Promediado el año pasado la oposición venezolana parecía iniciar un período de efervescencia, de esos que ahora no abundan dada la ferocidad con que el régimen ha elegido enfrentarla.
Promediado el año pasado la oposición venezolana parecía iniciar un período de efervescencia, de esos que ahora no abundan dada la ferocidad con que el régimen ha elegido enfrentarla, encarcelando a sus líderes, no siempre los más representativos pero sí los más vulnerables y desprovistos de coraza e inmunidades políticas y sociales. Tal el caso de quienes como Manuel Rosales por estos días fueron liberados tras un encierro de 2 años. O de la pareja que para resarcirse de aquello la policía detuvo este jueves. Es la lógica de los tiranuelos: lo que por un lado dan por el otro lo quitan. Al propio tiempo se le responde a la oposición (que no tiene otra manera de pronunciarse que haciéndolo al aire libre) con una brutalidad estudiada y metódica pero suficiente para disolver las marchas que por su volumen tanto incomodan dentro y fuera del país. Al chavismo para su propia vergüenza no le basta el creciente repudio que lo ronda en la región, donde ha perdido fuertes aliados entre gobiernos (Brasil, Argentina, etc.) y aún entre formaciones políticas liberales, democráticas, que todo se lo consentían, aún sus desmanes fascistoides.
Pero lo que importa en esta fase crucial en que, desaparecido Chávez, Venezuela se ha polarizado en 2 bandos antagónicos, el uno dueño de la mayoría escrutada, y el otro secundado por gamberros armados y motorizados, lo que importa, digo, es amedrentar a los inconformes para que se abstengan de seguir protestando al aire libre. Las decenas de víctimas caídas en las imponentes demostraciones de hace 4 años tuvieron el efecto esperado: disuadir a la oposición de seguir usando la calle , el medio más expedito para mostrar músculo y resolución dentro de una institucionalidad democrática cada vez más recortada, al lado de la prensa (mientras ella respire e informe con alguna veracidad) y el Parlamento, si sus debates trascienden. El ágora pública sigue siendo el escenario preferido en este planeta para que el descontento se haga sentir y medir sin tener que recurrir a la violencia.
Tras la carnicería antes mencionada, con su escabroso saldo de cadáveres, y tras la impunidad y el silencio complaciente que la siguieron en el continente, la plaza como herramienta de acción política, la más socorrida en el mundo, perdió fuerza en Venezuela. Hasta el año anterior en que pareció revivir: la calle ganó protagonismo otra vez con el bullicio y los cacerolazos, que amenazaban con propagarse a la nación entera. Esa gran batalla, emprendida en octubre, arreciaba, prometía un mejor desenlace, destrabando por fin la vía del referendo. De nuevo las calles de Caracas se llenaron de estudiantes y parroquianos que desfilaban hacia el Palacio de Miraflores y la sede del Tribunal Superior para exigirle a Maduro y sus compinches en la magistratura respetar el querer ciudadano. ¿Cómo? Permitiendo la elección de un nuevo presidente sin esperar los 3 años que le quedan a don Nicolás, suficientes para que el país entero colapse o estalle una conflagración fatal.
Todo apuntaba a que la movilización en ciernes se creciera entonces, pues la gente parecía decidida a correr riesgos. El hambre y la desesperanza, en el nivel allí registrado, no admiten demoras ociosas. Y la oposición, por lo común fragmentada, esta vez lucía unida. De pronto sobrevino lo menos esperado: la mediación del Vaticano, que lo paralizó todo. La típica maniobra dilatoria, común a este tipo de encrucijadas. Innecesaria y calculada, pedida por un presidente en apuros, para adormecer a sus contrarios en el marasmo de unas tratativas interminables, bajo el arbitraje del Papa, de quien hay que suponer que obraba de buena fe, aunque tamaña candidez es escasa en el Vaticano desde Constantino y la Edad Media.
Resultado: el Papado rescataba a Maduro del naufragio que lo acechaba. La apertura de la Mesa de Diálogo de inmediata apagó la protesta social, animada por todos los partidos de oposición, que a partir de ahí volvieron a chocar entre sí, cediendo la iniciativa, perdiendo la oportunidad de enfrentar al dictador con serias posibilidades de desalojarlo esta vez. La radiografía de tal oposición macilenta y cojitranca se hará en próxima ocasión.