Confiamos en la capacidad de españoles y catalanes para construir un camino de negociación en sus hondas pero no irreconciliables diferencias.
Impactantes resultaron las escenas que mostraron la actuación de las fuerzas de seguridad ayer, tratando de impedir por la fuerza el desarrollo del referendo catalán que, si bien había sido suspendido por el Tribunal Constitucional –y por ende carecía de cualquier validez para el ordenamiento jurídico español-, era también una manifestación pacífica de quienes, por una u otra razón, creen que su región debe escindirse y emprender el camino de la autodeterminación.
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La tensa jornada dejó un balance lamentable de 92 heridos, dos de ellos graves; más de 790 personas atendidas tras los choques con las autoridades y por lo menos 33 agentes de seguridad lesionados. Era evidente que, como lo dijo el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, el propósito de las autoridades era impedir la celebración del referendo y, en ese sentido, clausurar los centros de votación y decomisar urnas y material electoral. El resultado de su intervención es trágico y convoca a la solidaridad con Cataluña.
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Que a su paso se encontraran con una ciudadanía que no temió ponerse como escudo para impedir el cometido oficial y la reacción desmedida que le siguió, fue lo que creó el escenario de represión que le dio la vuelta al mundo y que dejó la sensación generalizada de que al Gobierno se le salió la situación de las manos. Más allá de un acuerdo o desacuerdo con respecto al asunto de fondo, hubo unánime rechazo de las fuerzas políticas de ese país, así como de la comunidad internacional, contra el trato que los agentes dieron a las personas.
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No entendemos por qué el Gobierno español insiste en usar la fuerza casi como único medio para contener un cambio político que, por más que quieran negarlo, está en proceso –quizá fortalecido por los hechos de ayer- y debería resolverse mediante una negociación que construya acuerdos, la que debería iniciar de una vez por todas.
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Las tensiones que despiertan los nacionalismos siempre debilitan a los estados y España ha tenido que lidiar con crisis similares en el pasado, algunas tan trágicas como el alzamiento de Eta, otras que ha logrado sortear sin violencia, por lo cual no vemos por qué no tenga sentido abrir espacios de manera urgente a una negociación. En la crisis actual ambas partes han fallado y tales errores han llevado las cosas hasta su situación actual. Es hora de que el diálogo se imponga respetando los principios fundamentales de la democracia, entre ellos el de no tratar de impedir por la fuerza la movilización ciudadana.
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A propósito de la celebración hoy del Día Internacional de la Noviolencia, en la fecha en la que se conmemora el nacimiento de Mahatma Gandhi, pionero de esa filosofía, nos permitimos confiar en la capacidad de españoles y catalanes para construir un camino de negociación en sus hondas pero no irreconciliables diferencias.