La patria íntima

Autor: Darío Ruiz Gómez
7 octubre de 2018 - 09:05 PM

En los relatos del destierro la verdad no brotará de los acomodados testimonios y frías estadísticas de los propietarios de la llamada memoria histórica

El expulsado de su tierra ha sido, desde las Sagradas escrituras una imagen constante para señalar lo que implica la violencia contra los inocentes y a la vez la fortaleza de la humildad ante la tiranía. Estoicismo, virtud esencial para cruzar el árido desierto tal como en su excelsa obra poética lo describe Edmond Jabés, virtudes calladas sobre las cuales se erigen las metáforas de la epopeya de la liberación humana, del pueblo sometido. Los venezolanos lanzados por la tiranía a la diáspora remiten necesariamente a esas imágenes de destierro y de expulsión de una comunidad imágenes que se repiten una y otra vez en Colombia –caso de Tarazá- pero convertidas aquí en historia silenciada y negada ya que sus relatos “no han sido vistos ni escuchados” por los historiadores de oficio. Repetir la historia es realmente el castigo por haber tratado de ignorarla ya que aquello que pretendió silenciar nuestra desidia regresa siempre a recordarnos una responsabilidad postergada. La palabra del justo no puede ser la palabra del tirano y en los relatos del destierro la verdad no brotará de los acomodados testimonios y frías estadísticas de los propietarios de la llamada memoria histórica sino de cada lugar, de cada recodo de un camino, de cada calle donde los asesinos actuaron con una total impunidad. Las heridas que la brutalidad dejó en la memoria de una niña o de un adolescente brotarán impensadamente en el futuro con la fuerza de una llama, de manera que quienes llegarán a reconocer el rostro de los asesinos, quienes los someterán a juicio no será la justicia de los jueces en tribunales de ocasión sino la implacable justicia del inocente silenciado. En la desheredad como señaló Annah Arendt es imposible intentar rehacer aquello que la violencia destruyó, de ahí que, afortunados quienes no tienen patria ya que pueden hacerla cada día. De ahí la certeza de que la verdadera patria del ser humano es el lenguaje ya que el lenguaje constituye en medio de los yertos caminos del destierro el refugio del alma del perseguido, ese espacio íntimo donde ya no se necesitan las palabras para establecer una comunión con los otros perseguidos. ¿Cómo volver a escribir, se preguntaba Celan, en la lengua en la cual justificaron todos sus horrores los nazis? ¿Cómo puede llamarse escritor quien ha justificado la matanza de los inocentes a nombre de la Historia, a nombre del llamado “futuro socialista”? Es una pregunta que se plantean las conciencias libres del mundo después del de los exterminios de los viejos y nuevos totalitarismos. Una pregunta que va de Camus a Steiner y que nuestra clase intelectual no podrá eludir a medida que vayan apareciendo las fosas comunes, los nombres de los niños abusados. Un asesino depravado de la guerrilla puede argumentar que sus matanzas estaban justificadas por las teorías totalitarias que le metieron en la cabeza los teóricos de su organización pero éste es un problema de conciencia personal frente al cual no es aceptable esa delegación de responsabilidades directas, esa disculpa.

Lea también: La aurora de los desterrados

Porque el santismo es una perversión del lenguaje y la “utopía socialista” ha demostrado ser sólo un manual para pillos. De manera que quienes resistieron esta patraña saben que la verdadera patria va en la intimidad preservada de quienes ahora comienzan a escribir con sus voces acalladas los relatos de la comunidad que vendrá.

De su interés: El esperpento político

P.D El fortalecimiento de la Universidad Pública es el fortalecimiento del conocimiento en libertad.

 

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