Y precisamente en Medellín, la ciudad que en los setenta dio ejemplo de buen gobierno, hace cinco años que el alcalde y su cuadrilla no han podido reglamentar el POT.
Medellín había tenido alcaldes de gran talla moral, política y empresarial, que le fueron dando connotaciones, no tanto de gran ciudad, sino de ciudad organizada, agradable, amable. Cuando llegó un estadista de las dimensiones de Jorge Valencia Jaramillo, curiosamente en un gobierno en el que campeaba el clientelismo, encontró una Medellín amenazada por un entorno departamental en el que las oportunidades escaseaban y la hacían crecer, a Medellín, exponencialmente. El, que venía de una escuela de economistas muy importante, sabía que la planeación era el instrumento por excelencia para lograr modernidad y cambio.
Con el advenimiento de la Constitución del 91, llegaron importantes innovaciones administrativas adoptadas de la planeación operativa del sector productivo. Había que planificar, hacer, verificar y actuar. ¿Raro? A lo mejor sí, pero ya en Medellín habíamos tenido la maravillosa experiencia del plan del alcalde Valencia Jaramillo que nos puso a la vanguardia de la administración pública en Colombia, con la inmensa fortuna de que sus sucesores no desecharon el plan. Por el contrario, se valieron de ello para dinamizar su gestión. Medellín vivió el desarrollo pensado, hasta que comenzamos a elegir a cualquiera.
No parece discrecional la adopción de un POT por parte de la municipalidad, sobre todo después de la expedición de la L. 388 del 97, que obliga a las entidades territoriales al establecimiento de las líneas programáticas en aras del desarrollo territorial. Nacen los planes (POT, PBOT, EOT) municipales, cuyo fin es ordenar y direccionar las acciones administrativas para lograr cumplir con los mandamientos constitucionales que señalan las funciones y responsabilidades de las autoridades en Colombia. Los planes de desarrollo cuentan ahora con mecanismos expeditos que permiten la acción y el control de las administraciones locales.
Y precisamente en Medellín, la ciudad que en los setenta dio ejemplo de buen gobierno, hace cinco años que el alcalde y su cuadrilla no han podido reglamentar el POT. Don Federico ha dado muestras del poco interés que le despiertan los planes, programas y obras de su antecesor. Pero en el caso del POT la omisión no se justifica, puesto que es su obligación reglamentar lo que ya había sido aprobado por el Concejo de la ciudad, lo que la Constitución y la Ley le ordenan. Si el aplazamiento de la reglamentación dicha se da por desidia es grave, si se da por incompetencia de los funcionarios, es igual o más grave.
Pero si la queja es por la falta de una buena gestión municipal, ¿qué podemos decir de los controles? Parece que ni a la Contraloría, ni la Procuraduría, ni mucho menos al Concejo les produce sonrojo que una ciudad como Medellín, esté a merced de la improvisación y el caos. ¿Cuáles son las razones del alcalde? A lo mejor es que si cumple con el deber que se le reclama, no pueda desbaratar la ciudad para hacer andenes por doquier. Lo cierto es que va un abismo desde lo que tuvimos en la ciudad hasta lo que tenemos hoy. Y pensar que hay subalternos del alcalde pensando en sucederlo. ¡Pobre de nosotros!