Alias el “Oso” es una muestra más de esa sociedad de papel que hemos construido. Pillos transformados en héroes
La Casa de Papel se convirtió en poco tiempo en un fenómeno televisivo y, más allá de si tiene fuerza argumentativa o profundidad narrativa, creo que es porque logra desnudar algo de lo que somos como sociedad.
No soy crítico de cine ni creo que haga falta en estos momentos en que vivimos, en vivo y en directo, una película mucho más real, más dramática y sin final cierto, como es la del coronavirus.
El éxito de la cinta española es el mensaje que pretende dar: que casi siempre hay muchos del lado de los malos cuando éstos logran derrotar a los buenos. Cuando son los bandidos los aparecen en las grandes pantallas que les proporciona la sociedad y nos dicen que ellos no son malos, sino que luchan por un mundo mejor, o que su trabajo les sirve a muchos desfavorecidos, así sea pasando por encima de la ley, porque ellos mismos representan la ley.
Resulta, ya no de película, sino de la vida real, que mientras los bandidos cometen sus fechorías, afuera hay un público envalentonado que los admira, los aplaude y está dispuesto, incluso, a dar la vida por ellos. Pablo Escobar sabía mucho de eso.
La Casa de Papel es un buen ejemplo de lo que pasa en la película de la vida real. Cientos de fanáticos que caminan al lado del féretro de los narcos, miles de personas que lloran sobre la tumba de sus bandidos, y desfiles humanos con fusiles engatillados como cortina de un espectáculo en marcha antes de la trama central: enterrar a su pillo preferido.
No es La Casa de Papel una apología del delito. Es su máxima exclamación. Y nosotros tenemos una casa de papel amplificada: la sociedad.
O bueno, una parte de la sociedad, porque creo que hay, por fortuna, otra parte buena, decente, comprometida con los valores y los principios, aunque son los malos los que más ruido hacen y más atención reciben.
Como las pandemias, que llegan de vez en cuando y cada vez con más agresividad, esta semana tuvimos conocimiento de otro virus: alias el “Oso”, presunto cabecilla de una banda delincuencial. Apareció en Bello, Antioquia, entre una multitud conmovida y triste que lo llevaba en hombros, como un héroe, hacia su última morada. No sabemos cuántos, por orden suya, ya se le habían adelantado camino del cementerio.
Lo cierto es que alias el “Oso” es una muestra más de esa sociedad de papel que hemos construido. Pillos transformados en héroes. Bandidos investidos de jueces y de justicieros. Malandros convertidos en Estado y actuando como Estado. Delincuentes dando línea sobre ética y moral. El poder de la ilegalidad por encima de la institucionalidad.
Un poder que les damos cada vez que miramos para otro lado para no meternos en problemas. Un poder que les entregamos cada vez que les aplaudimos que se roben nuestros impuestos. Un poder que se acrecienta cada vez que les rendimos pleitesía. Ese poder sin límite que nos paralizó, unas veces por miedo, otras por complicidad, muchas por indolencia.
Alias el “Oso” murió de un infarto, pero su poder seguirá intacto, palpitando fuerte, porque en el mundo de los pillos, el poder es endosable. Seguro ya tiene remplazo. Y habrá muchos dispuestos a seguir desafiando al Estado, pisoteando la institucionalidad y rompiendo las normas, porque las normas las imponen sus pillos preferidos.
La historia se repite una y otra vez con la misma velocidad con que se multiplican los bandidos en esta sociedad de papel. ¡Qué Oso! Como de película, así sea de la vida real.