No se trata de un conocimiento nuevo. Por el contrario, está entre nosotros hace muchos años, pero sólo alcanzó contundencia y velocidad de reguero de pólvora a raíz del coronavirus.
Ya había suficientes razones para cuidarla cuando, súbitamente, un día de marzo, se hizo aún más indispensable. En un inicio no se le dio mucha importancia. Cundió la duda de que, ante una enfermedad desconocida, amenazante, avasalladora y letal como el covid-19, la única solución fuera el sencillo lavado de manos cuidadoso y frecuente, con agua y jabón. La mente medicalizada prevaleciente tuvo dificultad para conformarse con tan humilde fórmula.
Pasadas algunas semanas de martilleo informativo constante reafirmando la importancia de la higiene de manos como medida de protección para disminuir la velocidad de propagación de la pandemia, ya ni los más resistentes ponen en duda que esta sea la mejor opción. A punta de repeticiones diarias y continuadas, absolviendo dudas de la población, finalmente caló en el entendimiento colectivo que ese es el principal y más eficaz método preventivo.
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No se trata de un conocimiento nuevo. Por el contrario, está entre nosotros hace muchos años, pero sólo alcanzó contundencia y velocidad de reguero de pólvora a raíz del coronavirus. Se le recomienda a las familias, hace décadas, para prevenir las diarreas en sus niños y en 2008 cuando apareció el H1N1, o en 2014 a raíz del ébola, se insistió en su uso, aunque sin grandes resultados.
Esta vez, la inminencia de contagio para toda la población y el riesgo de muerte para personas de edad avanzada, con salud precaria, inoculó la conciencia de todos. Esperemos, eso sí, que se trate de un aprendizaje enraizado en la cultura y las prácticas saludables de vida de los ciudadanos de todas las edades, porque este no será el último virus, como no lo fueron los anteriores
Aunque la mayoría de quienes vivimos en ciudades tenemos la fortuna de contar con agua potable simplemente abriendo una llave, según la ONU “casi tres mil millones de personas en el mundo no tienen cómo lavarse las manos contra el coronavirus”.
Para que esa descomunal cifra cobre vida sólo hay que ponerse a pensar en los habitantes de las áreas atiborradas, precarias y sin servicios de muchas grandes ciudades, obligados a comprar el agua escasa; las áreas rurales, los refugiados y migrantes viviendo en campamentos, desplazados internos o quienes viven en agudas situaciones de conflicto.
Un informe de Unicef anota que existen 31 millones de niños lejos de su casa, desplazados, refugiados o buscando asilo. Se trata de dimensiones de las crisis humanitarias para las que no se avizoran respuestas y sus opciones para enfrentar la pandemia son pocas.
En Latinoamérica, 34 millones de personas viven sin acceso al agua potable y en 25 años la región mejoró apenas un 10% el suministro de agua. Aún hay ardua tarea pendiente. Colombia, a su vez, está en deuda con 3.6 millones de habitantes carentes de acueducto y 28% de la población rural en situación crítica por la misma razón. Lo paradójico es que somos la región del mundo con más agua.
En nuestro país, las reservas de agua subterránea cubren el 74% del territorio nacional y la contaminación de las aguas afecta a 17 millones de personas que habitan 110 municipios. Los ríos, quebradas, lagunas y otras fuentes hídricas reciben más de 900 mil toneladas de sustancias químicas procedentes de las grandes ciudades.
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Aunque nuestra atención, por ahora, está puesta en el agua por su papel protagónico en el control de la pandemia, no podemos perder de vista que se trata de un recurso amenazado por la contaminación y el cambio climático, del que depende nuestra salud, seguridad alimentaria y energética. Manejar bien el agua es una forma de reducir la virulencia del calentamiento global.
Esta etapa crítica y desconcertante, producto del coronavirus, cuyos verdaderos efectos aún no alcanzamos a dimensionar, puede servir para que quienes toman las decisiones en el mundo, dentro de todo lo que tienen que revisar reconozcan la importancia de universalizar el acceso al agua potable para el año 2030, tal como establece el Objetivo de Desarrollo Sostenible 6. En medio de la marcha forzada que representa atravesar la pandemia, hasta que la ciencia encuentre una solución y la ponga a disposición de todos, el reconocimiento y práctica del lavado de manos es un avance significativo. Confiemos en que esté acompañado por la convicción de que el agua potable para todos es un imperativo inaplazable.