El abogado Néstor Raúl Correa dialoga con el profesor Óscar Jairo González tras la presentación de su primer libro de poemas
¿Desde dónde causó o se causó en usted la necesidad de hacer este libro de poemas: “El crecimiento del vacío” y por qué?
La escritura de este libro no viene de una necesidad sino de un deseo de escribir, trascender, vivir de otra manera, comunicarme con el otro, en fin. Es un deseo que tal vez tuve siempre pero que empezó a concretarse hace 12 años, cuando comencé a leer, estudiar y escribir poesía en forma, con la perspectiva de publicar un libro. A partir de mayo del año pasado, cuando dispuse de más tiempo libre, me di a la tarea de reunir cerca de medio centenar de poemas viejos y escribí en los meses siguientes unos 30 más. Con ese manojo de poemas le pedí en noviembre al poeta John Galán Casanova que me ayudara a depurarlos y pulirlos. En febrero de este año, luego de varios meses de trabajo conjunto, sobrevivieron 50 poemas, todos ellos con cambios.
¿Qué es para usted el vacío y qué es el crecimiento? ¿Se crece desde el vacío o qué es de lo que está vacío en este libro?
Yo podría decir que el vacío no es la ausencia de todo, sino la presencia (por su ausencia) de algo, que podríamos decir que penetra en lo innombrable. Que cada lector diga cuáles. Pero en el mundo de hoy, donde la vida se antoja tan compleja y decadente, en donde uno siente un extrañamiento, ese vacío no cesa de crecer.
En física cuántica se habla del “campo de Higgs”: en un sistema vacío la nada cuesta más que algo, es decir, a veces cero no es el estado más barato.
¿En qué momento, se accede en este libro a la temperatura de la fiebre del delirio y a la fiebre de lo racional, en lo que usted siente en sí mismo, en su orden y en su caos?
Desde el primer verso están presentes mis vivencias, mis lecturas, mis viajes, mis odios y amores. Todo lo pasado en términos de sensibilidad y de racionalidad. Y la idea era pasear al lector por todo este horizonte de insinuaciones, para que él leyera los poemas desde su mirada.
Portada de El crecimiento del vacío, primera obra de poemas de Néstor Raúl Correa
“Los ladrillos sumergen el horizonte, / un ruido de sirenas levanta un olor podrido/en una espiral de penumbras”, dice para tratar de la ciudad: ¿Desde dónde y cómo la interviene, la necesita o no?
La ciudad la miro desde un lugar, mi lugar. Es un lugar de peatón y de ciudadano que arrastra una historia. No busco intervenir la ciudad sino de dar cuenta de lo que siente una persona sumergida en un mundo urbano.
El poeta Schiller habló de los poetas como “legisladores del mundo”: ¿Qué tendría usted que decirnos sobre ello y si ello todavía es realizable y alcanzable, o cómo se percibe usted allí?
La poesía es como un espejo no explícito de la realidad. Los poetas no regulamos el mundo, como un legislador, pero hacemos algo mejor: lo alteramos y lo embellecemos. Y, al hacerlo, buscamos poner un punto alto, tanto en términos éticos como estéticos. Ese punto vendría a ser tal vez como esa legislación a la que usted alude.
Procedo a citar un fragmento de uno de los poemas que dice: “(…) Cuando caminas descalza la luna crece. / Cuando te desnudas mi insomnio tiembla”: ¿Qué nombra aquí, que intenta nombrar del deseo?
Es un poema erótico, desde luego. Más que nombrar, busco sugerir el deseo por otra persona, ese diablillo que nos habita, desde una mirada elusiva, no explícita, pero que no se aleje tampoco tanto como para que se pierda la evocación de la cosa.
Rousseau, escribió “Ensoñaciones del paseante solitario”, en el que relata (en parte) la relación con la naturaleza: ¿Cuáles son en este libro El crecimiento del vacío, sus Ensoñaciones de paseante solitario a la manera de Rousseau y suya?
Este libro busca mediar entre la libertad de escribir, como un sueño íntimo, y la rigurosidad de pulir cada verso en un taller. Esa tensión no es fácil de resolver. De hecho, yo mismo no creo que lo haya logrado. Pero lo he intentado. En todo caso, más allá de la factura, los poemas dan cuenta de mi visión del mundo, no tanto de la naturaleza, como de las personas y las cosas.
En su Coda de libro, dice usted que “Aún no estoy muerto;/es cuestión de paciencia. / La historia desgarrada de esta calavera que camina/ ya me habita. En mi entierro se leerá: Bien escrita, una muerte sobrevive”: ¿Qué le indica, le desnuda, le transforma la conciencia de la muerte?
La idea de finitud es lo que le da sentido a la vida. Saberse finito implica aceptar lo que uno es. Esa conciencia de la muerte de hecho me impulsa a escribir, como forma de trascender. Cuando yo me muera sólo quedarán unos versos. Y eso está bien.
