceptable cuando recurrió a él uno de sus exministros.
No tuvieron en cuenta los guerrilleros la voluntad del gobierno ni calcularon la dimensión de sus actos, como lo reconoció alias Gabino en una entrevista televisada por esa época. Dijo que sus hombres “se equivocaron en la apreciación de las consecuencias que podía ocasionar el derrame de crudo”. Es decir que aceptó el ataque al oleoducto, pero como “no midieron correctamente el peligro que representaba esa acción para la población que estaba del lado de abajo”, se entiende como un daño colateral.
Y se entiende también que esa es la disculpa para una acción que cobró 84 vidas y dejó 30 heridos y 40 viviendas incineradas. Un pueblo en llamas, vidas arrasadas y secuelas imborrables. Más de 30.000 barriles de petróleo derramadas bajaron por el río Pocuné y se convirtieron en una bola de fuego que representó el día llegado. El río trajo el infierno a la tierra y por sus aguas corrió la muerte.
Pero ese infierno no tocó a la cúpula guerrillera que no ha tenido el valor de ir a pedir perdón por sus actos. En varias oportunidades han dejado a la población esperando a los delegados guerrilleros, que han encontrado cualquier excusa para no ir. Como han encontrado, desde antes de la tragedia, excusas para abortar los diálogos con el Gobierno y mantener su accionar armado y criminal.
Sí, hay una condena judicial contra la cúpula del Eln por esa acción, pero está lejos la aplicación de la justicia. De la verdad ha habido muy poco y nada de reparación, pero más grave aún: no existe ninguna certeza de no repetición allí o en cualquier parte del territorio nacional.
En su acostumbrado cinismo, Gabino dijo hace 20 años que estaba investigando a los guerrilleros que protagonizaron el ataque y que serían llevados ante “la justicia guerrillera”, como si las dos palabras pudieran realmente convivir en una misma frase. Pero los habitantes de Machuca siguen esperando la justicia, la expresión de arrepentimiento y la reparación, con la misma vehemencia con que el país espera algún gesto cierto que indique la voluntad de paz y desmovilización.
También esperan oportunidades por parte del Estado, algo más que actos simbólicos y anuncios como los que han soportado por dos décadas. El mismo tiempo, en el que no han podido llorar a sus muertos sin la mirada oportunista de algunos o la evasiva, socarrona y cínica de los otros. No más Machucas y no más guerra, ese es el clamor de un país que hoy reclama desde las calles más inversión para la educación y mejores oportunidades para quienes tendrán que guiar a la nación al desarrollo que, como el paraíso, tantas veces nos fue anunciado pero nunca hemos alcanzado.