La vegetación en la ciudad

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
4 enero de 2018 - 12:09 AM

Revitalizador es sembrar la tierra y ver nacer las plantas, cada día en una compañía silenciosa y fraternal que alegra la vista y el alma

Independiente del gusto humano por las cosas usadas, que tienen su magia y el encanto de haber sido tocadas por el paso del tiempo y su mejor ejemplo es el uso agradecido de los zapatos viejos, hay otra fascinación muy humana y es la que se complace con la novedad o el regalo. A casi todos nos gusta estrenar, recibir cosas nuevas o lograrlas, a los niños juguetes, a unos libros, a otros ropas o calzado, a casi todos moradas y hasta ciudades o países, ello es parte de un afán humano de experimentar, jugar, cambiar, viajar y disfrutar las novedades.

De todas las renovaciones que menciono quizás la más entrañable y deliciosa es la de la morada; nos deben venir esos placeres de la observación e imitación de los pájaros, de su bella y febril conducta anidatoria. Morar, hacer hogar, establecerse y fecundar en acciones es placer esencial. Y en ese gusto por la novedad que menciono al comienzo nada complace más a la vida misma que el nacimiento de la nueva vida, de ahí el encanto con los cachorros o los plantíos frescos, ver nacer plantas, pájaros y animales es una confirmación del ritmo generoso de la vida que nos circunda.

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Fiesta de las fiestas para los sentidos del ser humano es ver crecer la floresta, desde un simple brote fresco hasta un conjunto de especies sembradas en un área determinada. Muchos hemos podido observar la delicia actual de lo que antes era un pedregal convertirse en una arboleda frondosa. Revitalizador es sembrar la tierra y ver nacer las plantas, cada día en una compañía silenciosa y fraternal que alegra la vista y el alma. Las plantas nos dan una lección sensible de lo que emerge y decae, la fiesta de la vida vegetal es permanente y su mejor ejemplo la semilla que emerge como hoja verde. Fiesta del crecimiento silencioso, vegetación hermana que nos da el aire, alegra la vista y alimenta a pájaros e insectos que forman una red amiga de tejido vital, esencial lección que nos recuerda la íntima alianza que nos une al destino de la tierra. En todos ellos se puede encontrar el esplendor, en los grandes árboles y en los pequeños tejidos de un alga o un liquen, en la tela de una araña o en un hormiguero que crece entre el andén y la tierra.

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Los árboles, con su resistencia y poder ascensional, parecen recordarnos las lecciones elementales de una existencia humana. Nombrarlos es un placer: acacias amarillas, búcaros, urapanes, almendros, yarumos, balsos, carmines, pimientos, mangos, guamos, guayabos, comino crespo, abarcos, choibás, guayacanes negros, caobas. Uno debería invocarlos todos los días y escuchar siempre su voz rumorosa. Hay que observarlos, cuando ellos florecen lo que emana es el canto del sol y el beso del humus sobre sus tejidos amigables y espléndidos que nos entregan color y alegría cotidiana y sus perfumes y las frutas deliciosas ofrecen los nichos, los rincones para que se alberguen los pájaros, las golondrinas, cucaracheros, sinsontes mirlas, tordos, mayos, buchipecosos, turpiales, flauteros, azulejos, oropéndolas, mirlas blancas, tordos, mayos, turpiales, silgas, calandrias, reinitas, mieleros. Todo eso nos lleva a reconocer los insectos, las larvas, las algas y ese espléndido tejido que los une en una respiración permanente que es el rumor de lo que crece interminablemente y nos rodea con un sentido profundo de cambio, renovación y lección permanente: Ese es el canto de la tierra en una voz que hay que escuchar si queremos navegar por más tiempo en este planeta maravilloso.

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