Una novela de Thomas Mann acerca del exótico erotismo religioso, análisis de Reinaldo Spitaletta
Nos vamos para donde los indios de la India y, dentro de sus complejidades religiosas, hacia su politeísta hinduismo. Nos vamos a adentrar en los vericuetos de una leyenda india de la mano, las palabras y el cerebro de un narrador que busca oyentes, porque esta historia, más que para ser leída, es para escucharla. Las cabezas trocadas, novela corta de Thomas Mann, publicada en 1940, es la posibilidad de ver a un descomunal autor que se va hacia Oriente para desentrañar los misterios, si así puede decirse, de un triángulo amoroso entre una mujer de hermosas caderas y dos hombres, uno de 18 y el otro de 25 años, nacidos por segunda vez.
En sus Consideraciones de un apolítico, el escritor que a los 25 años ya había publicado su monumental Los Buddenbrook, dijo que “el ser humano no es solo un ser social, sino también un ser metafísico”. Y esta instancia o categoría es la que predominará en una novela que hunde sus reflexiones en una cultura milenaria, cuyas más antiguas raíces se pueden buscar en los épicos relatos del Mahabharata y el Ramayana. El karma, el destino, las encarnaciones, las presencias de dioses diversos -entre ellos, la sangrienta Kali, la de los dieciocho brazos-, las castas, en fin, enmarcarán el amor de la esbelta Sita con Nanda y Chridaman.
Es una novela sobre el deseo y sus fatalidades. El erotismo que abunda en la obra está cernido por la piel, pero, igual, por los cuerpos y las cabezas. Es una historia “sangrienta y perturbadora” como dice desde el principio el narrador. Y, el lector, bueno, es decir, en otras condiciones, el escuchador, se podrá impresionar con el momento de mayor intensidad de las peripecias de los tres personajes clave: la autodecapitación, el descabezamiento de los dos hombres-amantes, y el trastrocamiento de sus respectivas “torres de control”.
Thomas Mann
Los dos jóvenes, diferentes en edad y casta, también en sus profesiones u oficios, se enamorarán de facto y al mismo tiempo de aquella deslumbradora mujer que se baña en una fuente, desnuda, provocativa, imposible de no despertar pasiones de turbulencia y provocadora de corrientosas emociones. Chridaman, comerciante e hijo de comerciantes, será el primero en recibir esa descarga cuando, ambos, se topan con Sita. Nanda, herrero y vaquero, de cuerpo atrayente, es el otro lado del triángulo que tendrá igual a la belleza como una de sus características.
El mundo tembloroso de los deseos se esparce desde el momento en que los dos jóvenes tienen la visión de Sita, y es un momento para dualidades como alma/imagen; apariencia versus realidad, inteligencia contra estupidez. Sita, la de ojos de perdiz, produce, sobre todo en Chridaman, un arrobamiento que embriaga, una suerte de enfermedad súbita por la muchacha desnuda, de perfectos miembros y una hermosura que puede causar desdichas o inmensas alegrías. O unas y otras al mismo tiempo.
Los dos muchachos, que desde el principio son uno para el otro, que cultivan una amistad que por momentos puede parecer sospechosa, cuando se toparon con un baño a orillas del Mosca de Oro, muy cerca del templo de la Señora de Todos los Deseos y Alegrías, se darán cuenta de que sus destinos son inseparables (sus cabezas, en cambio, sí pueden separarse). En esta parte del relato, hay un recorrido por paisajes de ensueño, “que príncipes y grandes reyes no lo hubieran podido tener mejor”. Entre perfumes vegetales y cantos de aves, aparecerá una muchachita que iba a cumplir su ceremonia de baño, su baño de pureza. La descripción que de ella realiza el narrador es arrobadora.
“Caderas deliciosamente trazadas que daban una amplia superficie al vientre; con nacientes pechos de virginal rigidez y un trasero de ostentosa prominencia, que se rejuvenecía más arriba en una espalda muy delgada y graciosa…”. En todo caso, la esbeltez de “ese trasero maravilloso” con la elasticidad “juncal de la espalda de hada”, entre otros atributos, hacían de la muchacha de la fuente una aparición celestial. Era, claro, Sita, la hija de Sumantra, cuidador de vacas, de la aldea llamada Hogar del Bisonte. Así lo dijo Nanda, en medio del arrebato que producía esta Virgen del Sol.
Las cabezas trocadas, una novela sobre el alma-cuerpo, acerca de los deseos como un modo de la relación con el Yo y el Tú, o, como lo dijo Chridaman, “todos los seres tienen dos existencias: una para sí mismos y otra para los ojos de los demás”, es un pequeño tratado acerca de las relaciones entre lo espiritual y lo material. Una ventana a la contemplación. A su vez, se pueden detectar cómo son los roles de las mujeres en las prácticas vedas, en las sociedades que están bajo las creencias del hinduismo.
