La verdad posmoderna

Autor: Darío Ruiz Gómez
19 diciembre de 2016 - 12:00 AM

Hemos entrado, como lo recuerda García Posada, en lo que se llama hoy la Verdad posmoderna o sea la institucionalización de la mentira con la desinformación en datos y cifras y por supuesto en los resultados de las llamadas encuestas, desinformación astutamente administrada ya no por malhechores sino por los grandes medios de información,

Hemos entrado, como lo recuerda García Posada, en lo que se llama hoy la Verdad posmoderna o sea la institucionalización de la mentira con la desinformación en datos y cifras y por supuesto en los resultados de las llamadas encuestas, desinformación astutamente administrada ya no por malhechores sino por los grandes medios de información, algunos miembros de la respetabilidad y esas minorías económicas caracterizadas supuestamente por la ética, por su defensa de los valores republicanos, manipulando el  lenguaje, degradándolo  hasta anular  la comunicación entre los distintos grupos que componen una sociedad. Esto se puso de presente en las últimas elecciones presidenciales norteamericanas donde cada candidato no tuvo escrúpulo alguno en recurrir a la mentira, a la difamación con tal de obtener unos resultados electorales y esto se puso de presente en el Referendo sobre los llamados acuerdos de Paz de la Habana donde se recurrió abiertamente a la desinformación  logrando desconectar  a la opinión pública de la complejidad del llamado narcotráfico ante la comunidad internacional, la implicación en este jugoso negocio criminal de distintos grupos delincuenciales y la respuesta inmediata de la sociedad internacional  acerca de la justicia de nuestro país, amén de los ríos de mermelada que han beneficiado a ciertos medios de comunicación de España y Estados Unidos para tergiversar la realidad colombiana y colocar otra vez al NO como la reacción de un grupo de facciosos y no como la respuesta democrática de aquellos que se niegan a admitir un acuerdo redactado por Enrique  Santiago el abogado comunista español al proyectar ante unos negociadores analfabetos y fáciles de convencer, de instaurar aquí una disimulada dictadura protegida precisamente – ¡Oh paradoja!- por nuestros sacrosantos defensores de la ética y la responsabilidad informativa. De manera que lo que se trató de imponer veladamente o sea la destrucción de nuestra Constitución ya está en marcha  tal como lo ponen de presente las irresponsables declaraciones de un personaje con rabo de paja como Aída Avella y el intento de difamación de Ángela María Robledo contra una figura crucial en la defensa de las víctimas de las Farc como Herbin Hoyos. La Verdad posmoderna trabaja ya a favor de esta destrucción.
Hay todavía sectores del estudiantado, de la clase media, de ciertos grupos ejecutivos, de la Iglesia, del magisterio, nostálgicos del regreso de un amo, grupos de escritores que han preferido ponerse de parte de la barbarie a nombre de la inventada “peligrosidad fascista” de Uribe y grupos de la vieja política añorantes de sus canonjías provincianas, marqueses de Cuchicute: un cuadro de costumbres sociales y políticas con actores de los funerales de la Mamá Grande, del  “Ubu Rey” de Jarry; de manera que, políticamente,  intentar enfrentar estas desproporcionadas expresiones seudorrevolucionarias, mezcla de una indigestión de peronismo y de la histeria madurista, con  la racionalidad que la política como un hecho de cultura nos ha dado desde Aristóteles hasta Rawls, puede llevar a estrellarse contra esta muralla de nuevos populismos donde se disfraza por consiguiente una vez  más la derrota de la razón. ¿Dictadura o República? No hay que olvidar que de la frustración histórica de estos grupos nace  la generación de un nuevo tipo de violencia ya que, tal como lo estamos viendo, parece  más importante para esta “izquierda”: la anatematización de quienes conocen su pasado, que proponer programas de reconstrucción de un país agredido por el vandalismo ideológico, que fundamentar un diálogo nacional accediendo al razonamiento y no a la difamación y a la mentira. Volvamos a Machado: “Ni mi verdad ni tu verdad, la verdad”.

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