El espacio de preguntas abierto por el coronavirus permite a los colombianos el lograr sopesar con fundamentada indignación la aberración jurídica de una patraña que es la radiografía misma de cierto país oficial
La muerte está en el aire e invisible nos cerca llenándonos de terror y el terror desarma la razón y nos sume en el infierno que somos nosotros mismos al ponernos de frente a lo vergonzoso que habíamos ocultado: nuestra falta de compasión, nuestro desolado egoísmo, nuestras “explicaciones racionales” y nuestra displicencia ética. Las fábricas de analgésicos para el dolor, las pastillas para rehuir los zarpazos de la soledad a través de la promesa de una insulsa felicidad, la muerte de las ilusiones en estas realidades virtuales donde nos han instalado para hacernos ciegos y sordos ante la suerte del prójimo. Pero lo que nunca llegamos a esperar ha explotado en medio de nuestra bonhomía colocándonos ante las postrimerías de juicio e infierno que ningún ser humano puede eludir. A esta situación Scruton la llamó “demandas de la moral”. La industria de la falsedad informativa ha recurrido a un método muy eficaz para engañarnos al encubrir el sufrimiento humano como mera información periodística. Disfrazar estas ofensas recurriendo a consideraciones abstractas ha sido el sofisma de distracción para que al desaparecer los valores morales estos sean sustituidos o por el pragmatismo de las nuevas economías o por el amargo simulacro de un mesianismo populista empeñado en negar al individuo en sus derechos, convirtiendo lo plural en multicultural, instrumentalizando lo religioso al matar lo sagrado. He aquí el resultado de la destrucción sistemática de la educación a lo largo de décadas y por parte de quienes no han sido transmisores de conocimientos, de perplejidades sino difusores agresivos de ideas totalitarias. ¿Tienen derecho los ignorados (as) a tomar la palabra en las universidades, en los sindicatos para no ser humillados (as)? El inesperado distanciamiento que con respecto a lo que ha constituido un continuo atropello de vejaciones a nuestra civilidad, hoy nos brinda la pausa propiciada por la pandemia, creo que debe convertirse en demostración de madurez política en lo que respecta a la destrucción de nuestro patrimonio moral a nombre de una falsa paz, sometiendo mediante el necesario cuestionamiento que no hemos logrado hacer, mareados como estábamos por el vértigo de tanta desinformación, para lograr hacer un juicio implacable a hechos que conciernen a nuestra vida personal y social y que un ser ofendido nunca debe olvidar ni perdonar. ¿Qué dirá ahora el caricaturesco magistrado de la JEP que “fundamentó” la inocencia de un criminal como Santrich, absolución que de inmediato fue ratificada por el Consejo de Estado y la Corte Suprema de Justicia para que el narcotraficante orondamente se fugara? ¿Cómo responderá nuestra justicia cuaternaria a las preguntas que ya le están haciendo la justicia de 22 países y de la Fiscalía norteamericana?
El espacio de preguntas abierto por el coronavirus permite a los colombianos el lograr sopesar con fundamentada indignación la aberración jurídica de una patraña que es la radiografía misma de cierto país oficial, sacado a flote por esta dolorosa situación de pandemia frente a la cual la ciudadanía ha sabido responder estableciendo profundos lazos de esa solidaridad que la corrupción política había tratado de desconocer y que la llamada Oposición paradójicamente ha ignorado a pesar de haber tenido la gran oportunidad de mostrarse como una organización supuestamente comprometida con la suerte de las gentes; instrumentando a cambio otra “política de la amenaza” que, para suerte ha dejado al descubierto ante la opinión pública su incapacidad de humanizar su credo político pero igualmente la ilegitimidad ética de cada uno de sus dirigentes perseguidos desde ahora pero por su turbio pasado recurriendo como siempre no al debate sino a la difamación, al escándalo mediático, a la policía del lenguaje. Olvidando que toda crisis es siempre indicadora de que retóricas, costumbres políticas como las instrumentadas por su delirante oportunismo ya se han desacreditado suficientemente ante los ojos del mundo.