La protesta

Autor: Henry Horacio Chaves
12 julio de 2019 - 12:00 AM

Aunque es un derecho, la protesta no puede volverse obligatoria para quienes no quieren recurrir a ella, porque pierde su esencia.

Medellín

Henry Horacio Chaves

Como pasa con otras cosas, con la protesta es preciso celebrar las conquistas alcanzadas, pero tener en claro que nunca son definitivas ni forzosas. Que tenga carácter de derecho y que el mundo entero lo reconozca es sin duda un activo social importante. En Colombia, por ejemplo, la propia Constitución Nacional lo consagra como tal en su Artículo 37: “Toda parte del pueblo puede reunirse y manifestarse pública y pacíficamente”. Un derecho que además se sustenta en otros como el de la libertad de expresión (artículo 20), la libre asociación (artículo 38), el derecho a la huelga (artículo 56) y libertad para fundar partidos y movimientos políticos y afiliarse o retirarse de ellos (artículo 107).  

Sin embargo, la propia Carta advierte que la ley “podrá establecer de manera expresa los casos en los cuales se podrá limitar el ejercicio de este derecho” y a eso es a lo que apeló en su estreno como ministro de defensa Guillermo Botero. Tal vez ese fue el primero de muchos desencuentros con la opinión pública, no solo por el contenido, sino -como dicen las señoras- “por el tonito”.  Es que, para él, la protesta social no solo debe ser ordenada, sino “que verdaderamente represente los intereses de todos los colombianos y no solo de un pequeño grupo”. Una tesis ilógica porque si algo se ha demostrado hasta la saciedad es que no hay nada que represente a todos los colombianos, ni siquiera la selección de fútbol que nos genera con frecuencia la ilusión de unidad.

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La protesta es un derecho y debe servir para que cualquier grupo de personas, grande o pequeño, haga manifestación pública (como una consecuencia insistamos de su derecho a expresarse), de los asuntos que no comparte, de las injusticias que considera inaceptables, de las situaciones que le mortifican, de modo tal que pueda llamar la atención de las autoridades y de la opinión pública. Pero es también menester que sea una manifestación pacífica como indica la Constitución y demanda el respeto por los demás. Como otros derechos, hay que defenderlo como posibilidad de recurrir a él, pero no se puede imponer ni volver obligatorio. Más aún, algunos constitucionalistas han insistido en que el único derecho que puede considerarse absoluto es el de la vida.

Así lo deben entender quienes adelantan protestas para hacer visibles sus insatisfacciones, pero atacan a quienes no participan de ellas, coaccionando así su libertad de no participar en lo que no quieren. Lo vimos esta semana con la marcha de los taxistas en varias ciudades: conductores atacando con huevos y piedras a sus colegas que decidieron trabajar. ¿No se les ocurre pensar que esa podría ser una manera de decir que no están de acuerdo con la marcha?, es decir que podría ser una protesta contra la protesta, a la que también tendrían derecho.

Pero así no lo fuera, por la razón que les asista, no están obligados a marchar ni a compartir la protesta, no se puede tornar obligatoria, ni intimidatoria, ni represiva. Como tampoco está bien que los manifestantes ataquen a los miembros de la fuerza pública ni que los provoquen. Es obvio que éstos últimos deben mantener la cabeza fría y una actitud racional para no abusar de la fuerza ni impedir el derecho de protesta, mientras ella se manifieste pacíficamente. Suele ocurrir en las protestas estudiantiles, que hay provocación de ambas partes y reclamos mutuos posteriores sobre las consecuencias de jornadas que se convocan como mecanismo legítimo de oposición, como expresión de inconformidad, pero cuyo desarrollo no suele permitir que el énfasis esté en el reclamo, sino en el método. Con frecuencia, los reportes de los disturbios superan la explicación de las causas que motivaron la protesta.

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Además de las protestas de taxistas o estudiantes, pululan los ejemplos de sindicatos que buscan imponer su protesta a quienes no quieren dejar de trabajar para expresar inconformidades. Son quienes bloquean edificios y cierran fábricas, algunos incluso atentan contra instalaciones o personas en un claro irrespeto por la integridad, por diferencia de puntos de vista y por el derecho del otro a ser y comportarse distinto.

La protesta sí, pero respetuosa aún de quienes protestan contra ella. Conviene que quienes no creemos en las vías de hecho ni en la fuerza ni en la ley del oeste, protestemos contra esa práctica unificadora y alienadora, venga de donde venga.

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