Aquí la corrupción está desembozada, sin vergüenza, se exhibe nacional e internacionalmente, no hay miramientos, pudores, cuidados.
El artículo del Financial Times del pasado viernes 7 de diciembre, sintetiza el nivel de degradación ética que vive este país adolorido: Colombia: ¿Un Estado capturado?
Ya es inocultable internacionalmente la voracidad de los políticos, banqueros y contratistas, la postración ante el desafuero neoliberal, la podredumbre de las prácticas tramposas, la infamia.
Y entonces empiezan a surgir las explicaciones taimadas, los análisis perversos que pretenden darle sustento a la idea de que la corrupción está en el ADN de nuestros nacionales: “la corrupción nos constituye como personas” escribió por ahí un bárbaro.
Nos quieren llenar de culpa. Que tire la primera piedra quien no haya copiado en un examen, quien no se haya pasado un semáforo, quien jamás haya dicho una mentira – nos gritan-
Se vuelven axiomáticos: “Quien se roba un peso se roba un millón” (¿?!!!)
Sustentan que todos hablamos contra la corrupción y la criticamos, porque la “asumimos” como si fuera una actividad de terceras personas (esos empresarios, esos banqueros, esos políticos) que nada tienen que ver con nosotros, y nos hacemos de la vista gorda con nuestras propias prácticas corruptas, cualquiera sea su dimensión.
No, eso no es totalmente cierto. La corrupción, la inmoralidad, la ausencia de ética hacen parte de un aprendizaje social. Si lo que han hecho a lo largo de los años los responsables de dirigir a nuestra sociedad es romper las normas de manera persistente e ininterrumpida, hasta convertir esto en una práctica cotidiana, desde luego que hay un mayor riesgo de que cualquier persona sea cooptada por la corrupción. Estas instituciones nuestras son tan débiles, tan des-institucionalizadas, que la honestidad está acorralada.
Aunque todos los seres humanos somos un mar de luces y de sombras, la ética es nuestra única tabla de salvación.
El corrupto hiede porque no tiene ningún interés en la sociedad en la que vive, es un animal frío y calculador, no tiene ningún remordimiento y le importa un comino la consecuencia de sus actos (vea usted los discursos vergonzosos del fiscal en el Senado, las afirmaciones taimadas del exministro Arias). Todo lo que hace el corrupto es premeditado, cuidadosamente diseñado. El corrupto no padece ninguna enfermedad mental, su perversidad funciona para el autobeneficio.
Lo realmente grave de este fenómeno y que conecta con el artículo del Financial Times, es que hasta hace poco, la malicia del corrupto lo convocaba a la discreción. En tanto actividad delincuencial, existían ciertas reglas del juego en la que el disimulo y las apariencias hacían parte de la puesta en escena. Ya no.
Aquí la corrupción está desembozada, sin vergüenza, se exhibe nacional e internacionalmente, no hay miramientos, pudores, cuidados. Se ríen en la cara de la opinión pública, su contubernio se ejerce abiertamente. Los titulares de las revistas y periódicos afectos a la corrupción generan hilaridad en los observadores objetivos, porque su irracionalidad ya no tiene nombre. Las decisiones interinstitucionales para beneficiarse entre ellos mismos parecen comedias teatrales. Están inmersos en su propia estercolera de inmoralidad y se bañan en su desvergüenza. Hieden, claro que son ellos los que hieden y se van a ahogar.