Un cierto periodismo que se limita paranoicamente a hacer únicamente denuncias sensacionalistas buscando el escándalo y no la reflexión.
La lié al decir que la información del New York Times sobre “falsos positivos” encubiertos en una orden dada a las tropas pidiendo resultados era el fake news de un periodista norteamericano. ¿Son actuales o son viejos los documentos publicados por el corresponsal de El País? Estar trayendo de nuevo al presente unos hechos que ya sucedieron y cuyos protagonistas fueron ya condenados, constituye una estrategia de manipulación a la cual se recurre en una guerra de desinformación. Pero la lio también Felipe López al negarse a publicar las denuncias de su columnista estrella Daniel Coronel, convertido en un espía inglés dedicado a hurgar en papeles secretos del Estado para “prevenir” lo que “entre líneas” puede insinuar malévolamente algún comunicado del Ejército. ¿Quiénes están más interesados en desacreditar de nuevo al Ejército colombiano? ¿No fueron ya condenados los militares acusados por los verdaderos falsos positivos? Instrumentalizar el lenguaje tal como lo hace el fake news es degradarlo. Hasta hace un año la información periodística sobre la deforestación de nuestras selvas señalaba como responsables a los narcotraficantes y a las Farc quienes prácticamente con la minería ilegal destruyeron los grandes ríos y selvas del Chocó y los Llanos Orientales, de Nariño. ¿En qué momento y a causa de qué acuerdo esta información borró en los medios de comunicación la responsabilidad de las Farc en el aumento descomunal de los sembrados de coca? La guerra de relatos que las Farc ha venido desplegando, semeja bastante a la que en el país vasco lanzó Eta para borrar de la memoria de las gentes sus atrocidades. Un cierto periodismo que se limita paranoicamente a hacer únicamente denuncias sensacionalistas buscando el escándalo y no la reflexión que debe caracterizar al verdadero periodismo no puede ser convertido de la noche a la mañana en ejemplo moral de libertad e independencia intelectual. Desde la posesión del presidente Duque se ha desatado una desaforada campaña de desprestigio de su nombre acompañada de eso que Lenin denominó un proceso de protestas escalonadas hacia la Huelga General. No habían transcurrido dos meses de su gobierno cuando empezaron a aparecer los “Duque asesino” en las paredes de las universidades, cuando comenzó la campaña de descrédito mostrándolo como un inepto, como un incapaz de la tarea de reconciliación nacional y se desatara la violencia en las calles haciéndose claro que el propósito de este grupo de oposición no era el de construir un espacio para la convivencia afirmando la paz, sino que su objetivo es desestabilizar el país, conspirando abiertamente contra las instituciones. ¿De dónde está saliendo tanto dinero para estas campañas?
Y la lié cuando dije que Uribe, creado por los relatos de las Farc como el único “gran asesino”, el perfecto enemigo a destruir, capaz para estas mentes infantiloides de la hazaña marveliana de conspirar contra Maduro incitando las huelgas estudiantiles, y simultáneamente como el dios de la maldad, “dirigiendo personalmente” matanzas aquí y allá, esto, mientras silencian sus propias responsabilidades, los crímenes de Pablito, de las llamadas disidencias; pura estrategia de guerra informativa que continúan utilizando para colocar a sus contradictores ideológicos como enemigos, eludiendo el debate necesario pues como en tono airado me dijo un connotado novelista al rechazar mi presencia: “Con un uribista no se puede hablar”. ¿De dónde salí yo uribista? “La memoria del pasado, ha dicho Todorov, será estéril si no nos sirve para conocer las causas del mal” Pero ese terrorífico pasado no podrá ser borrado ni comprando conciencias ni recurriendo a idiotas útiles, ni creando enemigos fantasmas.