En buena hora las autoridades del virreinato se preocupan por hacer un inventario de lo que hay en estos territorios. Son los primeros años del siglo XIX, cuando todavía hacemos parte de una de las divisiones administrativas de la América española, la provincia de Antioquia, en la Nueva Granada. En una versión de lo que hoy se podría llamar “datos demográficos y geopolíticos” los funcionarios capitalinos –siempre nuestra sede de referencia real, efectiva, inevitable, la fría y entonces más lejana aún, Santafé de Bogotá- preguntan a las provincias y esperan sus prontas respuestas. El señor virrey, don Antonio José Amar y Borbón y el gobernador del estado de Antioquia, Francisco de Ayala, necesitan datos sobre ubicación, historia, censo, recursos naturales, descripción de características geográficas, nociones sobre producción, industria y otros recursos. Esperan prontas respuestas que seguramente tardarían semanas y meses para llegar al altiplano, subiendo y bajando por los recodos de las cordilleras, quemándose a lomo de mula bajo las canículas del río grande de la Magdalena, de las costas insalubres y de los infinitos llanos. Seguro su afán consistiría en armar los bártulos para mandar la información, cruzando de nuevo el Atlántico, a Cádiz y a Madrid, en donde otros funcionarios somnolientos también la esperaban.

Lea también: Dos milagros de don Joaquín Antonio Uribe

La reedición de esta veta de datos sobre nuestra historia, a cargo de la de la Expedición Antioquia, 2013, contiene estos magníficos relatos: además de la interesante relación de diversas localidades y regiones de Antioquia, la tarea editorial se enriquece con facsímiles de los documentos que ya han superado los doscientos años. Buen trabajo de investigación histórica, además de su logro libresco y educativo de largo alcance. De todas las “relaciones” de nuestra provincia se destaca la primera, la de Santafé de Antioquia, firmada por los ilustrados Juan del Corral y José Antonio Gómez Londoño, entonces funcionarios oficiales y posteriormente protagonistas importantes de los hechos que se vivieron en los primeros años de vida republicana de esta región alejada, pacífica y olvidada. Provincia que muy probablemente, como siempre, fue habitada por gentes a quienes en su mayoría ni les iba ni les venía lo que sucediera en el altiplano, ni mucho menos, que se les pasara por la cabeza alguna preocupación por las consecuencias de los antojos invasores de Napoleón Bonaparte; su fecha: 22 de abril de 1808.

En total, 34 localidades de la provincia antioqueña responden. En muchas de ellas los mandatarios locales, los curas del lugar y unos cuantos hombres principales, son los encargados de las respuestas a la solicitud oficial. Para el momento, se estima una población de 107.414 habitantes en toda Antioquia, unos 9.000 esclavos y apenas unos 1.500 indios. Los núcleos urbanos notables son tres: Santafé de Antioquia, Medellín -Valle de Aburrá- entonces con 14.000 habitantes y Rionegro, con casi igual población. Los demás, pequeños.

Unos datos de la Santafé de Antioquia de entonces, años finales de la colonia: está situada a 261.439 toesas. Sus indicaciones de latitud y longitud hacen referencia a los meridianos de Santafé de Bogotá y de Cádiz; hay mediciones barométricas incluidas. Hay aquí que recordar los importantes aportes de la escuela de guardiamarinas de Cádiz y las capacidades técnicas de los navegantes del imperio español, aún entonces por encima de la marina inglesa que después avasallaría al mundo.

Santafé de Antioquia en 1808 tiene tres iglesias: Santa Bárbara, la de Chiquinquirá y la de Jesús Nazareno. La catedral apenas en construcción. Hay 34.135 almas registradas, 1.256 familias. Los informantes las distribuyen así: 10.884 blancos, 19.588 pardos y 3.663 esclavos. Estas poco más de 34.000 “almas” se distribuyen entre la ciudad y unos 300 caseríos entre los “rededores” -bella palabra, como la región-, del Tonusco y del Cauca. No hay médico ni cirujano. Hay ganados, algo de maíz, trigo, anís, cacao, caña. Maderas de diversas calidades. Se destacan las minas de Buriticá. El bello inventario de fauna y flora incluye: tigre, oso negro, oso cariblanco, saíno, nutrias, zorros, puerco espín, gran variedad de aves. La mapaná equis y la coral entre las serpientes: ¿qué significaría entonces lo que hoy se llama “accidente ofídico”, parece una pregunta superflua: si el “picado” era el séptimo, de malas, se moría.

Lo invitamos a leer: Fotografía, medicina e historia

De todas las relaciones de 1808, la de del Corral y Gómez gana el primer lugar, por el detalle de sus datos, el esmero en las respuestas, el nivel técnico y la redacción. Con estos observadores de nuestra realidad vamos dando los primeros pasos en la historia republicana.