El miedo, producto del terrorismo, propicia mayores controles del Estado y menos libertad. La libertad es una sensación que no tenemos
¿Cómo es la sociedad en la que nos ha tocado vivir? Unos dicen que es la sociedad de la información y el conocimiento; otros, que es la sociedad de la globalización y las oportunidades, lo cual constituye un espejismo, porque a medida que se globalizan mercados y capitales se cierran las fronteras para las personas.
También es la era en la que nos afectan los estornudos de Rusia, China o Japón o el famoso vuelo de la mariposa en la región amazónica. ¿Qué tipo de efectos son los que están en capacidad de multiplicarse y expandirse? Los que están relacionados con crisis económicas o actos terroristas, principalmente.
Los países del tercer mundo están expuestos a las consecuencias negativas de las crisis económicas (la crisis de las hipotecas en Estados Unidos, por ejemplo, o la crisis del petróleo), pero jamás reciben en igual medida los efectos de los hechos positivos: de un descubrimiento científico, de un avance tecnológico o de una noticia positiva en la economía. ¿Acaso alguna vez se han beneficiado estos países del superávit de la economía norteamericana o de las ganancias operacionales de los grandes conglomerados económicos? No. En el mundo, como sucede en Colombia de vieja data, “se socializan las pérdidas y se privatizan las ganancias”, o para decirlo en otras palabras: se socializa el miedo, porque cuando esos riesgos se hacen públicos, producen en el ser humano una reacción natural expansiva: el miedo.
Los encargados de hacer pública esta situación de riesgo permanente y de insistir en ello son los medios de comunicación. Cada día salen a la luz pública riesgos y amenazas diferentes, con informaciones que se van reciclando periódicamente para que la gente no se olvide de ellos.
El cambio climático, los alimentos transgénicos, la carestía, el desempleo, el costo de vida, los ataques terroristas, son noticias que prenden las alarmas. Una vez es la enfermedad de las vacas locas, otra la amenaza del ántrax, o los virus recurrentes, o la caída de las bolsas de valores que tiran por la borda los ahorros de los empleados y trabajadores afiliados a los fondos, o la quiebra de empresas con sus secuelas de desempleo, o los altibajos del dólar, sin contar las acciones terroristas que en cualquier momento pueden sorprender.
El verdadero cambio de época se produce, no por el surgimiento de avances científicos o por decisiones políticas, sino por la acción de un hombre: Osama Bin Laden. Es el terrorismo global el que cambia la forma de percibir el mundo y de adaptarnos a él.
Desde entonces, vivimos en la sociedad del miedo. El relato predominante hoy es el miedo derivado del terrorismo global. Su partida de nacimiento son los actos del 11 de septiembre de 2001, rubricados luego con el atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid y de julio de 2005 en Londres y magnificados con los continuos tiroteos en Estados Unidos, los ataques de París, Barcelona o Niza.
El efecto destructor de estos actos se magnifica por la presencia en directo de los medios de comunicación. No hay forma de interponer obstáculos: el mundo asiste en directo y siente esos acontecimientos como propios. El efecto de intimidación se logra en el mundo entero por la presencia de los medios de comunicación, que nos ponen en el sitio de los hechos.
El miedo, producto del terrorismo, propicia mayores controles del Estado y menos libertad. La libertad es una sensación que no tenemos. Somos esclavos del miedo: miedo al otro, miedo a la ciudad, miedo a la oscuridad, miedo a la soledad, miedo, inclusive, a la libertad. El miedo tiene el poder de conducir al individuo a su autodestrucción.