En el cierre de Mypimes también son culpables el exceso de trámites y las absurdas exigencias que atentan contra la supervivencia empresarial.
Siempre hemos hablado, y mucho, de las MiPymes, ese conjunto de empresas heterogéneas y disímiles, que incluye, desde un pequeño negocio de jugos de un emprendedor en su unidad residencial, hasta la gran sociedad con activos por valor de 25.000 millones de pesos, y buen nivel de exportaciones. Ese grupo de micros, pequeñas, y medianas compañías, a las cuales muchas entidades gubernamentales, grandes empresas, gremios, y bancos, dicen apoyar, es objeto de permanente exposición en los medios con enormes titulares sobre su generación de empleo, número creciente de empresas creadas, avances tecnológicos, éxito en clústeres, crecimiento de exportaciones, y miles de emprendimientos que supuestamente maravillan al mundo, etc. Queda entonces en la opinión publica la sensación de que las MiPymes colombianas son una innegable realidad de “talla mundial”. Y es que la importancia de este tipo de compañías en el mundo justifica el interés que suscita entre nosotros: en España las Pymes exportaron el año anterior 38.000 millones de dólares, casi la totalidad de las exportaciones colombianas, aunque sólo una quinta parte de lo que logra Italia con sus Pymes, arropadas muy exitosamente por la figura de los distritos industriales y por una marca país, como “Made in Italy”; en Taiwán la mitad de sus enormes exportaciones tiene origen en las pequeñas compañías, y en los países bajos son ellas las dueñas de casi la totalidad de sus ventas al exterior.
En Colombia, de acuerdo con el Rues de las Cámaras de Comercio, en 2018 se crearon más de 328.000 empresas –69.000 como sociedades y las demás como personas naturales-. Muchos pensarán que ello se debe a la confianza en el país, y otros, ingenuos o mal informados, asegurarán que es el resultado de las políticas de fomento gubernamentales, o de la facilidad en trámites para creación y desarrollo de pequeñas compañías. Lamentablemente, para arruinar la dicha de unos y de otros, Acopi nos dice que la mitad de las MiPymes constituidas se quiebran después del primer año, y sólo el 20 por ciento sobrevive al tercero, y que en buena parte esa mortalidad se atribuye a la falta de apoyo financiero; siendo así, creo que también son culpables el exceso de trámites y las absurdas exigencias de muchas entidades que atentan contra la supervivencia empresarial, cuando no contra la dignidad de los emprendedores. Es el caso del Invima, una especie de policía empresarial, con tantos requisitos para los permisos, que puede llevar al borde de un infarto a la humilde señora del municipio de Don Matías que se arriesgó a vender sus deliciosos helados en la plaza del pueblo, o al joven de los jugos que mencionamos al comienzo. Hay que ser justos diciendo que a la multinacional Nestlé le exigen lo mismo que a un campesino emprendedor.
No puedo de manera alguna desestimar la importancia de la gran cantidad de MiPymes nacionales –algunos las llaman la verdadera locomotora del país- y en ese enorme grupo debe existir sin duda un buen potencial de negocios que puedan madurar y generar producciones, ventas y empleo. Pero no es el volumen lo esencial, sino la calidad. Italia, por ejemplo, nos supera en población en diez millones de personas, pero sólo tiene 115.000 pequeñas empresas, y 25.000 medianas, con exportaciones seis veces superiores a las nuestras y una facturación anual de 972.000 millones de dólares; nosotros tenemos más de 2,5 millones de MiPymes, que prácticamente no exportan. Obviamente, es muy diferente una pequeña empresa italiana a una pequeña empresa paisa, en todos los aspectos, para no llamarnos al engaño. ¿Podremos acercarnos al mercado internacional con nuestras pequeñas y medianas compañías? ¿Podremos replicar la experiencia irlandesa de crear nuevos negocios con el mercado externo como objetivo? Quizás sí, pero eso no lo lograremos con discursos y sin acciones efectivas. El proceso lógico de crecimiento de una pyme colombiana debe empezar en el mercado local para avanzar al mercado regional, luego al mercado nacional, y finalmente a un mercado de exportación; el kínder antes que la universidad. Tenemos que aprender, tenemos que investigar, tenemos que facilitar. Por ahora, nuestras pymes deben aprender a ser empresas en el mercado nacional, y tal vez a ser exportadoras con ventas en algunos países vecinos.
Finalmente, quiero plantear una inquietud: ¿Por qué colocamos en la misma canasta a las medianas compañías con las demás? Son muy diferentes, son más formales y mejor dirigidas, y es con ellas con las cuales deberíamos concentrarnos para exportar más.