Aunque muchos jóvenes quieran emprender, no tienen los requisitos ni los medios para lograrlo. No depende de su voluntad ni de su inteligencia sino de factores más allá de ellos.
Se dice reiteradamente que el secreto del éxito para millones de jóvenes colombianos y latinoamericanos está en emprender porque, según tal fórmula, quien emprende triunfa en la vida y contribuye decisivamente a la prosperidad del país, aquella cuyo pulso se mide por su ensamblaje a la economía globalizada. El evangelio del emprendimiento resuena en todas partes, incluyendo jardines de infancia, colegios y, especialmente, centros de formación superior, aunque entre la resonancia de ese discurso y la cruda realidad de nuestros países, hay mucho trecho.
La juventud es el destino preferido de campañas publicitarias, mensajes gubernamentales y arengas del sector privado, destinadas a vender la idea del emprendimiento como opción al alcance de todos y dependiente sólo de una decisión personal. El que no se decide es porque no quiere y quien deja pasar el tren del emprendimiento pierde una oportunidad única en la vida. ¡A emprender, todos a emprender! Es el tono prevaleciente del insistente llamado. Así, además, el Estado reduce la presión que pesa sobre él para crear empleo juvenil.
Un estudio de la sede Medellín de la Universidad Nacional e INNpulsa del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, luego de mapear las 32 capitales del país y las ciudades de Bucaramanga, Cali y Medellín, encontró, hace un par de años, 2,696 emprendedores, 1,356 en Bogotá (50.2%) y 544 en Medellín y el Área Metropolitana del Valle de Aburrá (20.1%). Tal modesto número de startups es responsable de la generación de 7,933 empleos, poco significativos en un país donde actualmente hay cerca de 3’000.000 de desempleados. Sus promotores enfrentan serias dificultades para conseguir financiamiento y, al final de cuentas, el 89.13% usa fondos propios y recurre a créditos privados o fuentes de capital semilla.
El apoyo estatal, de recursos de capital de riesgo y los llamados ángeles inversionistas, casi brillan por su ausencia y aportan sólo el 10.87%. La mitad de estos emprendedores tiene entre 25 y 35 años de edad, 84% cuenta con formación universitaria y 76.3% posee un segundo idioma, siendo el más popular el inglés. Es decir que, para ser emprendedor, se necesita contar con recursos financieros propios, tener estudios universitarios, seguramente provenir de un colegio privado y, todo indica, pertenecer a un estrato medio o alto de la sociedad.
Si se trata de llegar a los jóvenes para convencerlos de las virtudes y ventajas del emprendedurismo, nos encontramos con una realidad que contradice, en la práctica, los argumentos de tal discurso. La educación pública, a la que tiene acceso la mayoría de la población juvenil, sigue siendo deficiente y su cobertura limitada en los últimos años de la formación escolar; la gran mayoría de estudiantes proviene de familias de bajos ingresos y reducida capacidad financiera pocos consiguen formación universitaria o superior. Eso, sin contar con que casi la mitad de la economía del país está en el sector informal y que el desempleo entre los jóvenes bordea el 20%, siendo aún más elevado entre las mujeres.
En otras palabras, aunque muchos jóvenes quieran emprender, no tienen los requisitos ni los medios para lograrlo. No depende de su voluntad ni de su inteligencia sino de factores más allá de ellos. En esa medida, es una opción disponible para un grupo reducido de la sociedad y no de la gran mayoría de la juventud urgida de medios para vivir y carente de las condiciones para alcanzar los galardones del emprendimiento. Pese a ello, se ofrece repetidamente y con mucho énfasis como si su validez fuera universal y estuviera al alcance de cualquiera, cuando, la verdad sea dicha, está lejos de ser una puerta de entrada suficientemente ancha para permitir el acceso a los millones de jóvenes que necesitan empleo e ingresos. Se vende como pan caliente para todos y no lo es.