El olvido se lo está disfrazando con los ropajes del oprobio, quienes indicamos que, si bien debe haber un lugar para la memoria y hacer visible el dolor es necesario, pero recordamos que hay una tarea saludable en el olvido, se nos está acusando de ser de ultraderecha y de ser parte de los verdugos.
Nuestra nación, como otras Latinoamericanas, es un caldo en efervescencia. No da tregua una realidad vertiginosa, ni el arte literario ni la investigación logran captar las complejidades de cada momento.
Puedo recordar épocas en las cuales se podían hacer balances, impulsar técnicas o conocimientos derivados de las abundantes acciones. Un ejemplo es el desarrollo que tuvo la cirugía de reimplante de manos cercenadas a machetazos en riñas entre campesinos; la abundancia de casos logró que cirujanos colombianos expertos se especializaran en esos procedimientos. Ni en Islandia ni en la India se podría organizar un grupo de trabajo sobre el tema.
Los odios ancestrales, la pugnacidad y la violencia son plantas silvestres de rápido crecimiento entre nosotros. La conciencia del efecto de la violencia sobre el tejido social hizo que el fenómeno fuera no solo el pan de cada día, sino que permitió que surgieran grupos de investigación que lograron visiones importantes, caracterizaciones significativas y distinciones entre agresión y violencia. Por supuesto que los violentólogos (de los años 70´s y 80´s), así los llamamos, no lograron predecir la hecatombe que traería el narcotráfico y el paramilitarismo en el tejido vital de la nación.
Hoy la patria vive un momento singular con procesos de cesación de acciones armadas y una posible reorientación de la vida hacia el entendimiento. No está fácil ni será fluido el proceso pues hay un ánimo vindicatorio en muchos ofendidos, otros creen que es oportuno fortalecer el estado de derecho creando los caminos para una justicia integral, otros solo quieren encontrar el camino para exculparse de responsabilidades por sus acciones extremadamente crueles. Es una enumeración imperfecta pues lo que para muchos es una urgencia histórica para otros es un paso en falso para la construcción de una nación cohesionada.
Esa complejidad no es lo que quiero abordar en una simple columna de opinión, quiero hacerme una pregunta en voz alta, quiero profundizar en un tema que no es banal. Y esa pregunta me la quiero formular en el contexto de la sanación que buscamos, somos una nación herida hasta los huesos, despedazada por la violencia, con pronóstico reservado en temas de reconciliación. El asunto es que la memoria, la memorización, el museo de los oprobios y una enorme cantidad de programas, diplomados y recursos humanos se están formando en la tarea: no olvidar, hacer visible, tener presente. A mi juicio estamos configurando las condiciones para que no sea posible la sana tarea del olvido. El olvido se lo está disfrazando con los ropajes del oprobio, quienes indicamos que, si bien debe haber un lugar para la memoria y hacer visible el dolor es necesario, pero recordamos que hay una tarea saludable en el olvido, se nos está acusando de ser de ultraderecha y de ser parte de los verdugos. En la sindicación pueril y rápida está ya el germen de otra forma de la crueldad, quienes hablen del olvido necesario se les asociará a lo peor.
Lo que finalmente puede ser muy saludable es una pluralidad de actitudes, una diversidad de formas de comprender el asunto, partidarios del olvido y memoriosos, y será pues sano que al lado de los violentólogos se erijan ahora generaciones de facilitadores del recuerdo, fabricantes de memoria colectiva. En todo caso sí es necesario que todos adviertan que en el olvido y la memoria se agazapa también una forma excelsa de la violencia que es la que mantiene en la frente la crueldad recibida para devolverla pródiga en una mente que no se resigna a pasar la hoja.