Razón y sentido
Mann en esta obra (se la dedicó al eminente mitólogo alemán Heinrich Zimmer, experto en filosofías y religiones de la India) nos acerca con las sensaciones de la belleza física y metafísica al placer, al ejercicio de los sentidos en la búsqueda de regocijos de cuerpo y alma. Además, la posibilidad de meditar acerca de si es la cabeza o es el cuerpo el que domina en determinados momentos de la existencia. Y otra cosa, se puede hacer una lectura sobre el caminar, el peregrinar y sus significados. Como, al mismo tiempo, acerca de los hombres en soledad casi absoluta, como es el caso (patético muchas veces) de los eremitas.
Se podría decir que, en esta obra de deslumbramientos de los sentidos y con énfasis en el cuerpo y sus circunstancias, la razón no es un huésped ni una invitada especial, porque, dentro de las religiones, y más en una como el hinduismo, no hay manera de ejercitarse. Hay asuntos en los cuales no cabe su dominio, porque muchas cosas están dadas por las leyes de las correspondencias, por las divinidades, por la predestinación, por los nacimientos y las muertes. “Contra el destino nadie la talla”, dice un tango.
Por más inteligencia que se tenga, nada puede contra la voluntad de los dioses. Kali, fuente del ser, la “realidad última”, es una diosa destructiva, a la que hay que servirle con sangre. Y ella será definitiva en la erección y disolución final del triángulo de amor entre Sita, Nanda y Chridiman. La parte de las decapitaciones puede ser la de máxima intensidad en la obra, que, a partir de los sucesos de los descabezamientos y la resurrección de los descabezados, tomará por caminos insospechados. Y aquí puede formularse una pregunta: ¿Qué tanto es el poder de la deidad o de qué dimensiones es la debilidad del creyente?
Mujeres se bañan en el río Ganges, una tradición propia de la cultura hindú.
¿Qué es la cabeza y qué el cuerpo? Es una reflexión que hay que realizar tras leer la novela. ¿El placer es solo del cuerpo o también trasciende al espíritu? ¿Cuál es la relación entre espíritu y belleza? Una novela sobre el Yo y lo Mío, pero también sobre el Tú y el Otro. Y otra pregunta: ¿De quién es Sita? ¿De Nanda con la cabeza de Chridiman o de este con la cabeza de su amigo? Ambos la aman y la siguen amando después del trueque de cabezas y ella en la práctica es poliándrica, una situación que no se admite “entre seres elevados”.
Las cabezas trocadas puede ser, por qué no, una novela sobre los celos y, al mismo tiempo, acerca de la infidelidad. Todo atravesado por la presencia ineludible del deseo, de los delirios de la lujuria, de las ansias que a veces hacen doler el cuerpo. La llama ardiente de las atracciones fatales. Los miembros del triángulo saben o intuyen que después de la muerte tienen la expectativa de volver en otro tiempo a lo terrenal. El fuego final los torna a un estado de pureza, en el que ya no hay la sensorialidad placentera.
Qué piensa una cabeza en un cuerpo que no era el suyo. Entonces se pueden conjeturar sobre los destinos y cambios internos y externos, acerca de la desaparición (o, al menos, cambio) del sujeto, de la individualidad. Todos llegarán a ser uno. Y uno, todos. Es una novela sobre el “tres en uno” y la constancia final es inobjetable e ineludible.
El buen burgués y gran escritor Thomas Mann torna en esta novela por sus inclinaciones hacia la belleza y sus significados, a las relaciones entre aquella y el espíritu. De qué está hecho el espíritu y cuáles son los ingredientes que componen lo denominado bello. “Hay una belleza espiritual, y otra que habla a los sentidos. Pero algunos quieren atribuir por completo lo bello al mundo sensorial, separando de él en lo fundamental lo que corresponde al espíritu, de manera que el mundo aparecería dividido polarmente en Espíritu y Belleza”.
Una última pregunta que puede flotar en la novela es ¿de quién es Samadhi?, ¿hijo de Nanda o de Chridaman? Puede ser que el eremita, el que al fin de cuentas, en medio de una especie de burletería, da el laudo final sobre los cuerpos y las cabezas, deba ser de nuevo consultado. Si Nanda y Chridiman, los dos son uno, es posible que el hijo de Sita sea de ambos, aunque ella lo deja en claro, dirigiéndose a Chridaman: “Tú fuiste mi primer marido, el que me despertó y me enseñó el placer, tal como lo conozco, y a pesar de lo que el seco santo recitara y decidiera acerca de la mujer y la cabeza, el frutito que llevo bajo el corazón es, sin embargo, tuyo”.
Esta novela desconcertante nos propone una discusión sobre los conflictos entre el arte y la vida, el placer y la culpa, la belleza y el espíritu. Con el ropaje de una leyenda de la India, la propuesta trasciende aquellas geografías de misterio para internarnos en los asuntos, más terrenales si se quiere, del cuerpo y su autonomía. Dos detalles o, más bien, una inquietud para quien lee: una nariz caprina y un rizo de “ternero de la suerte”, qué significación tienen en la obra. Acaso, al final de cuentas, Las cabezas trocadas puede ser una novela sobre la identidad. “Desocupado” lector, ahí le queda tareíta.