La olla de depresión

Autor: Mariluz Uribe
10 abril de 2018 - 12:08 AM

Historia de personas modernas y clásicas alrededor de una olla a presión

A algunos trabajadores se les llama "empleados de servicio".  Aquí estos empleados parecen ser exclusivamente femeninos, pero recuerdo que en la Argentina estaba Juancito para servir la mesa, atender el bar, abrir la puerta y otros menesteres. Además del chauffeur que se enojaba cuando uno le decía “coja para atrás”.
Por supuesto que en todas partes hay personajes chapados a la antigua y otros sumamente modernos. Estos solicitan unas cosas que dizque ofrecen la leyes actuales, que sus antecesores en edad, dignidad y gobierno, no conocimos ni conocemos. 

A este propósito nunca terminaría de contar cuentos caseros, pero hoy me voy a centrar en el de la olla de presión o de depresión, según el momento, lo que hay entre la olla, afuera y alrededor.
A algunas empleadas les encantan todos los aparatos nuevos y hasta traducen recetas del inglés. Luego se van a trabajar a EE UU aunque les toque pasar por aquellos lugares favoritos de Herr Trump.

Mi vecina Lía tuvo en la cocina una de las modernas. Un día, no sé quién le puso en las manos una de las llamadas “olla de presión” y quedó fascinada. Le encantaron las manijas, los cauchos, el ojo, y el peso de la olla. Decidió usarla inmediatamente antes de oír o leer las explicaciones necesarias. Ella como muy experta, moderna y avispada, creia que podría utilizarla con éxito

Para el almuerzo estaban planeados unos frijoles. Era viernes, precisamente el día en que Don Jerónimo siempre se aparecía con su aguacate fresco. (No pensar maliciosamente).
Petra lavó cuidadosamente los frijoles liborinos y los puso en el fondo de la olla con agua, sal y aliños. Tapó herméticamente, y puso la famosa olla en el fogón, a fuego alto. Puso el arroz en otra, en otra la carne molida, en una sartén plátanos y chorizos, y fue a contarle a la señora que ya estaba usando la olla y que era divina. 

-“¿Cómo?” -Lía se levantó rápidamente de su asiento y se fue volando hacia la cocina. Petra se sorprendió del interés que había despertado en la señora el empleo de la olla. 

Cuando llegaron, la olla pitaba como pitaba el ferrocarril de Antioquia entrando a Puerto Berrio, a todo vapor. Ninguna de las dos se atrevió a acercársele porque además la olla chapaleaba. Se quedaron inmóviles, y un minuto después PLAFF, la tapa salió disparada hacia el techo con los frisoles detrás. Luego volvió a caer con gran estrépito, pero los frisoles se quedaron pegados del techo y completamente aplastados. 

Cuando conté este cuento precisamente a una amiga argentina ella para dramatizar repetía: ”Los porotos volaron hasta el sexto piso”.

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Fue muy difícil explicar a don Jero por qué no había frisoles para el aguacate. Se lo comieron con la carne pisada y el arroz con maduros, como bandeja paisa total.  Ah y un choricito para adornar la arepa. 

Con mucha energía doña Lía guardó con llave la mal hallada olla de presión. 
Dicen que a  Petra se la sonsacaron de la casa de en frente. ¿Con olla o sin olla? Nunca supe.

Cuando oía este cuento en casa de Lía, en realidad no me quedaba nunca claro si los vecinos habían seducido a la empleada o si había sido un posible novio, pues los vecinos tenían chauffeur (como se dice ¨conductor¨ en francés y que significa en realidad “calentador” puesto que a los carros antiguos había que calentarlos, dándoles cuerda con un aparato por delante del motor).  
Sólo sé que Lía se consiguió una empleada más clásica, ésta ni se arrimaba al fogón eléctrico nuevo, porque ESO la picaba. Así que siguió cocinando en una hornillita de barro con palos de monte y carbón, sabores antiguos que deleitaban a toda la familia. Así que nada que presione ni deprima después!

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