Su empecinamiento confirma la influencia del lobby farmacéutico, por fortuna controlado en Colombia, y su afán de contener la petición de garantías laborales para las madres lactantes.
En sólo tres meses, Donald Trump ha emprendido fieras luchas contra los ingentes esfuerzos que la comunidad científica, los salubristas, las asociaciones de madres o por los derechos de la niñez, libran a fin de promover, y ojalá fuera universalizar, la lactancia materna como el mejor medio para nutrir con eficiencia y economía al infante en sus primeros meses de vida; garantizar su crecimiento saludable; transmitirle las defensas que lo protegen de mortales enfermedades; establecer indestructibles lazos madre-bebé, y ayudar a la recuperación de la materna, entre los más notorios beneficios de esta alimentación natural.
Lea también: Amor y leche materna
En la Asamblea anual de la Organización Mundial de la Salud, OMS, el gobierno Trump blandió las más despreciadas armas del imperialismo para bloquear una resolución reclamando a los gobiernos que promuevan la lactancia materna exclusiva hasta los seis meses y acompañada de otros alimentos hasta mínimo el primer año de vida. La iniciativa fue concebida por la comunidad científica y defendida por varios países, encabezados por Ecuador, nación que como un buen número de países africanos, fue presionada a retirar el proyecto a cambio de no ver reducidas las ayudas militares y económicas que Estados Unidos le entrega anualmente. El arrogante despliegue imperial fue contenido por el sagaz Vladimir Putin, imperialista emergente, que encontró en el proyecto de resolución de la OMS un popular instrumento para propinar una derrota sin peros a Donald Trump.
Lo invitamos a leer: De licencias a lactarios
En la disputa en el seno de la OMS, el gobierno estadounidense alegó que buscaba defender, y así lo reconocieron a The New York Times voceros del Departamento de Salud, “la libertad de las madres para escoger y acceder a alternativas distintas a la leche materna para garantizar la nutrición de sus hijos”. ¿Cuáles son las alternativas? pues la que ofrece la poderosa industria farmacéutica, que según los expertos obtiene anualmente $70.000 millones de dólares por la venta de leches artificiales al 60% de las maternas del mundo, incluidas las más pobres de los países más atrasados. En el débil argumento es posible descubrir el hábil lobby de las farmacéuticas, que el Ministerio de Salud de Colombia intenta contener en el campo de las medicinas. Pero también se vislumbra la intención del presidente por poner freno a cualquier intento que las madres o padres estadounidenses puedan hacer para modificar las leyes laborales que, en norma tramitada durante el gobierno Clinton, apenas les conceden la posibilidad de solicitar licencia no remunerada de doce semanas para cuidar a su bebé. La ley admite que las empresas en su liberalidad determinen, si remuneran ese período, en lo que es una garantía que tienen todos los países desarrollados y muchos en vías de desarrollo, pero que en Estados Unidos les es negada a las trabajadoras de más del 40% de las empresas.
El segundo tramo de esta guerra se libra desde el pasado domingo, cuando The New York Times publicó el artículo titulado La oposición del gobierno estadounidense a la resolución sobre lactancia materna aturde a los expertos de la OMS. El documentado informe que sacó a la luz el ejercicio imperial en la OMS abrió una informada discusión contra el errado enfoque del gobierno de una sociedad que, a más de ser conocedora y muy consciente, es fuertemente activista por la lactancia materna.
Vea además: Colombia sin hambre
El debate público, franco y contundente en redes sociales y medios de comunicación, fue ocasión para que Donald Trump abriera una nueva batalla con dos frentes de combate, ambos cargados de falacias. El preferido por el presidente es, ya el mundo lo sabe, tratar de demeritar el periodismo de The New York Times, tildándolo de falaz o, peor aún, acusando al prestigioso periódico de divulgar noticias falsas. Repitiendo flanco contra científicos, salubristas y madres, que es lo mismo que comunidades pro-niños, el presidente intentó nuevas frases que demuestran su dependencia del criterio de la industria y su ignorancia del tema. A más de defender su peregrina tesis de la libre elección arguyó, yendo contra toda evidencia, que la leche de fórmula es una opción necesaria para muchas mujeres “afectadas por desnutrición y pobreza”. Es obvio que la mejor medida de ayudar a una madre desnutrida es permitirle acceder a nutrientes, en su mayoría alimentos baratos, que servirán a ella y a su hijo. Y en lo atinente a la pobreza, nada afecta más el bienestar económico de una familia, y peor si es una madre soltera, que tener que asumir el pago de la muy costosa leche de fórmula, porque además no puede darse el lujo de una licencia no remunerada.
Como ocurrió en la Asamblea de la OMS, Donald Trump ha emprendido una batalla en la que tiene por acabar de perder el poco espacio que le quedaba en la opinión pública informada, y mucho el de la comunidad activista que tiene en la defensa de la lactancia una causa común a toda la nación estadounidense.