¿Por qué decidió o como se dio la decisión de determinar que el libro se estructuraría por temas, como por decir: ¿Recuerdos, Guerra, Imágenes, Objetos, Mujer (…) ?, y ¿qué intención tendrían o tienen?
Esa estructuración del libro por capítulos se dio por obligación o por necesidad: yo tenía, como dije al principio, un grupo desordenado de poemas viejos que luego agrupé por temas: recuerdos, imágenes (sólo urbanas en un principio), objetos y mujer. Los poemas nuevos fueron uno o dos en cada uno de esos capítulos y casi todos los de la guerra, éstos últimos originados en mis trabajos en el sector judicial. Pero yo no tenía más poemas. Había que trabajar con eso. Y ese puñado de poemas quedó estructurado de esa manera. La intención de la organización por capítulos fue darles unidad a las distintas temáticas abordadas, tal vez porque los occidentales tenemos alguna manía cartesiana.
¿Cómo se dio y qué hizo usted para su formación como poeta, qué le indicó ese destino y como ha sido la mediación con usted mismo para hacerse a ella?
Para mi formación tomé algunos talleres de poesía en la Casa de Poesía Silva, con Juan Manuel Roca y otros talleres por internet. Luego mis primeros poemas, bastante regulares, por cierto, me los corregían amigos poetas. Lentamente fui entendiendo el oficio. Aprendí con sangre una frase que los profesores repiten: en poesía es más importante la mano que borra que la mano que escribe. Me ha costado mucho (y aún me cuesta) no irme por las ramas y lograr que un poema quede, digamos, “redondo”. Adjetivo que no sea indispensable, estorba. Cada palabra debe ser necesaria. Cada verso es como una batalla. Y así poco a poco se va dando la cosa.
Como dije, de cerca de 80 poemas iniciales, quedaron 50, y eso que bastante amputados o, mejor, limpiados. Y a propósito de esto, Wittgenstein afirmó que un libro se divide en dos partes: una, que es la obra misma, y otra, la que va a parar al cesto de la basura; y él agrega que esta segunda parte suele ser más importante que la primera.
¿Qué intención y qué tensión catártica le ha dado usted a la poesía en su forma y formación estética, como ethos y pathos?
Un poema está escrito en varios registros. Así como una obra musical tiene partitura escrita pero también suena cuando es interpretada, la poesía está escrita en al menos tres registros: debe decir una idea, debe decirla a través de una imagen elusiva y no en forma explícita y debe tener un ritmo que sale de la combinación de las palabras. La poesía no busca convencer o ser creíble (ethos) sino mostrar algo para que el lector interprete el poema y, con ello, lo termine. Un poema escrito es apenas medio poema; la otra mitad se la pone el lector. Lector que se espera se emocione (pathos). Pero en todo caso es de la esencia que el poema esté bien escrito (logos).
¿Concibe usted en y desde su poética una necesidad de un lector, o es usted mismo su lector y allí está dimensionada su realización y realidad?
Yo me doy por satisfecho si escribo un poema, así no lo lea nadie. Ahí ya estoy realizado. Pero tengo claro que, como dije, son los lectores los que, sintiendo lo que leen, completan el poema.
Es evidente que en su poesía, se da una inclinación decisiva sobre la historia, el poeta como un historiador: ¿Por qué sí o por qué no, y qué podría decirnos sobre ello?
Es cierto que hay en mis poemas alguna inclinación por la historia, al menos en dos sentidos: mi historia familiar y personal, de un lado, y la historia de Colombia en estas últimas décadas, de otro lado. Una ventaja de un poeta es que en pocos versos podría triturar la historia oficial de un país. Por eso se dice que una imagen vale más que mil palabras. Una imagen poética, en este caso. El punto es que si uno vive en Colombia es muy difícil sustraerse a lo que aquí pasa. Y la poesía se convierte como en un acto de resistencia o, al menos, de protesta, de libertad, de intimidad.
¿Cuál es, si lo tiene, su método para escribir poesía y cómo lo ha estructurado? ¿Qué es lo básico y qué es lo accesorio en ello, o busca una totalidad al mezclar lo uno y lo otro?
No tengo un método pero sí una especie de derrotero informal. A veces una idea o imagen poderosa se me viene a la cabeza o la leo y siento la necesidad de trabajar en ella. Otras veces pongo un tema (un objeto por ejemplo que veo sobre mi escritorio) y a partir de allí pienso en qué cosas me suscita esa imagen. Pero siempre tengo unos “trucos” (qué palabra tan sospechosa) en los que me apoyo: tener una idea principal; no salirme de ella; no decirla en forma explícita sino elusiva; hacer una lluvia de palabras que se relacionan con ella; etc. Y Al final leo para ver si tiene lo que podríamos decir es mi estilo, aunque suene pretencioso, porque si bien creo tener una voz, dudo que con mi primer y único libro ya haya un sello personal. En todo caso reviso que el poema goce de sencillez, delicadeza, profundidad, tal vez ternura, tal vez sinceridad. El poema debe ser honesto.