A medida que la ciencia se ha ido desarrollando el impulso-amor original ha sido abandonado hasta imponerse el impulso-poder
Siempre había considerado a Bertrand Russell, el gran pensador inglés del Siglo XX, fundador de la filosofía analítica y Premio Nobel de Literatura en 1950, como un sofisticado intelectual cuyos textos se dirigían sólo a los filósofos profesionales, desconociéndole sus aportes al amplio público no académico, interesado en cosas más mundanas, tales como la política, la ética y la moral. Con el reciente repaso del libro La perspectiva científica, publicado por Russell en 1931, me he acercado al divulgador de la ciencia, al filósofo que pretendió comprender el mundo de su tiempo y cambiarlo, para bien. A este segundo Russell, que hoy conserva toda su vigencia, es al que a continuación quiero referirme.
Russel el intelectual orgánico comprometido con su tiempo, cuya vida fue orientada por tres grandes pasiones, a saber: el amor, la búsqueda del conocimiento y la insoportable compasión por el sufrimiento de la humanidad. Así define Fernando Broncano en su libro Russell conocimiento y felicidad, el periplo vital de nuestro admirado filósofo, quien, ya nonagenario, en los años 60 se le veía en las calles londinenses protestando junto con sus estudiantes contra el imperialismo de las potencias occidentales, las armas nucleares, el sionismo y la guerra de Vietnam.
En el Capítulo XVII La ciencia y sus valores de La perspectiva científica, Russell, con la tradicional ironía e irreverencia que le caracterizó, afirma que la actitud reverencial hacia la ciencia afecta el sistema democrático y nuestra convivencia con la Madre Naturaleza, lo que hoy llamamos ecosistemas. Los dos grandes pecados en que incurre la ciencia, afirmaba, es rebajar el conocimiento a la mera utilidad y la falta de un criterio racional, que de manera crítica le permita al científico indagar pruebas o razones de lo que cree y afirma.
En el curso de los varios siglos de su historia, la ciencia ha tenido un desarrollo, que aún no parece haberse completado, que se puede resumir como el paso de la contemplación a la manipulación. El amor al conocimiento al cual se debe el crecimiento de la ciencia, es en sí mismo el producto de un doble impulso. Podemos buscar el conocimiento de algo porque amamos al objeto o porque deseemos tener poder sobre el mismo. El primer impulso conduce al conocimiento contemplativo, el “impulso-amor”; el segundo al conocimiento práctico, “el impulso-poder”. En el desarrollo de la ciencia, ha prevalecido cada vez más “el impulso-poder” sobre el “impulso-amor”. El impulso-poder está tipificado por el Capitalismo y por los poderes estatales que lo sostienen. Está también representado por las conocidas ideologías del pragmatismo y del instrumentalismo. Cada una de estas ideologías sostiene que nuestras creencias sobre cualquier objeto son verdaderas siempre que nos permitan manipularlo a nuestra conveniencia, lo que parece no tener límites posibles. Esto es lo que, para Russell, podría llamarse una concepción gubernamental de la verdad. Al hombre que desea cambiar su medio ambiente, mejor definido como los ecosistemas, la ciencia le ofrece instrumentos asombrosamente poderosos hasta para destruirlo.
Si el conocimiento es sólo para producir cambios intencionados, como lo es la técnica, la ciencia ofrece los instrumentos cada vez en mayor abundancia; pero la ciencia también es el mundo del deleite espiritual y emocional, mundo donde están el amor, el misticismo, la poesía y el arte, sin ellos se apaga la vida. En todas las formas de acercamiento con el objeto amado o ser amado ansiamos conocerlo, no para dominarlo o manipularlo, sino por puro éxtasis contemplativo. “En el conocimiento de Dios está nuestra vida eterna, pero no porque este conocimiento nos dé poder sobre Dios”.
La ciencia se originó en hombres que amaban el Universo, sus estrellas, el mar, las montañas… que, aunque se ocultaban del entorno natural que les era más cercano, deseaban entenderlo: Heráclito y demás filósofos jónicos con amor apasionado, extasiados, sintieron “la extraña belleza del mundo”, que derivó en conocimiento científico. Sin embargo a medida que la ciencia se ha ido desarrollando el impulso-amor original ha sido abandonado hasta imponerse el impulso-poder: El amante de la naturaleza ha sido desplazado por el tirano, mejor llamémosle violador, de La Naturaleza. Y así llegamos a la Modernidad donde hemos puesto en riesgo la supervivencia de los ecosistemas y de nuestra propia existencia sobre el planeta.
