Reflexión sobre el encuentro de Jesús y la mujer samaritana, en clave de revelación y fe.
La revelación a Pablo en la segunda lectura muestra “la acción del Espíritu en el bautismo, como nos ama el Resucitado desde cuando éramos todavía pecadores”. Desde este kerigma del Resucitado interpretamos la primera lectura como el amor de Dios que esperó en Horeb que Moisés tocara la roca para proveer agua que sanara la murmuración y verificara al pueblo que el Dios Yahvé estaba presente. Es el mismo amor sediento que llevó a la samaritana a buscar agua en el pozo coincidiendo con Jesús sediento por el viaje de su misión, quien le pidió a ella “dame de beber” para cambiarle el pozo por el manantial que era su Espíritu.
El kerigma en Pablo
Pablo escribió la carta a los romanos desde Corinto, pero como si estuviera en Roma. Nosotros también la acogemos como si conociera nuestras comunidades, razón para llamarnos Hermanos. El relato nos explica que “gracias a la fe hemos obtenido el perdón y estamos en paz con Dios, con la esperanza de tener parte en su gloria”. “Esa esperanza no ha defraudado nunca a nadie porque el amor de Dios inunda nuestro corazón gracias a la acción del Espíritu Santo que hemos recibido en el bautismo, cuando éramos pecadores, incapaces de valernos, Dios nos ha dado un prueba de que así nos ama al morir Cristo por nosotros cuando éramos todavía pecadores” (segunda lectura).
Agua para la murmuración
Cuando el Señor le pide a Moisés que lleve, junto algunos ancianos, el bastón con el que golpeó las aguas del Nilo, para ahora golpear la roca y de ella brotara agua para que el pueblo bebiera”, le agregó; “Yo espero allá, sobre la roca, en Horeb”. Así lo hizo Moisés. Los lugares se llamaron “Tentación” y “Careo” (Masá y Meribá)”. “Todo se dio para saber Israel si el Señor estaba realmente o no en medio de ellos” (primera lectura).
El diálogo entre dos culturas
El Evangelio nos relata que una mujer de Samaría llegó al pozo de Jacob en Sacar donde había llegado al mismo tiempo Jesús fatigado del viaje en misión. Samaría era una región considerada por los judíos como heterodoxa, raza de sangre mezclada y de religión sincretista con los judíos y sus creencias. Jesús se encontraba entonces en territorio extraño para hacerle una propuesta al enemigo “¿siendo judío me pides de beber a mí que soy samaritana?” En lo limitado del pozo, Jesús le advierte que está no solo el pozo y el agua sino también su tradición, su ley y su templo; proponiéndole que hay una fuente interna. “El que viva del agua que yo le dé nunca más tendrá sed. El agua que yo daré se volverá en él manantial que salta hasta la vida eterna” (evangelio).
Los baales son inhumanos
La limitación que ella tiene para recibir esa agua que es Jesús, no es su falta de voluntad sino sus baales, señores de su vida que representan todas las seguridades afectivas distintas y apoyos ajenos al verdadero Dios. Ella no puede saber cuál era el sitio o la persona con quien podría sanar su reconocido adulterio.
Un aspecto para resaltar de este evangelio es el diálogo entre dos culturas con religiones distintas dispuestas a dialogar con respeto y sabiduría, sin imposiciones, pero un máximo respeto a la dignidad humana como único camino para ser creyentes. La samaritana comprendió lo que era creer y Jesús se hizo más humano.
“Ya no creemos porque tu nos cuentas sino, porque nosotros mismos lo hemos oido y sabemos que este es verdaderamente el Salvador del mundo.” Así termina todo evangelización” (evangelio).
Lecturas del Tercer domingo de Cuaresma
Domingo, 15 de marzo de 2020
Primera Lectura: Del libro del Éxodo (17,3-7):
Salmo: Sal 94,1-2.6-7.8-9
Segunda Lectura: De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos (5,1-2.5-8):
Lectura del santo evangelio según san Juan (4,5-42):
“En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José; allí estaba el manantial de Jacob. Jesús, cansado del camino, estaba allí sentado junto al manantial. Era alrededor del mediodía.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: «Dame de beber». Sus discípulos se habían ido al pueblo a comprar comida.
La samaritana le dice: «¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?» Porque los judíos no se tratan con los samaritanos.
Jesús le contestó: «Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva.»
La mujer le dice: «Señor, si no tienes cubo, y el pozo es hondo, ¿de dónde sacas agua viva?; ¿eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, y de él bebieron él y sus hijos y sus ganados?»
Jesús le contestó: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
La mujer le dice: «Señor, dame de esa agua así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla».
Él le dice: «Anda, llama a tu marido y vuelve».
La mujer le contesta: «No tengo marido».
Jesús le dice: «Tienes razón que no tienes marido; has tenido ya cinco y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad».
La mujer le dijo: «Señor, veo que tú eres un profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte, y vosotros decís que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén».
Jesús le dice: «Créeme, mujer: se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén daréis culto al Padre. Vosotros dais culto a uno que no conocéis; nosotros adoramos a uno que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y verdad, porque el Padre desea que le den culto así Dios es espíritu, y los que le dan culto deben hacerlo en espíritu y verdad».
La mujer le dice: «Sé que va a venir el Mesías, el Cristo; cuando venga, él nos lo dirá todo».
Jesús le dice: «Soy yo, el que habla contigo».
En aquel pueblo muchos creyeron en él. Así, cuando llegaron a verlo los samaritanos, le rogaban que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días. Todavía creyeron muchos más por su predicación, y decían a la mujer: «Ya no creemos por lo que tú dices; nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es de verdad el Salvador del mundo».
Palabra del Señor