Una universidad que en sus componentes formativos no esté integrando procesos digitales es una universidad impertinente.
Las diferentes universidades en el mundo han emprendido procesos de transformación institucional buscando tres cosas fundamentalmente: cómo hacer de la universidad un lugar digital; cómo hacer que las cosas sean más simples y rápidas y, finalmente, como adaptar la institución a los requerimientos y necesidades de la sociedad. Uno podría metodológicamente decir que el proceso es como está enunciado, para poder tener una institución adaptada a las necesidades de la sociedad lo primero que hay que hacer es transformarla digitalmente. Es imposible que el proceso inicie al revés, por eso quienes se han planteado en serio el problema de la pertinencia, han comprendido que el primer paso es la transformación digital. Inclusive, quienes llevan más tiempo procurando hacer gestión de cambio han entendido que es importante detener las actividades que por años se han venido realizando para poder darle paso y prioridad a la transformación digital de la educación, que es muy diferente a su virtualización. Las grandes empresas que han querido incorporar un gobierno corporativo, han tenido que detenerse en la pregunta del mundo digital, su incorporación en la cultura organizacional y su implementación en el core del negocio. No estoy diciendo nada nuevo, inclusive, desde hace muchos años se viene hablando de la importancia de transformar la educación superior en ambientes digitales. Si esto es así, entonces ¿qué pasó?, ¿por qué aun nos seguimos resistiendo al cambio?, ¿por qué nos cuesta tanto hacer lo que otros con menos recursos y talento humano ya han logrado?, ¿cómo hacer para que las universidades no se limiten simplemente a implementar un ERP en la parte administrativa sino, que integren a la gestión académica módulos que faciliten su transformación?, ¿cómo retener el talento humano que viene implementando estos sistemas y como hacer que transfieran fácilmente el conocimiento?
La transformación digital de las universidades es una tarea apremiante. No hacerlo es traicionar el objeto misional de la universidad. Un mundo que va a ritmos acelerados y que requiere talento humano formado en procesos digitales no se puede permitir más los currículos y las pedagogías tradicionales. Una universidad que en sus componentes formativos no esté integrando procesos digitales es una universidad impertinente. Es que nos estamos jugando todo, la cobertura, el acceso, las fuentes de financiación y la permanencia en el tiempo, algo que trasciende la misma sostenibilidad. ¿cuáles son las oportunidades que estamos dejando escapar? Claro es que las matrículas se van a reducir aún más, claro es que las personas buscan una formación en habilidades puntuales que en gran proporción el mundo digital se lo puede proporcionar. No podemos seguir preguntándonos por qué hacer, más bien tenemos que hacerlo. Tenemos que hacer que las cosas pasen y que pasen rápido. Muchas veces, cuando la mirada se centra solo en la urgencia de las acreditaciones, se pierde el foco de lo fundamental o, seguramente las prioridades han cambiado, comprobado es que no siempre ser acreditado es sinónimo de pertinencia. No podemos tener más directivos en las universidades con la mirada miope, tan solo viendo la contabilidad de la institución como su único referente. Necesitamos directivos dispuestos a asumir riesgos y cometer muchos errores, directivos que se permitan el error como el principio de la innovación de sus instituciones, directivos que se permiten intentar algo nuevo, que le abren las puertas a sus equipos para que puedan explorar y soñar. Un rector hoy debe estar pensando en cómo garantizar los medios suficientes y las condiciones para la transformación digital, debe estar trabajando con los equipos de planeación y gestión de la calidad para hacer que las cosas sean más simples y rápidas y, por último, debe estar integrado a los diferentes escenarios donde la empresa y el estado lo requieran.
Si esto se hace a cabalidad, fácilmente podremos agenciar las instituciones, consolidar sus cuerpos colegiados, integrar el principio de subsidiariedad como un motor generador de confianza y finalmente podremos consolidar un gobierno corporativo en las universidades para hacerlas más adaptativas e integradas a los diferentes sectores de la sociedad. No podemos esperar más, no podemos dejar que este decenio pase sin que esta tarea se haga prontamente. Hablamos mucho de cuarta generación, de la cuarta revolución industrial y del internet 5G. Al parecer no estamos entendiendo lo que esto significa. Queridos amigos, estamos en un momento crucial, estamos pasando la línea entre la madurez de las instituciones y su declive. La línea del tiempo se está agotando si no se toman decisiones prontamente y, como lo dice el título de esta columna, “la principal decisión de la universidad es su transformación digital”.