En la actual situación y perspectiva, la sociedad científica debe ser mirada con aprehensión. Pero no porque el avance del conocimiento genere temor, ya que el conocimiento, por principio, siempre es bueno y la ignorancia mala. No es el conocimiento ni tampoco el poder donde reside el peligro, “lo que es peligroso es el poder manejado por amor al poder, y no el poder manejado por el amor al bien genuino”. El poder no puede ser uno de los fines de la vida, sino un mero medio, un instrumento, para otros nobles fines. Hasta que los hombres no entiendan para qué es lo que debe realmente servir el poder, la ciencia no nos va llevar a la “Vida Buena”, fin máximo de nuestra existencia terrena. “Que cuando nos llegue la hora de la muerte, no sintamos que hemos vivido en vano”.
Y concluye el gran humanista Bertrand Russell, “la ciencia que ha liberado al hombre del cautiverio de la Naturaleza, nos debe permitir liberarnos de nosotros mimos. Prevenir la extrema pobreza es importante, pero contribuir a aumentar la riqueza de los que todo lo tienen es un gasto de esfuerzo sin valor”. Yo diría que antiético y hasta inmoral.
Hoy entendemos que los asombrosos avances del conocimiento científico a que hemos llegado no pueden seguir siendo utilizados ni para el dominio de La Naturaleza, ni muchos menos para su irresponsable manipulación. No somos amos ni señores de La Naturaleza ni siquiera sus defensores, somos parte de ella, y nuestra vida debe ser comprendida y comprometida como Naturaleza que se defiende a sí misma.
P.S: Este es mi primera columna de opinión que publico después del cierre del Periódico EL MUNDO. A continuación reproduzco una nota que el pasado 1 de agosto le envié a Luz María Tobón, directora de EL MUNDO, apenas me enteré de la dolorosa decisión a que se vieron obligados sus directivos y dueños.
Querida Luz María:
Después de confirmar la desaparición del Periódico EL MUNDO, pasé una noche agobiado por la tristeza y la nostalgia. EL MUNDO fue la escuela donde me formé como escritor disciplinado, lo que me ha dado una de las más grandes satisfacciones de la vida, sin saber ahora que seguirá hacia adelante, ya sin el compromiso que me había impuesto con los pocos pero fieles lectores de mis columnas semanales, las cuales de manera regular me reproducían los boletines de la SAI y Ademinas, y esporádicamente El Espectador y varias revistas universitarias.
Desde que a principios de la década del 90 Guillermo Gaviria Echeverri llegó a la dirección de EL MUNDO, ocasionalmente, pero con mayor frecuencia, empezaron a publicarse mis escritos sobre temas de ingeniería y minería, los cuales también acogían El Periódico El Colombiano y otras publicaciones locales. Pero fue realmente EL MUNDO donde a partir de 2012 empezó a desarrollarse mi disciplina con el oficio, como escritor comprometido con el afán de tratar de entender la ingeniería como parte integral del humanismo, la suprema ciencia de la vida.
Mi gratitud a la memoria de Guillermo Gaviria, a quien conocí desde mi lejana época de estudiante en la mesa del viejo Café La Bastilla, que los jefes liberales tenían reservada todas las tardes sabatinas, gracias a la invitación a participar en la tertulia, mejor diría como observador, que me hizo mi profesor Evelio Ramírez y otros contertulios amigos de mi padre. Mi amistad con Guillermo Gaviria se hizo más cercana, cuando, ya ingeniero, me lo encontré de nuevo como Presidente de la Asociación de Ingenieros de Petróleos, de Geología y de Minas, que algunos egresados de Escuela de Minas habíamos fundado a mediados de la década de los 60. Siempre admiré a Guillermo como el gran maestro de la ingeniería, de la política y más tarde del periodismo, amén de exitoso empresario.
Gracias querida Luz María por la acogida que me diste durante estos últimos años en mi otro hogar intelectual, El Periódico EL MUNDO. Espero seguir contado con tu amistad y colaborándote en tus nuevas empresa intelectuales y profesionales. Te ruego que extiendas este mi agradecimiento a Irene Gaviria y a Arturo Giraldo, ese gran periodista, ya retirado, de quien tanto aprendí.
Medellín, 1 de agosto de 20120
José Hilario López