Las autoridades están en plan de diálogo y eso ha sido visible para la ciudadanía y para buena parte de la movilización, los logros significativos obtenidos en la mesa deben mantenerse y no hacer caso a quienes insisten en pedir lo imposible.
No se puede romper la cadena de la expectativa de lograr una movilización social civilista por la educación superior. Los logros son ya significativos debido a una coordinación política inteligente de la historia y el momento. Colombia trata desesperadamente de entrar en la modernidad y eso implica nacer a la democracia, fortalecer las instituciones y recorrer los caminos contemplados en la Constitución y las leyes; ese es el momento. Nuestra historia es la de las guerras, sordera y traición. Y la historia es también un acervo de maneras de tratar, unos atavismos por superar y una novedad por producir. Los atavismos de peso son el recurso a la violencia, la repetición de una saga de desafueros que se intensificó con la llegada de España y digo esto pues estoy lejos de creer en pasados precolombinos bucólicos.
Si hemos de aceptar las argumentaciones de investigadores como Stephen Pinker, quien afirma que el descenso de la guerra es un hecho, esperamos las comprobaciones fácticas que confirmen su hipótesis de “Los ángeles que llevamos dentro: El declive de la violencia y sus implicaciones”. Pinker nos ha visitado y su optimismo ha respondido a los cuestionamientos afirmando que el declive de la violencia está del lado del fortalecimiento de instituciones como la ciencia, la democracia liberal, el reinado de la ley y el apoyo a las coordinaciones inherentes a las organizaciones internacionales que buscan el bien común.
Indudablemente son parte del progreso humano esos factores y en particular prestamos atención al modo como los derechos de niños, mujeres y minorías se defienden y se impulsan actualmente; antes han sido el derecho de las naciones, la democracia y los derechos humanos. Pero los marxistas no ven progreso en la democracia liberal, sino que la consideran un paso, un escalón para lograr el poder y también ellos consideran la violencia como algo sano, “la partera de la historia” e impulsan no solo las acciones de la lucha política, sino que opinan y practican la idea de la confrontación armada como un camino “sano” para impulsar el cambio. El poder nace del fusil es la consigna.
Y como los colombianos llevamos más de medio siglo en una guerra impulsada por ese ideario, que no modificó ni la estructura del estado, ni el régimen de la propiedad, ni las relaciones sociales, muchos creemos que ese no es el camino y por ello confiamos en otro sendero que es el de las discusiones nacionales, el fortalecimiento del movimiento social, la articulación política de las luchas de las desposeídos y los trabajadores, las justas reclamaciones por una mejor educación, un sistema de salud aceptable, el control de los desafueros de los poderosos que ha tomado una dimensión que amenaza con destruir cualquier control que parta de los poderes legalmente constituidos. Lamentablemente ese panorama se aleja también cuando las movilizaciones recurren a armas no convencionales, confrontación directa con la policía, tomas agresivas de instalaciones y coacción contra quienes no participen; es un derecho, insisten los sectores radicales de la movilización, y aducen el camino de la sublevación en caso de extrema injusticia y perversión de la autoridad.
Las autoridades están en plan de diálogo y eso ha sido visible para la ciudadanía y para buena parte de la movilización, los logros significativos obtenidos en la mesa deben mantenerse y no hacer caso a quienes insisten en pedir lo imposible, ello no es razonable pues no sopesar los factores colaterales implica jugársela toda por una visión unilateral que comete la omisión de no reconocer los límites y creer que se pueden lograr grandes objetivos con un solo golpe de mano.